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El dragón cogió un poco de carrerilla y se elevó en el aire. Richard observó cómo dibujaba un círculo alrededor de él, volando bajo, y luego iba ascendiendo hasta hacerse cada vez más pequeño y desaparecer entre las colinas. Entonces se le encendió una lucecita en la cabeza y recordó cuándo había visto a Escarlata. Fue el día que conoció a Kahlan, justo después de que lo mordiera la enredadera serpiente. La había visto volar muy alto, como ahora, y desaparecer detrás de las colinas. Richard se preguntó qué debía estar haciendo Escarlata en la Tierra Occidental ese día.

Después de caminar entre la hierba alta y seca, el joven ascendió una colina próxima escasamente arbolada, desde donde podría ver a quien se acercara por el oeste. Halló un buen escondrijo entre la maleza, se puso cómodo y sacó de la mochila carne y fruta seca. Incluso descubrió que aún le quedaban unas manzanas. Comió sin entusiasmo mientras aguardaba la llegada del ejército de la Tierra Occidental y de su hermano, sin dejar de preguntarse ni por un instante qué podía hacer para convencer a Michael de su verdadera identidad.

Se le ocurrió escribirlo o tal vez incluso hacer un dibujo o trazar un mapa, pero dudaba que eso funcionara. Si la red hostil que lo rodeaba alteraba lo que decía, probablemente también alteraría lo que escribiera. Entonces trató de recordar juegos que su hermano y él hubieran compartido de niños, pero no le vino ninguno a la mente. Michael apenas había jugado con él cuando eran niños. Richard recordó que lo único que realmente le gustaba a su hermano era luchar con espadas de juguete, pero no creyó que pudiera conseguir el efecto deseado desenvainando la Espada de la Verdad frente a él.

Pero había algo. Cuando luchaban con las espadas de juguete, a Michael le gustaba que Richard lo saludara con una rodilla en el suelo. ¿Se acordaría Michael? A su hermano le gustaba hacerlo a menudo; lo hacía sonreír más que nada en el mundo. Michael lo llamaba el saludo del perdedor. Pero cuando era Richard quien vencía, Michael se negaba a darle ese saludo. En aquella época, Michael era más fuerte que él, por lo que Richard no podía obligarlo. Aunque a la inversa sí sucedía y con bastante frecuencia. El Buscador sonrió al recordarlo, aunque en aquellos días lo había pasado mal. Valía la pena intentarlo.

Antes del atardecer, Richard oyó que unos caballos se aproximaban, el repiqueteo de la impedimenta, el crujir de la piel, el ruido de metal así como el de muchos hombres en movimiento. Unos cincuenta jinetes, muy bien armados, pasaron al galope por delante de él, levantando polvo y tierra. En cabeza iba Michael, vestido de blanco. Richard reconoció los uniformes, el emblema de la Tierra Occidental en cada hombro y el estandarte amarillo con la silueta de un pino azul y unas espadas entrecruzadas debajo. Cada hombre llevaba una espada corta cruzada a la espalda, un hacha de guerra que colgaba de un ancho cinturón y una lanza corta. En medio del polvo, la luz arrancaba destellos, a la cota de malla. No eran soldados regulares de la Tierra Occidental, sino la guardia personal de Michael.

¿Dónde estaba el ejército? Desde el aire los había visto a todos juntos, jinetes y soldados de a pie. Pero aquellos jinetes iban demasiado rápidos para que los soldados pudieran seguirlos andando. Cuando pasaron, Richard se levantó y escrutó el camino para comprobar si el resto del ejército venía a continuación. Nadie más se acercaba.

Al principio se preocupó por lo que pudiera significar aquello, pero se relajó al pensar que Zedd, Chase y Kahlan habían confiado la caja a Michael y le habían dicho que se dirigían a D’Hara para buscarlo a él. Probablemente, Michael no había podido esperar más y había decidido ir él también. Pero, como los soldados de a pie no podían mantener el paso que se necesitaba para llegar al Palacio del Pueblo a tiempo, Michael se había adelantado junto con su guardia personal, dejando atrás al resto del ejército.

