Выбрать главу

—Esto es por Richard.

Zedd abrió mucho los ojos y se quedó helado. Ahora comprendía qué andaba mal. El mago ahogó una exclamación.

Ése no era Rahl el Oscuro. Tenía que avisar a Kahlan.

—¡Kahlan, no! ¡Detente! ¡Es…!

En el aire hubo un impacto, un trueno silencioso. Las hojas de los árboles vibraron y la hierba se agitó, formando una onda que nació en el centro y se fue extendiendo hacia los bordes del prado.

—¡… Richard! —Era demasiado tarde. El dolor atenazó al mago.

—Mi ama —susurró Richard, cayendo de rodillas delante de Kahlan.

Zedd se quedó paralizado. La desesperación ahogó la euforia que le producía saber que Richard seguía vivo. Entonces, se abrió una puerta en un muro lateral, cubierta por enredaderas, y por ella apareció el verdadero Rahl el Oscuro, seguido por Michael y dos fornidos soldados. Kahlan parpadeó, confundida.

La red hostil flaqueó y, en medio de un resplandor, quien antes era Rahl el Oscuro apareció de nuevo como quien realmente era: Richard.

Kahlan abrió los ojos, horrorizada, al mismo tiempo que retrocedía. El poder del Con Dar vaciló y se extinguió. La mujer lanzó un grito angustiado por lo que acababa de hacer.

Los dos soldados se colocaron tras ella. Chase se dispuso a empuñar la espada inmediatamente, pero se quedó paralizado antes de que la mano tocara la empuñadura. Zedd alzó ambas manos, pero ya no le quedaba ningún poder. Nada ocurrió. El mago echó a correr hacia ellos, pero, apenas había dado dos pasos cuando chocó contra un muro invisible. Estaba encerrado como un prisionero en una celda de piedra. Zedd se enfureció consigo mismo por haber sido tan estúpido.

Al darse cuenta de lo que había hecho, Kahlan arrebató a uno de los guardias el cuchillo que llevaba al cinto. Lanzó un gritó angustiado y lo alzó con ambas manos, dispuesta a clavárselo.

Michael la cogió por detrás, le arrancó el cuchillo de las manos y se lo puso contra el cuello. Richard se lanzó furioso contra su hermano, pero se estrelló contra un muro invisible y cayó al suelo. Kahlan había invertido toda su energía en el Con Dar y ahora estaba demasiado débil para resistirse, por lo que se desplomó, deshecha en lágrimas. Uno de los soldados la amordazó para que ni siquiera pudiera musitar el nombre de Richard.

El joven, de rodillas, se aferró a la túnica de Rahl el Oscuro y, alzando la mirada hacia él, le suplicó:

—¡No le hagáis daño, por favor! ¡A ella no!

—Me alegra mucho verte de vuelta, Richard —respondió Rahl el Oscuro, poniéndole una mano encima del hombro—. Estaba seguro de que volverías. Me alegra que hayas decidido ayudarme. Admiro tu lealtad hacia tus amigos.

Zedd estaba desconcertado. ¿Qué ayuda podría necesitar Rahl el Oscuro de Richard?

—Por favor —suplicaba Richard, sollozando—, no le hagáis daño.

—Eso solamente depende de ti. —Rahl alejó las manos de Richard de su túnica.

—¡Haré lo que sea, pero no le hagáis daño!

Rahl el Oscuro sonrió, se lamió las yemas de los dedos y, con la otra mano, acarició los cabellos de Richard.

—Siento que haya tenido que ser así, Richard. De veras que lo siento. Hubiera sido un placer tener cerca al Richard que eras antes. Tal vez te convierta en algo agradable, algo que te gustaría ser, por ejemplo un perrito faldero. Aunque tú no te des cuenta, tú y yo nos parecemos mucho. Pero me temo que has sido víctima de la Primera Norma de un mago.

—No hagáis daño al ama Kahlan, por favor —sollozó Richard.

—Si haces lo que yo digo, te prometo que la trataré bien. Incluso, es posible que te permita dormir en nuestro dormitorio, para que veas que cumplo mi palabra. Estoy pensando que, quizá, pondré a mi primogénito tu nombre, por haberme ayudado. ¿Te gustaría eso, Richard? Richard Rahl. Irónico, ¿no crees?

—Haced conmigo lo que queráis, pero, por favor, no hagáis daño al ama Kahlan. Decidme qué queréis que haga. Por favor.

—Paciencia, hijo —replicó Rahl el Oscuro, dándole unas palmaditas en la cabeza—. Espera aquí.

Rahl dejó a Richard de rodillas y rodeó el círculo de arena blanca, hacia Zedd. El anciano notó que los ojos azules de su enemigo lo taladraban, y se sintió vacío, hueco.

