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¿Qué van a tomar? Esta noche nada de escalopes de ternera ni de pato con cerezas. Hamburguesas como suelas, café aceitoso. Comemos en silencio. Después volvemos silenciosamente a nuestras camas. Nos desnudamos, la ropa está húmeda del sudor. Luego una ducha. Eli primero, después yo. La puerta que une las dos habitaciones puede abrirse, de hecho, está abierta. Unos golpes sordos provienen del otro lado: Oliver, desnudo, arrodillado ante el televisor, manosea los botones. Le contemplo. Las nalgas tensas, la ancha espalda, los genitales colgándole entre los musculosos muslos. Rechazo mis lúbricos pensamientos. Estos tres humanistas han resuelto de una vez por todas el problema de convivir con un amigo bisexual. Hacen como si mi enfermedad, mi estado, no existiera, y ajustan su comportamiento a este principio. Primera regla liberaclass="underline" no ser paternalista con los tarados. Hacer como si el ciego viera, como si el negro fuera blanco, como si el marica no sintiera escalofríos ante el blanco culo de Oliver. Nunca le he hecho proposiciones abiertas, pero lo sabe muy bien. No es tan estúpido como para no darse cuenta.

¿Por qué estamos todos tan deprimidos esta noche? ¿Por qué esta falta de confianza?

Eli ha debido contagiarnos. Ha estado todo el día con un humor siniestro, perdido en abismos de desaliento existencial. Pienso que se trata de una melancolía personal nacida de las dificultades de Eli para integrarse en su entorno inmediato y en el cosmos en general; una melancolía que está sutil, insidiosamente, generalizada entre nosotros. Se presenta con la forma de una cuádruple duda:

1. ¿Por qué nos hemos molestado en hacer este viaje?

2. ¿Qué esperamos ganar exactamente?

3. ¿Podemos encontrar lo que verdaderamente buscamos?

4. Y, si lo encontramos, ¿lo queremos?

Y otra vez al principio, el trabajo de la autopersuasión. Eli ha vuelto a sacar todos sus documentos y los estudia atentamente: el manuscrito de su traducción de El Libro de los Cráneos, la fotocopia del artículo que le ha llevado a asociar el sitio a donde nos dirigimos en Arizona con el antiguo culto representado en el libro, así como toda una masa de documentos y referencias periféricas. Al cabo de un momento levantó la cabeza y leyó:

Todo lo que se conoce en medicina no es nada comparado con lo que queda por conocer. Podríamos evitarnos infinitud de enfermedades, tanto del cuerpo como de la mente, y probablemente la debilidad de la vejez, si tuviéramos suficiente conocimiento de sus causas y de todos los remedios que la naturaleza nos ha dado,

Está escrito por Descartes en El Discurso del Método. Y también de Descartes es lo siguiente, escrito a la edad de cuarenta y dos años, en una carta al padre de Huygens:

Nunca he tenido tanto interés como ahora en conservarme, y en lugar de mis anteriores ideas de que la muerte lo único que podía hacer era quitarme unos treinta o cuarenta años de vida como mucho, desde ahora no me sorprendería que me quitara la esperanza de más de un siglo. Me parece ver de forma evidente que si ahorráramos solamente determinadas faltas, que acostumbramos a cometer en el régimen de nuestra vida, podríamos, sin más, conseguir una vejez mucho más larga y feliz.

No es la primera vez que oigo eso. Eli nos lo leyó hace tiempo. La decisión de hacer el viaje a Arizona ha madurado con mucha lentitud y ha ido acompañada de infinidad de discusiones pseudofilosóficas. Repetí lo mismo que dije entonces:

—Descartes murió a los cincuenta y cuatro años.

—Un accidente. Por sorpresa. Además, todavía no había perfeccionado su teoría sobre la longevidad.

—Es una lástima que no trabajara más deprisa —dijo Timothy.

—Sí, es una lástima para todos nosotros —respondió Eli—. Pero tenemos a los Guardianes de los Cráneos para dirigirnos a ellos. Ellos sí que han tenido tiempo para perfeccionar su técnica.

—Eso lo dices tú.