Pero cincuenta hombres, aunque fueran los duros soldados de la guardia personal de Michael, lo pasarían mal si se topaban con las fuerzas de Rahl. Richard supuso que Michael estaba anteponiendo los sentimientos a la razón.

El joven no los alcanzó hasta que ya fue noche cerrada. Habían cabalgado a buen ritmo y no se habían detenido hasta bastante tarde, por lo que se adelantaron a Richard más de lo que éste esperaba. Ya había pasado la hora de cenar cuando llegó al campamento. Los caballos ya habían sido atendidos y atados a estacas. Algunos hombres ya se habían retirado. El campamento estaba custodiado por guardias que se confundían con la oscuridad, pero, mientras oteaba desde la cima de una colina y contemplaba los pequeños fuegos del campamento, Richard sabía dónde habrían sido apostados.

Era una noche muy oscura. Las nubes ocultaban la luna. El joven descendió lenta y cuidadosamente la colina, y se deslizó con sigilo entre los guardias. Se sentía en su elemento. Para él era fácil; sabía dónde estaban los guardias y ellos no esperaban que nadie se introdujera en el campamento bajo sus narices. El joven observaba cómo vigilaban y se agachaba cuando miraban en su dirección. Tras superar el cerco de guardias, se fue aproximando al corazón del campamento. Michael se lo había puesto fácil, pues su tienda se encontraba algo apartada de sus hombres. Si hubiera ordenado que la montaran en medio de sus hombres, le habría resultado más difícil. Pero había soldados guardando la tienda. Richard los estudió durante un rato y analizó los puntos débiles, hasta descubrir por dónde podría internarse sin ser visto, manteniéndose a la sombra de la tienda y de las sombras que proyectaban los fuegos. Los guardias miraban hacia la zona iluminada, pues en la oscuridad no podían ver nada.

Richard se acercó con cautela a la tienda amparándose en la negrura de la noche. Al llegar junto a ella, se agachó silenciosamente y aguzó el oído un buen rato para descubrir si había alguien con Michael dentro de la tienda. Oyó el sonido de papeles que se removían y el rumor de la llama de una lámpara, pero no oyó a nadie dentro. Con mucho cuidado practicó un corte diminuto con el cuchillo, lo suficiente para permitirle mirar. Por el orificio vio el costado izquierdo de Michael, sentado a una pequeña mesa plegable, examinando papeles. Apoyaba en una mano su cabeza de rebeldes cabellos. No parecía que en los papeles hubiera nada escrito y, desde donde estaba Richard, le parecieron muy grandes. Probablemente eran mapas.

Tenía que entrar, ponerse de pie ante Michael, hincar una rodilla en el suelo y hacer el saludo antes de que su hermano tuviera tiempo de dar la alarma. Dentro, por debajo de él, había un camastro. Era lo que necesitaba para entrar sin delatarse. Manteniendo la cuerda tensa para que la lona no diera una súbita sacudida hacia atrás, Richard cortó la atadura en un punto situado a la mitad de la altura del camastro, a continuación levantó ligeramente el borde de la lona y, cuidadosamente, rodó sobre sí mismo bajo ella, colocándose detrás del camastro.

Michael oyó algo y se volvió. Richard se levantó delante de una mesilla, mostrándose, con una sonrisa en los labios de felicidad por ver de nuevo a su hermano mayor. Michael volvió repentinamente la cabeza hacia él y sus suaves mejillas palidecieron. Entonces, se puso de pie de un brinco. Richard estaba a punto de ejecutar el saludo, cuando Michael habló:

—Richard… ¿Cómo…? ¿Qué estás haciendo aquí? Me… alegro mucho de verte de nuevo. Todos estábamos tan… preocupados…

La sonrisa murió en los labios de Richard.

Rahl le había dicho que aquellos que le honraban lo verían como quien era realmente. Y Michael, su hermano, lo veía.

Michael era el traidor. Michael era quien había permitido que Richard fuera capturado y sufriera tortura a manos de una mord-sith. Michael era quien iba a entregar a Kahlan y a Zedd a Rahl el Oscuro. Michael era quien iba a entregar a todo el mundo a Rahl el Oscuro. Richard se quedó helado y, al hablar, únicamente le salió un susurro.