Rahl se detuvo frente a él, se lamió los dedos y, acto seguido, se alisó las cejas.

—¿Cómo te llamas, Anciano?

Zedd le devolvió la mirada, todas sus esperanzas destruidas.

—Zeddicus Zu’l Zorander. Yo soy quien mató a tu padre —declaró, alzando el mentón.

—Lo sé. ¿Sabes que tu fuego mágico también me quemó a mí? ¿Sabes que estuviste a punto de matarme cuando no era más que un niño? ¿Sabes que sufrí atrozmente durante meses? ¿Y sabes que aún conservo las cicatrices de lo que me hiciste, tanto por fuera como por dentro?

—Lamento haber hecho daño a un niño, fuera quien fuese. Pero, en este caso, lo considero un castigo anticipado.

Rahl conservaba una expresión agradable en el rostro y sonreía levemente.

—Tú y yo vamos a pasar mucho tiempo juntos. Voy a enseñarte todo el dolor que soporté y más. Así sabrás qué sentí.

—Nada de lo que me hagas podrá igualar el dolor que ya siento —repuso el Anciano, mirándolo con amargura.

—Eso ya lo veremos —lo amenazó Rahl el Oscuro. Se lamió las yemas de los dedos y dio media vuelta.

Presa de la desesperación, Zedd contempló frustrado cómo Rahl se colocaba de nuevo frente a Richard.

—¡Richard! —gritó—. ¡No lo ayudes! ¡Kahlan preferiría morir antes de que tú lo ayudaras!

El joven lanzó al mago una mirada vacua, pero enseguida alzó otra vez la vista hacia Rahl el Oscuro.

—Haré lo que sea, pero no le hagáis daño.

—Levántate. Te doy mi palabra, hijo, si haces lo que te digo. —Richard asintió—. Recita el Libro de las Sombras Contadas.

Zedd se tambaleó por la impresión. Richard se volvió hacia Kahlan.

—¿Qué debo hacer, ama?

Kahlan se debatió en brazos de Michael, tratando de alejar el cuchillo que éste sostenía contra su garganta y gritó algo, pero la mordaza ahogaba sus palabras.

—Recita el Libro de las Sombras Contadas, Richard, o diré a Michael que le corte los dedos, uno a uno. Cuanto más tiempo guardes silencio, más daño sufrirá —le dijo Rahl el Oscuro con voz suave.

Richard se volvió de repente hacia Rahl, con el pánico reflejado en los ojos.

—«La verificación de la autenticidad de las palabras del Libro de las Sombras Contadas en caso de no ser leídas por quien controla las cajas, sino pronunciadas por otra persona, sólo podrá ser realizada con garantías mediante el uso de una Confesora…».

Zedd se dejó caer al suelo. No podía creer lo que estaba oyendo. A medida que escuchaba a Richard recitar el libro, se daba cuenta de que era cierto, pues la sintaxis de un libro de magia resultaba inconfundible. Era imposible que Richard se lo estuviera inventando. Era el Libro de las Sombras Contadas. A Zedd ya no le quedaban fuerzas ni para maravillarse de que Richard se lo supiera de memoria.

El mundo que conocían tocaba a su fin. Aquél era el primer día del reinado de Rahl. Todo estaba perdido. Rahl el Oscuro había ganado. El mundo era suyo.

Zedd escuchaba a Richard sentado, sintiéndose aturdido. Algunas de las palabras eran mágicas en sí mismas y nadie, excepto alguien que poseyera el don, podría retenerlas en la mente, pues la magia lo borraría todo al llegar a determinados vocablos mágicos. Era una protección contra circunstancias imprevistas, para evitar que el primero que pasara se hiciera con la magia del libro. El hecho de que Richard fuese capaz de recitarlo era una prueba de que había nacido con un don mágico. Había nacido de la magia y para ella. Por mucho que la odiara, Richard era magia, tal como las profecías anunciaban.

Zedd lamentó lo que había hecho. Lamentó haber tratado de proteger a Richard de las fuerzas que, de haber sabido ver quién era él, habrían intentado utilizarlo. Los que nacían con el don siempre eran vulnerables en su infancia y primera juventud. Deliberadamente, Zedd había evitado enseñar a Richard, para impedir que esas fuerzas lo descubrieran. Él siempre había temido, y esperado, que Richard poseyera el don, pero confiaba en que no se manifestaría hasta que llegara a la edad adulta. Entonces, Zedd tendría tiempo para enseñarle, cuando fuese lo suficientemente fuerte y mayor. Antes de que lo matara. Había sido un esfuerzo inútil; no había servido para nada. En su fuero interno, Zedd siempre había sabido que Richard poseía el don, que era alguien especial. Todos quienes lo conocían sabían que Richard era alguien especial, excepcional. Estaba marcado por la magia.