—Coincido contigo plenamente, pero no podemos hacer nada —respondió el mago, lanzando al guardián una severa mirada—. Si interferimos, nos matará. Si das dos pasos hacia ella, te matará antes de que puedas dar un tercero. Es inútil tratar de razonar con una Confesora sumida en la Cólera de Sangre. Sería como tratar de razonar con una tormenta; lo único que conseguirías sería atraer sus relámpagos.
Chase soltó la túnica del mago, lanzando un bufido de frustración y se cruzó de brazos en actitud resignada. Kahlan dio la vuelta a la maza y se la tendió a Demmin Nass por el mango.
—Sujétame esto.
El hombre la cogió y la sostuvo a un lado. Kahlan se arrodilló delante de él, muy cerca.
—Estira las piernas —le ordenó con voz gélida. Entonces, le introdujo una mano en la entrepierna y apretó con fuerza. El hombre se estremeció e hizo una mueca de dolor—. Estate quieto —le advirtió la mujer. Demmin se quedó inmóvil—. ¿A cuántos de los niños que has maltratado has matado?
—No lo sé, ama. No llevo la cuenta. Hace muchos años que lo hago, desde que era joven. No siempre los mato; la mayoría de ellos vive.
—Calcúlalo.
—Entre ochenta y ciento veinte —contestó el hombre tras un instante de reflexión.
Zedd percibió el destello del cuchillo cuando Kahlan lo colocó bajo el hombre. Al oír la respuesta de Demmin Nass, Chase descruzó los brazos, se puso más erguido y tensó los músculos de la mandíbula.
—Voy a cortártelos —susurró Kahlan—. Cuando lo haga, no quiero oír el más mínimo sonido. Ni siquiera un estremecimiento.
—Sí, ama.
—Mírame a los ojos. Quiero ver lo que te hago en tus ojos.
La Confesora tensó el brazo con el que sostenía el cuchillo y, de repente, lo alzó. La hoja apareció manchada de sangre.
Demmin apretó tanto la mano que agarraba la maza que los nudillos se le pudieron blancos. La Madre Confesora se levantó ante él.
—Extiende la mano.
Demmin extendió una temblorosa mano ante ella. Kahlan le puso en ella sus partes, ensangrentadas.
—Cómetelas.
—Bien hecho —susurró Chase, sonriendo satisfecho—. Una mujer que sabe impartir justicia.
Kahlan esperó frente a Demmin a que éste acabara, tras lo cual arrojó el cuchillo a un lado.
—Dame la maza —le dijo.
Demmin obedeció.
—Ama, estoy perdiendo mucha sangre. No sé si podré continuar erguido.
—Eso me disgustaría mucho. Aguanta. Ya falta poco.
—Sí, ama.
—¿Era cierto lo que me dijiste sobre Richard, el Buscador?
—Sí, ama.
—¿Todo? —La voz de Kahlan sonaba fría como la muerte.
Demmin reflexionó un momento para estar seguro.
—Todo lo que os he dicho es cierto, ama.
—¿Hay algo que no me hayas dicho?
—Sí, ama. No os he dicho que la mord-sith, Denna, también lo hizo su compañero. Supongo que fue para torturarlo aún más.
Sobrevino un silencio muy prolongado, Kahlan de pie y Demmin Nass arrodillado ante ella. Zedd apenas podía respirar por el dolor y el nudo que se le había formado en la garganta. Las rodillas le temblaban.
—¿Y estás seguro de que está muerto? —preguntó al fin Kahlan, en voz tan baja que el mago apenas la oyó.
—No vi cómo moría, ama. Pero estoy seguro.
—¿Por qué?
—Me pareció que el amo Rahl tenía ganas de matarlo y, aunque él no lo hubiese hecho, Denna sí. Es la naturaleza de las mord-sith. Sus compañeros viven muy poco tiempo. Me sorprendió verlo aún con vida cuando me marché. Estaba muy malherido. He visto a muy pocos hombres que sobrevivan a varias descargas de un agiel en la nuca.
