—¿Dónde está la caja?
—Ah… pareces hambriento, Richard. Voy a pedir algo de cena para ti. Tenemos que hablar. Hace tanto tiempo que no nos veíamos…
Richard mantenía la mano apartada de la espada, por miedo a usarla. Se recordó a sí mismo que él era el Buscador y que nada más importaba en aquellos momentos. Él no era Richard, sino el Buscador. Tenía una misión. No podía permitirse ser Richard, ni ser el hermano de Michael. Había cosas más importantes en juego; mucho más importantes.
—¿Dónde está la caja? —repitió.
—La caja… bueno… —Michael recorrió la tienda con la mirada—. Zedd me habló de ella. Iba a dármela, pero… entonces, gracias a una especie de piedra creo, descubrió que estabas en D’Hara, y los tres partieron en tu busca. Yo me ofrecí a acompañarlos, pero tuve que quedarme para reunir a los hombres y prepararlos. Zedd se llevó la caja.
Entonces Richard lo supo con toda certeza: Rahl el Oscuro tenía la tercera caja del Destino. Rahl el Oscuro no había mentido.
El Buscador reprimió sus emociones y rápidamente evaluó la situación. Lo único que importaba ya era llegar junto a Kahlan. Si perdía la cabeza, ella sería quien sufriría las consecuencias; ella sería quien sufriría la tortura del agiel. Involuntariamente, surgió en su mente la imagen de la trenza de Denna, pero no le importó. Si eso funcionaba, pues adelante. No podía matar a Michael, no podía arriesgarse a ser capturado por su guardia personal. Ni siquiera podía permitir que Michael supiera que lo había descubierto. De ese modo no lograría nada y pondría en peligro a otros.
Así pues, inspiró profundamente y forzó una sonrisa.
—Bueno, lo importante es que la caja esté a salvo. Eso es lo que cuenta.
Michael recuperó un poco de color y también sonrió.
—Richard, ¿te encuentras bien? Pareces… no sé… distinto. Es como si hubieras… sufrido mucho.
—Más de lo que puedas imaginarte, Michael. —Richard se sentó en el camastro, mientras Michael tomaba de nuevo asiento en la silla, receloso. Vestido con aquellos holgados pantalones blancos y un cinturón dorado tenía todo el aspecto de un discípulo de Rahl el Oscuro. Richard se fijó en los mapas que su hermano estaba examinando. Eran mapas de la Tierra Occidental. Mapas destinados a Rahl el Oscuro—. Sí, estaba en D’Hara, tal como Zedd te dijo, pero escapé. Tenemos que alejarnos todo lo que podamos de D’Hara. Es preciso que encuentre a los demás para impedir que sigan buscándome allí. Tú puedes retirarte con el ejército, para proteger la Tierra Occidental. Gracias por venir en mi ayuda, Michael.
—Eres mi hermano. ¿Qué otra cosa podía hacer? —respondió Michael con una amplia sonrisa.
Con el ardiente dolor de la traición quemándole por dentro, Richard se obligó a sonreír cálidamente a su hermano. En algunos aspectos, eso era peor que si la traidora hubiese sido Kahlan. Michael y él habían crecido juntos y, como hermanos, habían compartido una buena parte de sus vidas. Él siempre había admirado a Michael, siempre lo había apoyado y le había dado su amor incondicional. Aún recordaba cómo solía presumir de hermano ante los otros chicos.
—Michael, necesito un caballo. Debo partir al instante.
—Te acompañaremos; yo y mis hombres. —La sonrisa se hizo más amplia—. Ahora que nos hemos reencontrado, no quiero volver a perderte.
—¡No! —exclamó el Buscador, poniéndose de pie de un salto. Pero inmediatamente se calmó—. No, ya me conoces. Estoy acostumbrado a viajar solo por el bosque. Vosotros sólo me retrasaríais y no tengo tiempo que perder.
—Ni hablar —objetó Michael, mirando subrepticiamente la entrada de la tienda—. Nosotros somos…
—No. Tú eres el Primer Consejero de la Tierra Occidental. Ésa es tu principal responsabilidad, y no cuidar de tu hermano pequeño. Por favor, Michael, regresa con el ejército a la Tierra Occidental. No te preocupes por mí.