—Porque estoy seguro —dijo Eli intentando tomar un aire convincente. Y el proceso, tan familiar, comienza de nuevo. Eli, erosionado por el cansancio, titubeante y al borde del escepticismo, vuelve a sacar sus argumentos para intentar ordenar su cabeza. Con las manos tendidas hacia delante, abiertas, y gesto pedagógico—: Estamos todos de acuerdo en que la frivolidad no es admisible, el pragmatismo debe eliminarse, la incredulidad sofisticada está ya superada. Todos hemos intentado esas actitudes. Y no conducen a nada. Nos alejan de lo fundamental. No responden a las verdaderas cuestiones. Nos hacen parecer buenos y cínicos, pero igual de ignorantes, ¿estamos de acuerdo?

Oliver, con mirada fija, asiente. Timothy hace lo mismo mientras bosteza. Incluso yo opino con una sonrisa sarcástica.

Eli continúa:

—En nuestra vida moderna ya no quedan misterios. La generación científica ha acabado con todo. La purga racionalista va a la caza de lo inverosímil y de lo inexplicable. La religión se ha vuelto hueca en los últimos cien años. Dios ha muerto, dicen. Eso seguro: matado, asesinado. Miradme: soy judío. He recibido lecciones de hebreo como un buen muchacho, he leído el Thorá, he hecho mi Bar Mitzvah, me han regalado plumas estilográficas… pero, ¿me han hablado alguna vez de Dios en algún contexto que sea digno de ser escuchado? Dios fue alguien que habló a Moisés. Dios fue una columna de fuego hace cuatro mil años. ¿Dónde está Dios ahora? No es precisamente a un judío a quien hay que hacerle esa pregunta. Hace muchísimo tiempo que no le vemos. Adoramos sus órdenes, sus leyes dietéticas, sus costumbres, las palabras de la Biblia, el papel sobre el que está impresa, incluso el libro en sí, pero no adoramos a seres sobrenaturales como Dios. El viejo, cuyos fieles le cuentan sus pecados, no, eso es para el shvartzer, eso es para el goyin. Pero, ¿qué tenéis vosotros tres? Vuestras religiones también están vacías. Tú, Timothy, la High Church: tienes nubes de incienso, tejidos con brocados, niños cantores, que entonan a Vaugham Williams y a Elgar. Tú, Oliver, metodista, baptista, presbiteriano, ni siquiera me acuerdo, son palabras vacías, vacías de todo contenido espiritual, de misterio, de éxtasis, como si hubiera judíos reformistas. Y tú, Ned, papista: ¿qué es lo que tienes? ¿La virgen? ¿Los santos? ¿El niño Jesús? No puedes creer en todas esas tonterías. Eso es para los campesinos, para el proletariado. Los iconos y el agua bendita. El pan y el vino. Te gustaría creer en ello, ¡desde luego! ¡A mí también me gustaría creer! La religión católica es la única completa en esta asquerosa civilización, la única que intenta, incluso, abordar lo misterioso, las resonancias con lo sobrenatural, la intuición de fuerzas superiores; pero, lo han estropeado todo, nos han estropeado todo, no hay nada en ella que sea aceptable. Es Bing Crosby o Ingrid Bergman, son los Berrigan publicando manifiestos, o polacos poniendo al país en guardia contra la existencia de comunidades sin Dios, y películas sólo para adultos. La religión se ha acabado. Y, ¿en qué lugar nos deja esto? Nos deja completamente solos y sin un cielo de pesadilla para esperar el final. Esperar el final.

—Hay mucha gente que todavía va a la iglesia —hizo notar Timothy—, incluso, imagino, a las sinagogas.

—Por costumbre. O por miedo. O por una necesidad social. ¿Acaso abren las almas a Dios? ¿Cuándo abriste tu alma a Dios por última vez? ¿Y, tú, Oliver? ¿Ned? ¿Y yo? ¿Cuándo hemos pensado, incluso un solo instante, en hacer algo parecido? Parece absurdo. Dios está tan contaminado por los evangelistas, los arqueólogos, los teólogos y los falsos devotos, que no es nada extraño que muriera. Suicidio. ¿Pero en qué lugar nos deja esto? ¿Vamos a transformarnos en sabios y a explicarlo todo en términos de neutrones, protones y ADN? ¿Dónde está el misterio? ¿Dónde lo profundo? Debemos hacerlo todo nosotros mismos. Pertenece al hombre moderno e inteligente el crear una atmósfera donde sea posible abandonarse a lo inverosímil. Un espíritu cerrado es un espíritu muerto.