Chase era un hombre fornido, sin barba ni bigote y con una mata de pelo castaño claro que seguía siendo tan espesa como cuando era joven. Sólo los cabellos grises de las patillas delataban el paso del tiempo. Sus pobladas cejas sombreaban unos ojos de intenso color marrón que lanzaban lentas miradas de soslayo mientras hablaba y que no perdían detalle. Esa costumbre daba a la gente la impresión —totalmente equivocada— de que no prestaba atención. Pese a su corpulencia, Richard sabía que Chase era temiblemente rápido cuando era preciso. El guardián del Límite llevaba un par de cuchillos a un lado del cinturón y una maza de guerra de seis puntas al otro. La empuñadura de una espada corta sobresalía de su hombro derecho y a la izquierda llevaba una ballesta con un juego de flechas con punta de acero y lengüeta que colgaba de una correa de cuero.
—Parece que no quieres perderte la ocasión de comer gratis —comentó Richard, enarcando una ceja.
—No será aquí, como invitado —replicó Chase poniéndose serio y mirando a Kahlan.
Richard se apercibió de lo embarazoso de la situación, cogió a la mujer por el brazo y la hizo avanzar. Ella se aproximó a Chase sin ningún temor.
—Chase, ésta es mi amiga Kahlan —la presentó, al tiempo que le dirigía una sonrisa—. Kahlan, te presento a Dell Marcafierro, aunque todo el mundo lo llama Chase. Es un viejo amigo mío. Con él estamos totalmente seguros. —Y volviéndose hacia Chase añadió—: Puedes confiar en ella.
Kahlan miró al hombretón, le sonrió y lo saludó con una inclinación de cabeza.
Chase la imitó, y así quedaron hechas las presentaciones. La palabra de Richard era toda la garantía que necesitaban. Los ojos del guardián recorrieron la multitud y se detuvieron en varios invitados. Deseoso de sustraerse del interés que despertaban, empujó a sus amigos a un lado, hacia las sombras, apartándolos de los escalones iluminados por el sol.
—Tu hermano ha convocado a todos los guardianes del Límite. —Chase hizo una pausa y volvió a mirar alrededor—. Quiere que nos convirtamos en su guardia personal.
—¡¿Qué?! ¡Pero eso es absurdo! —Richard no daba crédito a lo que había oído—. Ya tiene a la milicia local y al ejército. ¿Para qué necesita a un puñado de guardianes del Límite?
—Sí, ¿para qué? —Chase llevó la mano izquierda a uno de los cuchillos. Como de costumbre, su rostro no dejaba traslucir ninguna emoción—. Tal vez nos quiere a su alrededor para aparentar. La gente nos teme. Desde que tu padre fue asesinado no has salido del bosque. No es ningún reproche; seguramente yo habría hecho lo mismo. Lo único que digo es que no has estado por aquí. Han sucedido cosas muy extrañas, Richard. Hay gente que llega y se va en plena noche. Michael los llama «ciudadanos preocupados» y dice disparates sobre conspiraciones contra el gobierno. Tiene a los guardianes en pie de guerra.
Richard miró alrededor y no vio a ninguno, aunque sabía que eso no quería decir nada. Si un guardián del Límite no quería ser visto, uno podría tenerlo ante sus narices y no verlo.
Chase tamborileó con los dedos en el mango del cuchillo mientras contemplaba cómo Richard escudriñaba a su alrededor.
—Créeme, mis chicos están ahí fuera.
—¿Y cómo sabes que Michael no tiene razón? Después de todo, el padre del nuevo Primer Consejero ha sido asesinado.
—Conozco la Tierra Occidental como la palma de mi mano —replicó Chase con su más cumplida mirada de desdén—. No hay ninguna conspiración. Si la hubiera, quizás incluso resultara divertido, pero creo que no soy más que una pieza más de la decoración. Michael me dijo que «estuviera visible». —El rostro del guardián se endureció—. Y en cuanto al asesinato de tu padre, bueno, George Cypher y yo nos conocíamos desde hacía mucho tiempo, antes de que tú nacieras, antes incluso del Límite. George era un buen hombre y yo me enorgullecía de poder llamarlo «amigo». —Sus ojos ardieron de rabia. El guardián se apoyó sobre la otra pierna y echó otro vistazo alrededor antes de fijar de nuevo su fiera expresión en Richard—. He retorcido algunos dedos con la fuerza suficiente para lograr que ciertas personas revelaran el nombre del culpable, aunque fuera su propia madre. Créeme, nadie sabe nada, y a más de uno le hubiera gustado poder decirme algo para abreviar nuestra... charla. Es la primera vez que persigo a alguien y no encuentro la más mínima pista. —Chase cruzó los brazos y su mueca burlona reapareció mientras estudiaba a Richard de la cabeza a los pies—. Y cambiando de tema, ¿de dónde sales con esa pinta? Pareces uno de mis clientes.
