Zedd vislumbró a dos mord-sith, orgullosamente ataviadas en cuero rojo, que se acercaban a ellos por un pasillo lateral. Cuando vieron a Kahlan y los dos relámpagos rojos del Con Dar pintados en la cara, ambas palidecieron, dieron media vuelta y desaparecieron.
Siguieron adelante hasta llegar a una intersección de enormes corredores construida siguiendo el diseño de una rueda. El sol entraba a raudales por las vidrieras de colores que formaban el cubo allá en lo alto y se descomponía en rayos de luz coloreada que iluminaban la grande y tenebrosa zona central.
Kahlan se detuvo, posó sus ojos verdes en el mago y le preguntó:
—¿Por dónde?
Zedd señaló un pasillo de la derecha. Kahlan lo tomó sin dudar.
—¿Cómo conoces el camino? —quiso saber Chase.
—Por dos razones. El Palacio del Pueblo fue construido siguiendo un diseño que reconozco; la forma de un hechizo mágico. Todo el palacio es un enorme encantamiento dibujado en el suelo. Es un sortilegio de poder que protege a Rahl el Oscuro, lo salvaguarda y aumenta su poder. Con él se defiende de otros magos. Yo aquí tengo muy poco poder, podría decirse que estoy indefenso. El corazón del encantamiento es un lugar llamado el Jardín de la Vida. Allí lo encontraremos.
—¿Y la segunda razón? —inquirió Chase, con mirada inquieta.
—Por las cajas —contestó el mago tras un instante de vacilación—. Las cubiertas han sido retiradas. Las siento. Ellas también están en el Jardín de la Vida. —Algo iba mal. Zedd sabía qué era sentir una caja y con dos la sensación sería el doble de intensa. Pero, en realidad, era el triple de intensa.
El mago fue guiando a la Madre Confesora por los pasillos y escaleras. Cada nivel, cada pasillo estaba construido con piedra de un color o tipo únicos. En algunos lugares, las columnas tenían la altura de varios pisos, con galerías entre ellas que daban al corredor. Todas las escaleras eran de mármol, aunque de diferente color. Pasaron junto a estatuas colocadas contra los muros, a ambos lados, a modo de centinelas de piedra. Kahlan, Zedd y Chase caminaron durante varias horas en dirección al corazón del Palacio del Pueblo. Debían avanzar dando rodeos, pues no había modo de llegar al centro andando en línea recta.
Por fin, llegaron ante unas puertas de madera, revestidas de oro, con una escena campestre tallada. Kahlan se detuvo y miró al mago.
—Aquí es, querida. El Jardín de la Vida. Las cajas están dentro. Y Rahl el Oscuro también.
—Gracias, Zedd —le dijo la mujer, mirándolo al fondo de los ojos—, y a ti también, Chase.
Kahlan se volvió hacia la puerta, pero Zedd la detuvo poniéndole suavemente una mano en el hombro y obligándola a mirarlo.
—Rahl el Oscuro sólo tiene dos cajas. Pronto estará muerto. Sin tu ayuda.
Los ojos de Kahlan eran dos pozos de gélido fuego entre el calor de los dos relámpagos rojos que destacaban en su resuelta faz.
—En ese caso, debo darme prisa. —Con estas palabras, empujó las puertas y entró en el Jardín de la Vida.
49
La fragancia de las flores los envolvió cuando entraron en el Jardín de la Vida. Zedd supo de inmediato que algo iba mal. No había duda; las tres cajas estaban allí. Se había equivocado. Rahl tenía las tres cajas del Destino. El mago percibió asimismo otra cosa, algo fuera de lugar, pero, con su poder disminuido, no podía fiarse de aquella sensación. Con Chase a los talones, Zedd siguió a Kahlan, que caminaba por el sendero entre los árboles, y pasaba por delante de muretes cubiertos de plantas trepadoras y vistosas flores. Finalmente llegaron a una extensión de hierba. Kahlan se detuvo.
En el prado había un círculo de arena blanca. Era arena de hechicero. Zedd nunca había visto reunida tal cantidad. De hecho, no había visto más que un puñado en toda su vida. Lo que allí había valía más que diez reinos. Los granos de arena reflejaban diminutas motas de centelleante luz. Cada vez más asustado, Zedd se preguntó para qué necesitaba Rahl tanta arena de hechicero y qué hacía con ella. El mago apenas podía apartar la mirada.