—Bueno —contestó Michael, frotándose el mentón—, supongo que tienes razón. Nos dirigíamos a D’Hara únicamente para rescatarte, pero, puesto que ya estás a salvo…
—Gracias por acudir en mi ayuda, Michael. Voy a buscar yo mismo un caballo. Tú sigue con lo que estabas haciendo.
Richard se sentía como el mayor tonto del mundo. Debería haberlo sabido. Debería habérselo imaginado mucho tiempo atrás. Desde aquel discurso en el que Michael declaró que el fuego era enemigo del pueblo. Eso debería haberle abierto los ojos. Kahlan había tratado de advertirle la primera noche. Había tenido razón al sospechar que su hermano estaba de parte de Rahl. Si la hubiera escuchado a ella en lugar de a su corazón…
La Primera Norma de un mago dice que la gente es estúpida, que cree lo que quiere creer. Y él, Richard, había sido el más estúpido de todos. Estaba demasiado enfadado consigo mismo para estarlo con Michael.
Su negativa a aceptar la verdad iba a costarle todo. Ahora ya no le quedaba elección; merecía morir.
Con húmedos ojos prendidos en los de Michael, hincó lentamente una rodilla y le dirigió el saludo del perdedor. Michael puso los brazos en jarras y sonrió.
—Lo recuerdas. Eso fue hace mucho tiempo, hermanito.
—No tanto —replicó Richard, levantándose—. Algunas cosas nunca cambian. Siempre te he querido. Adiós, Michael.
El Buscador sopesó de nuevo la posibilidad de matar a su hermano. Sabía que tendría que hacerlo con la cólera de la espada, pues nunca sería capaz de perdonar a Michael y volver la hoja blanca. Podría perdonarle lo que le había hecho a él, pero lo que había hecho a Kahlan y a Zedd, eso nunca. Pero era más importante ayudar a Kahlan que matar a Michael; no podía correr aquel riesgo sólo para no sentirse tan estúpido. El Buscador atravesó la entrada de la tienda seguido por Michael.
—Al menos, quédate un poco más y come algo. Tenemos que hablar de otras cosas. Aún no estoy seguro de que…
Richard dio media vuelta y se quedó mirando a su hermano, que permanecía de pie delante de la tienda. El campamento estaba envuelto en una tenue neblina. Por la expresión de su hermano, Richard se dio cuenta de que no tenía ninguna intención de dejarlo marchar. Simplemente ganaba tiempo hasta que pudiera llamar a sus hombres y detenerlo.
—Hazlo a mi manera, Michael, por favor. Tengo que irme.
—Soldados, mi hermano va a quedarse con nosotros para que lo protejamos —dijo Michael a sus hombres.
Tres hombres armados se dirigieron hacia él. Richard saltó hacia la maleza y se internó en la negrura de la noche. Los guardias lo siguieron torpemente. No eran hombres de bosque, sino soldados. Richard no quería verse obligado a matarlos, pues, después de todo, eran compatriotas suyos. Así pues, se escabulló al amparo de la oscuridad, mientras el campamento se despertaba con órdenes que se impartían a voz en grito. Pudo oír cómo Michael gritaba que lo detuvieran pero que no lo mataran. Claro que no, quería entregarlo personalmente a Rahl el Oscuro.
Richard se deslizó entre los guardias, dando la vuelta al campamento hacia los caballos. Cortó todas las cuerdas que los sujetaban y montó uno a pelo. Entonces, espantó a los demás gritando y dándoles palmadas en las ancas. Los animales echaron a correr, presas del pánico. Hombres y caballos corrían en todas direcciones. Richard azuzó a su caballo.
El joven dejó atrás el sonido de los frenéticos gritos para internarse en la oscuridad con el rostro húmedo por la neblina y las lágrimas.
47
Las primeras luces del día sorprendieron a Zedd desvelado, con la mente acosada por inquietantes pensamientos. Durante la noche, el cielo se había encapotado y ahora todo apuntaba a que les esperaba una jornada de lluvia. Kahlan dormía profundamente de costado, cerca del mago y con el rostro vuelto hacia él, respirando lentamente. Chase hacía la guardia.
El mundo se estaba desmoronando y él se sentía impotente, como una hoja arrastrada por el viento. Había creído que, después de ser mago durante tantos años, tendría algún control sobre los acontecimientos. Pero no era más que un espectador que contemplaba cómo otros sufrían y eran asesinados, mientras él trataba de guiar a aquellos que podían cambiar las cosas y hacer lo que debía hacerse.