Выбрать главу

—Vaya amigos tienes —refunfuñó el dragón.

—Rahl el Oscuro ha tejido una red mágica a mi alrededor y no me reconocen.

—Bueno, pues si te quedas aquí, te van a matar.

Richard se dio cuenta de que no llevaban la caja. No se habían arriesgado a llevar la caja a Rahl. Los tres se quedaron mirando en silencio al joven y al dragón.

—Escarlata, diles algo para ver si te entienden.

El dragón inclinó la cabeza hacia los tres humanos y habló.

—Éste no es Rahl el Oscuro sino vuestro amigo, pero lo rodea una red de mago. ¿Me entendéis?

Los tres guardaban silencio. Exasperado, Richard dio un paso hacia Zedd.

—Zedd, te lo ruego, trata de entenderme. No busques la piedra noche. Rahl te ha tendido una trampa para que quedes atrapado en el inframundo. ¡Trata de comprenderme!

Pero ninguno de los tres entendió ni palabra de lo que decía. Tendría que hacerse primero con la caja y luego regresar y protegerlos de los hombres de Rahl. De mala gana, se montó en el lomo del dragón. Escarlata vigilaba a los tres humanos con recelo, lanzando un poco de humo y un hilo de fuego en señal de advertencia. Richard deseaba con todo su corazón quedarse junto a Kahlan, pero no podía. Primero debía encontrar la caja.

—Vámonos de aquí. Tengo que encontrar a mi hermano.

Escarlata alzó el vuelo con un llameante rugido, con el que pretendía disuadir a los tres humanos de que avanzaran. Richard se agarró a las púas. El dragón estiró su cuello cubierto por escamas rojas, mientras remontaba el vuelo, abriéndose paso entre las nubes blancas que flotaban en el cielo. El Buscador contempló cómo sus tres amigos los observaban hasta que ya no los vio más. Sentía una desesperada impotencia. «Ojalá hubiera visto a Kahlan sonreír, sólo una vez», pensó.

—¿Y ahora qué? —le preguntó Escarlata, volviendo el cuello.

—Tengo que encontrar a mi hermano. Se encuentra junto a un ejército de unos mil soldados en algún lugar entre aquí y las montañas Rang’Shada. Supongo que no será difícil localizarlo.

—No me entendían. Supongo que la red también me afecta a mí por ir contigo. Pero debe de tratarse de una red tejida para los humanos, no para dragones, pues yo veo la verdad. Si esos tres querían matarte debido a una red mágica, otros también tratarán de hacerlo. No podré protegerte contra mil soldados.

—Debo intentarlo. Ya se me ocurrirá algo. Michael es mi hermano. Ya se me ocurrirá la manera de hacerle ver la verdad. Ha venido con un ejército a ayudarme. Necesito desesperadamente su ayuda.

Puesto que un ejército debería de ser fácil de divisar, volaban bastante alto para así cubrir más terreno. Escarlata trazaba amplios y suaves giros entre las inmensas nubes algodonosas. Richard nunca se había dado cuenta de lo grandes que eran las nubes vistas tan de cerca. Cuando varias de ellas se reunían, surgía un país maravilloso formado por blancas montañas y valles. El dragón pasaba rozando las negras bases de las nubes y, a veces, atravesaba jirones de vapor de agua que colgaban de ellas. En esos casos, tanto la cabeza como los extremos de las alas se desvanecían en la blancura. Las nubes eran tan inmensas que a su lado incluso Escarlata parecía insignificante.

Buscaron durante horas sin hallar ni rastro de un ejército. Como ya estaba más acostumbrado a volar, ahora Richard ya no tenía que agarrarse todo el tiempo a las púas del dragón, sino que se recostaba contra dos de ellas, se relajaba y contemplaba el paisaje.

Mientras volaban, Richard pensaba en cómo iba a convencer a Michael de quién era él. El joven estaba casi seguro de que Zedd había confiado la caja a Michael. Seguramente, el mago la había ocultado de Rahl con medios mágicos y la había dejado bajo la protección de todo un ejército. Tenía que hallar la forma de demostrarle a su hermano que él era Richard. Cuando tuviera la caja, haría que Escarlata la llevara a la cueva, con el huevo. Allí estaría a salvo de Rahl.