Más allá de la arena de hechicero, se alzaba un altar de sacrificios. Encima del altar de piedra, se encontraban las tres cajas del Destino. Zedd comprobó con sus propios ojos que, efectivamente, las tres cajas estaban allí, reunidas, y le pareció que su corazón dejaba de latir por un instante. Las tres cubiertas habían sido retiradas y cada caja era tan negra como la noche.
Frente a las cajas, dándoles la espalda, estaba Rahl el Oscuro. Zedd se enfureció al ver a la persona que había matado a Richard. Los rayos del sol, que caían directamente sobre él tras atravesar el techo de cristal, iluminaban la túnica blanca que llevaba y sus largos cabellos rubios, arrancándoles destellos. Rahl estaba admirando las cajas, los premios que había ganado.
Zedd sintió que la cara le ardía. ¿Cómo había encontrado Rahl la última caja? ¿Cómo la había conseguido? Pero enseguida olvidó estas y otras preguntas, pues ya eran irrelevantes. La cuestión era qué hacer. Ahora que ya tenía las tres, Rahl podía abrir una. El mago vio cómo Kahlan miraba fijamente a Rahl el Oscuro. Si la Madre Confesora conseguía tocar a Rahl con su poder, aún podían salvarse. Pero Zedd dudaba que Kahlan tuviera suficiente poder. En aquel palacio y especialmente en aquel jardín, Zedd notaba que su propio poder era casi inexistente. Todo el palacio era un gigantesco hechizo contra cualquier mago que no fuese Rahl. Solamente Kahlan podía detener a Rahl el Oscuro. El anciano percibió la Cólera de Sangre que emanaba de la mujer y la furia que hervía en ella.
Kahlan echó a andar por el prado. Zedd y Chase la siguieron, pero, cuando casi habían llegado al círculo de arena, frente a Rahl, la mujer dio media vuelta y puso una mano en el pecho del mago.
—Vosotros dos esperadme aquí.
Zedd sintió la cólera en los ojos de Kahlan y la comprendió, porque eso era justamente lo que él sentía. También sentía el dolor por la pérdida de Richard.
Al levantar de nuevo la vista, el mago se encontró mirando los azules ojos de Rahl el Oscuro. Ambos se sostuvieron la mirada un instante, pero enseguida Rahl posó los ojos en Kahlan, que bordeaba el círculo de arena con un semblante de calma total.
—¿Qué pasará si esto no funciona? —preguntó Chase a Zedd en un susurro.
—Moriremos.
Zedd sintió que sus esperanzas aumentaban al ver la expresión de alarma que se dibujó en el rostro de Rahl el Oscuro. Era alarma y también miedo al ver a Kahlan pintada con los dos relámpagos que simbolizaban el Con Dar. Zedd sonrió. Rahl el Oscuro no había contado con eso y, al parecer, estaba asustado.
La alarma impulsó a Rahl a actuar. Cuando la mujer se le acercó, Rahl el Oscuro desenvainó la Espada de la Verdad, que salió de su vaina con un siseo. La hoja estaba blanca. Rahl la alzó frente a sí, amenazando a Kahlan con la punta del acero.
Se encontraban demasiado cerca de su objetivo para fallar. Zedd tenía que ayudarla, ayudarla para que Kahlan usara lo único que podía salvarlos a todos. El mago hizo acopio de toda la fuerza que le quedaba, que no era ni mucho menos tanta como hubiera deseado, y lanzó un rayo de luz por encima del círculo de arena blanca. El esfuerzo le costó todo el poder que le quedaba. El rayo de luz azul impactó en la espada y la arrancó de manos de Rahl. El arma voló en el aire y aterrizó a bastante distancia. Rahl el Oscuro gritó algo a Zedd y luego se volvió hacia Kahlan para decirle algo, pero ni uno ni otra lo entendieron.
Rahl fue reculando ante el avance de Kahlan. Al chocar contra el altar ya no pudo seguir retrocediendo. El hombre se pasó los dedos por el pelo, mientras Kahlan se detenía ante él.
La sonrisa de Zedd se esfumó. Algo iba mal. La forma en que Rahl se había pasado los dedos por el pelo le recordaba algo.
La Madre Confesora alargó un brazo y agarró a Rahl el Oscuro por la garganta.