»Gritó vuestro nombre. La única razón por la que Denna no lo mató antes de ese día fue porque el amo Rahl quería hablar con él primero. Aunque no lo vi con mis propios ojos, ama, estoy seguro. Denna lo controlaba con la magia de su propia espada, por lo que no tenía escapatoria. Denna lo mantuvo con vida más tiempo del habitual, lo torturó más de lo acostumbrado y lo tuvo entre la vida y la muerte más de lo que es normal. Nunca había visto a un hombre durar tanto como él. Por alguna razón, el amo Rahl quería que el Buscador sufriera mucho tiempo y por eso eligió a Denna. Ninguna mord-sith disfruta más que ella con su trabajo y ninguna posee su talento para prolongar el dolor. Las demás no saben mantener con vida a sus mascotas tanto tiempo. Aun suponiendo que Rahl no lo haya matado, no habrá podido sobrevivir siendo el compañero de una mord-sith.
Zedd cayó de rodillas. Notaba cómo el corazón se le rompía y lloró de dolor. Se sentía como si su mundo hubiera acabado y él deseaba acabar con él. Quería morir. ¿Qué había hecho? ¿Cómo había podido meter a Richard en aquello? Precisamente a Richard. Ahora sabía por qué Rahl no lo había matado cuando tuvo oportunidad; porque quería que antes sufriera. Así era Rahl el Oscuro.
Chase se agachó junto al anciano y lo rodeó con un brazo.
—Lo siento, Zedd —le susurró—. Richard también era mi amigo. Lo siento mucho.
—Mírame —dijo Kahlan. La mujer sostenía la maza en alto con ambas manos.
Demmin alzó la mirada hacia ella. Kahlan descargó la maza con todas sus fuerzas. Con un sonido horripilante, el arma se hundió en la frente del hombre y se quedó incrustada. A la mujer se le escapó de las manos mientras Demmin se desplomaba sin vida, como un pelele sin huesos.
Zedd hizo un ímprobo esfuerzo para dejar de llorar y ponerse de pie para recibir a Kahlan, que caminaba hacia ellos. La mujer se detuvo para coger un cuenco de hojalata de una mochila. Se lo tendió a Chase.
—Llénalo hasta la mitad con bayas venenosas.
—¿Ahora? —preguntó extrañado el guardián, mirando el cuenco.
—Sí.
Chase percibió la mirada de advertencia que le lanzaba Zedd. Ya se disponía a marcharse a cumplir el encargo cuando dio media vuelta, cogió su pesada capa negra y se la echó a Kahlan sobre los hombros para cubrir su desnudez. Pronunció su nombre, mirándola fijamente, pero fue incapaz de añadir nada y se marchó.
Kahlan tenía la mirada fija, perdida en la nada. Zedd la rodeó con un brazo y la hizo sentar sobre una estera de dormir. A continuación recuperó lo que quedaba de la blusa de la mujer, la hizo a tiras que después humedeció con el agua de un odre. El mago le limpió la sangre, aplicó un ungüento a algunas de las heridas y magia a otras. Kahlan lo soportó todo sin decir palabra. Al acabar, Zedd le puso los dedos bajo la barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos.
—No ha muerto en vano, querida —le dijo suavemente—. Encontró la caja y salvó a todo el mundo. Recuérdalo como aquel que hizo lo que nadie más hubiera conseguido.
De la densa niebla que envolvía el suelo se levantaba un ligero vapor que empezaba a humedecerles el rostro.
—Sólo recordaré que lo amaba y que nunca pude decírselo.
Zedd cerró los ojos contra el dolor y la carga que suponía ser mago. Chase regresó y ofreció a la mujer el cuenco con las bayas venenosas. Kahlan pidió algo para machacarlas. El guardián sacó rápidamente punta a un grueso palo, dándole una forma que satisfizo a la mujer. Inmediatamente se puso manos a la obra.
En un momento dado se detuvo, como si se le acabara de ocurrir algo, y miró al mago con ojos verdes encendidos.
—Rahl el Oscuro es mío. —Era más que una advertencia; una amenaza.
—Lo sé, querida.
Kahlan continuó machacando las bayas, derramando algunas lágrimas.
—Voy a enterrar a Brophy —dijo Chase a Zedd en voz baja—. Los demás pueden pudrirse.
Kahlan formó una especie de pasta con las bayas, a la que añadió un poco de ceniza del fuego. Al acabar, pidió a Zedd que sostuviera un pequeño espejo mientras ella se pintaba en el rostro los dos relámpagos, símbolos del Con Dar. La magia guiaba su mano. Los relámpagos, idénticos, nacían de la sien, uno a cada lado, la parte superior zigzagueaba sobre la ceja, bajaba por el párpado, zigzagueaba sobre el pómulo y acababa en un punto en la concavidad de la mejilla.