Luego podría ir en busca de Kahlan y protegerla de los hombres de Rahl. Tal vez podría convencerla de que se ocultara en la cueva de Escarlata, donde estaría a salvo de las cuadrillas.

Sólo quedaban tres días y medio, y Rahl el Oscuro moriría. Luego Kahlan estaría segura. Para siempre. Él regresaría a la Tierra Occidental y nunca más tendría nada que ver con la magia. Ni con Kahlan. La idea de no volver a verla nunca más lo angustiaba.

A última hora de la tarde, Escarlata divisó el ejército. El dragón tenía una vista más aguda que la de Richard a aquella altura. Todavía se encontraba a bastante distancia, por lo que durante un buen rato el joven no vio nada. Primero sólo vio una tenue columna de polvo y luego pudo distinguir las filas de soldados avanzando por el camino.

—Bueno, ¿tienes ya un plan? ¿Qué vas a hacer? —le gritó Escarlata.

—¿Crees que podrías aterrizar delante de ellos, pero sin que nos vieran?

Un gran ojo amarillo lo fulminó.

—Soy un dragón rojo. Podría aterrizar en medio de los soldados y no me verían, si yo no quisiera. ¿A qué distancia quieres que me pose?

—No quiero que me vean a mí. Tengo que llegar hasta Michael sin que sus hombres intenten detenerme. No quiero líos. Déjame a unas horas de marcha por delante de ellos —pidió al dragón tras unos momentos de reflexión—. Que sean ellos quienes vengan a nosotros. Pronto oscurecerá y entonces podré llegar hasta mi hermano.

Escarlata extendió las alas y planeó dibujando una espiral hacia las colinas situadas delante del ejército en marcha. Tras salvar el terreno elevado, sobrevoló los valles procurando que no pudieran verla desde los caminos y aterrizó en un pequeño claro de alta hierba marrón. Sus brillantes y lustrosas escamas rojas relucían a la luz del atardecer. Richard se deslizó por el costado.

—¿Y ahora? —inquirió el dragón.

—Voy a esperar hasta que anochezca y monten el campamento. Mientras estén cenando, podré deslizarme hasta la tienda de Michael y hablar con él a solas. Ya se me ocurrirá cómo convencerlo de quién soy realmente.

El dragón gruñó, alzó la mirada hacia el cielo y luego se fijó en el camino. A continuación, describió con la cabeza en un amplio arco y lanzó una penetrante mirada amarilla al joven.

—Pronto anochecerá. Tengo que regresar junto a mi huevo para calentarlo.

—Lo comprendo, Escarlata. —Richard soltó aire mientras pensaba—. Ven a recogerme por la mañana. Te estaré esperando aquí, al amanecer.

—El cielo empieza a encapotarse —comentó Escarlata—. Cuando hay nubes no puedo volar.

—¿Por qué?

Escarlata gruñó y exhaló humo por los orificios nasales.

—Porque las nubes ocultan las rocas.

—¿Las rocas?

El dragón agitó la cola con impaciencia.

—Las nubes ocultan cosas. Es como la niebla: no ves. Y, cuando no ves, puedes estrellarte contra colinas o montañas. Pese a lo fuerte que soy, si choco en pleno vuelo contra una roca, me rompería el cuello. Si la base de una nube está lo suficientemente alta, puedo volar por debajo de ella. Y, si la parte superior está lo suficientemente baja, puedo volar por encima. Pero entonces no veo el suelo y no podría dar contigo. ¿Qué haremos si hay nubes y no puedo encontrarte, o si otra cosa sale mal?

Richard fijó la vista en el camino, con la mano apoyada en la empuñadura de la espada.

—Si algo sale mal, tendré que ir a buscar a mis tres amigos. En ese caso viajaría por el camino principal para que pudieras verme. —El joven tragó con fuerza y añadió—: Si todo lo demás falla, tendré que regresar al Palacio del Pueblo. Por favor, Escarlata, si no consigo detener a Rahl con lo que voy a hacer aquí, debo estar en su palacio dentro de tres días, a contar desde mañana.

—Eso no es mucho tiempo.

—Lo sé.

—Tres días a contar desde mañana, y después tú y yo estaremos en paz.

—Ése era el trato —respondió Richard, sonriendo.

Escarlata alzó la vista hacia el cielo una vez más.

—Creo que hará mal tiempo. Buena suerte, Richard Cypher. Nos vemos mañana.