—Hemos estado en el Alto Ven —respondió Richard tras lanzar una mirada a Kahlan—. Nos atacaron cuatro hombres.
—¿Algún conocido? —inquirió Chase enarcando una ceja.
Richard negó con la cabeza.
—¿Y adónde se fueron esos tipos después de asaltaros? —preguntó el guardián con el entrecejo fruncido.
—¿Conoces la vereda que cruza el Despeñadero Mocho?
—Pues claro.
—Los encontrarás en las rocas del fondo. Tenemos que hablar.
Chase descruzó los brazos y miró fijamente a la pareja.
—Iré a echar un vistazo. —Sus cejas formaron una uve—. ¿Cómo lo hicisteis?
—Supongo que los buenos espíritus nos ampararon —repuso Richard tras intercambiar una fugaz mirada con Kahlan.
—¿De veras? —Chase los miró con suspicacia—. Bueno, será mejor que esperes un poco antes de decírselo a Michael. Dudo que él crea en los buenos espíritus. Si lo consideráis necesario —añadió, estudiando ambos rostros—, os podéis quedar en mi casa. Allí estaréis seguros.
Richard pensó en la caterva de hijos de Chase y supo que no quería ponerlos en peligro. Pero, como tampoco deseaba discutir con su amigo, simplemente asintió.
—Será mejor que entremos. Seguro que Michael me echa en falta.
—Una cosa más —apuntó Chase—. Zedd quiere verte. Está muy preocupado por algo. Dice que es muy importante.
Richard miró por encima del hombro y volvió a ver la extraña nube con forma de serpiente.
—Yo también debo verlo —dijo, dándose media vuelta y disponiéndose a marcharse.
—Richard —Chase lo detuvo con una mirada que hubiera dejado fulminado a cualquier otro—, dime qué hacías en el Alto Ven.
—Lo mismo que tú —contestó el joven sin amilanarse—. Buscar una pista.
—¿Y la encontraste? —Chase suavizó el gesto y volvió a esbozar una media sonrisa.
—Sí —asintió Richard al tiempo que alzaba la mano derecha roja y herida—, y muerde.
Ambos se dieron media vuelta y se mezclaron con la multitud. Cruzaron la entrada y se encaminaron al elegante salón central por un suelo de mármol blanco. Las paredes y las columnas, asimismo de mármol, emitían un frío e inquietante resplandor a la luz de los rayos del sol que entraban por la claraboya. Richard siempre había preferido la calidez de la madera, pero Michael afirmaba que cualquiera podía hacer cualquier cosa con madera, pero que si uno quería mármol tenía que contratar a un montón de personas que vivían en casas de madera para que hicieran el trabajo. Richard recordaba que antes de que muriera su madre, él y Michael solían jugar en el barro a construir casas y fuertes con ramitas. Entonces Michael lo ayudaba, y ahora Richard volvía a necesitar su ayuda, desesperadamente.
Algunos conocidos lo saludaron, pero Richard sólo respondía con una sonrisa inexpresiva o un rápido apretón de manos. Al joven le sorprendió que Kahlan, siendo como era de una tierra extraña, se sintiera tan cómoda entre tanta gente bien. Ya se le había ocurrido que ella debía de ser alguien importante, pues las bandas de asesinos no se toman tantas molestias por alguien insignificante.
A Richard le costaba sonreír a todo el mundo. Si los rumores de que había unos seres que provenían del Límite eran ciertos, toda la Tierra Occidental corría grave peligro. Los campesinos que habitaban las zonas aisladas del valle del Corzo ya no se atrevían a salir de noche y contaban historias de personas que habían sido devoradas. Richard había tratado de convencerlos de que esas personas habían muerto de muerte natural y luego los animales salvajes habían comido de los cuerpos. Era algo corriente. Pero los campesinos arguyeron que se trataba de bestias del cielo. Richard le quitó importancia diciendo que eran tontas supersticiones.