Habíamos tomado una suite. Dos habitaciones, Ned y yo en una, Timothy y Oliver en la otra. Dejé caer mi ropa en un montón y me metí en la cama. No tenía mucho sueño, demasiada comida: espantoso. Agotado como estaba, me quedé relativamente despierto, en un estado de sopor. La cena, demasiado cara, pesaba como una piedra en mi estómago. Una buena vomitona, decidí unas horas más tarde, sería lo mejor. Me levanté desnudo y me dirigí titubeando hacia el cuarto de baño que separaba las dos habitaciones. En el oscuro pasillo me encontré con una visión aterradora. Una chica desnuda, más alta que yo, con los pechos pesados y oblongos, caderas asombrosamente anchas, una corona de pelo castaño y rizado. ¡Una aparición nocturna! ¡Un fantasma engendrado por mi calenturienta imaginación!
—¡Hola, guapetón! —me dijo guiñándome un ojo, pasando ante mí en medio de una nube de perfume y olor a carne. Quedé atontado, la mirada fija sobre sus opulentas nalgas hasta que cerró la puerta del cuarto de baño. Temblaba de frío y de lubricidad. Ni el ácido me había provocado nunca semejante alucinación. ¿Aquel restaurante francés era más fuerte que el LSD? ¡Era bella, bien hecha, elegante! Oí la cadena y el agua del retrete, miré hacía la otra habitación. Mis ojos estaban ya acostumbrados a la oscuridad. Lencería femenina por todas partes. Timothy roncaba en su cama. En la otra, Oliver, y sobre su almohada una segunda cabeza, femenina. No era una alucinación. ¿Dónde habían encontrado a aquellas chicas? ¿En la habitación de al lado? No. Empezaba a comprender. Unas call-girls proporcionadas por la dirección del hotel. La fiel tarjeta de crédito ha servido una vez más. Timothy obtiene de la civilización americana un partido que yo, pobre estudiante del ghetto, nunca podría soñar con tener. ¿Necesitas una chica? Coges el teléfono y no tienes más que pedir una. Tenía seca la garganta y la verga tiesa. Sentía tronar mis tripas. Timothy está dormido. Muy bien, ya que la han contratado para toda la noche, la tomaré prestada un momento. Cuando salga del baño, iré decidido hacia ella, una mano en el pecho, la otra en el culo, la hablaré con voz cavernosa tipo Bogart y la invitaré a que se acueste conmigo. Qué os habéis creído. La puerta se abrió. Salió contoneándose, los pechos balanceándose, ding-dong, ding-dong. Otro guiño. Pasó por delante de mí. Desapareció. Mis manos se cerraron en el vacío. Su espalda arqueada acababa en dos nalgas asombrosamente carnosas; perfume barato; andaba suavemente siguiendo el ritmo de su contoneo. La puerta de la habitación se cerró en mis narices. Está alquilada, pero no para mí. Es de Timothy. Entré en el cuarto de baño, me arrodillé ante el trono, y me pasé una eternidad intentando vomitar. Después, volví a mi cama con mis sueños fríos de intento fallido.
Por la mañana, ya no había ninguna chica a la vista. Estábamos en la carretera antes de las nueve. Oliver conducía. Próxima escala, Saint Louis. Me hundía en una morbosidad apocalíptica. Hubiera roto imperios aquella mañana si hubiera tenido el dedo sobre el botón adecuado. Hubiera liberado al Doctor Strangelove o al lobo Fenris. Hubiera hecho saltar en pedazos al universo entero si me hubieran dejado.
12. OLIVER
Durante cinco horas he conducido sin parar. Los demás querían bajar constantemente, para mear, para estirar las piernas, para comprar hamburguesas, para hacer esto o lo otro, pero no les he hecho ni caso, he seguido conduciendo sin despegar el pie del acelerador, los dedos posados ligeramente sobre el volante, la espalda completamente recta, la cabeza casi inmóvil, manteniendo la vista sobre un punto fijo a ocho o diez kilómetros ante mí sobre la misma carretera. Me encontraba poseído por el ritmo del movimiento. Era casi algo sexuaclass="underline" el largo y liso coche se lanzaba hacia delante violando a la autopista, y yo iba al volante. Sentía verdadero placer. Por un instante di un ligero bandazo. La víspera no estaba a tono, demasiado esfuerzo con aquellas putas que Timothy había conseguido. ¡Oh! A pesar de todo, conseguí hacerlo tres veces, pero solamente porque era eso lo que se esperaba de mí, y porque mi tacañería granjera no me permitía derrochar el dinero de Timothy. Tres golpes, como decía la chica: «Damos otro golpe más, lobo mío.» Pero el esfuerzo sostenido y constante de los cilindros era prácticamente una relación sexual entre el coche y yo, era el éxtasis. Ahora creo comprender lo que siente un fanático de las motos. Más, más y más. El pulso saltaba por encima de uno. Hemos tomado la carretera 66, que pasa por Joliet, Bloomington, Springfield. Poca circulación. En algunos sitios, colas de camiones; pero, aparte de eso, no gran cosa. Los postes de telégrafos desfilan uno tras otro, plíc, plíc, plic. Un kilómetro cada cuarenta segundos, cuatrocientos kilómetros en cinco horas, incluso para mí supone una excelente media en las carreteras del este. Campos desnudos y llanos, algunos todavía con nieve. En el gallinero, refunfuñaban. Eli me llamaba asquerosa máquina de conducir, Ned me incordiaba para que me parara. Me hice el loco. Por fin me han dejado tranquilo. Timothy ha ido durmiendo la mayor parte del tiempo. Yo era el rey de la carretera. Al mediodía comprobamos que estaríamos en Saint Louis en dos horas. Habíamos previsto pararnos allí, pero ya no tenía ningún sentido, y, cuando Timothy se despertó, sacó los mapas y las guías turísticas y empezó a buscar las siguientes etapas. Eli y él pelearon por la forma en que había arreglado el asunto. No presté mucha atención. Creo que Eli quería que fuéramos a Kansas City al salir de Chicago, en lugar de bajar hacia Saint Louis. Hace tiempo que yo hubiera podido decirles lo mismo, pero me importaba poco la carretera que cogiéramos. Y, además, no me apetecía demasiado volver a pasar por Kansas. Cuando preparó el itinerario, Timothy no se dio cuenta de que Saint Louis estaba tan cerca de Chicago. Cerré mis escotillas para no escuchar sus peloteras. Luego estuve pensando en algo que Eli había dicho la noche anterior mientras hacíamos de turistas por las calles de Chicago. No andaban todo lo deprisa que yo quería, y estaba intentando empujarles para que aceleraran. Eli me dijo: