En el parque, las hojas de los árboles están amarillas; al mirar por la ventana, ves el suelo lleno, han caído, pero todavía no se han podrido. Empiezas a envejecer, pero no tienes ganas de volver a la infancia. Ves en el aparcamiento que está junto a tu edificio a unos niños que no saben muy bien qué hacer. La juventud es un tiempo preciado, cuando tengan claro lo que quieren hacer ya serán viejos. No tienes ganas de volver a empezar con tus tormentos, debatirte entre la vanidad y los temores, entre hábitos y trastornos. No envidias a esos niños, lo que es envidiable es su vida tan nueva. Pero una vida caótica no llega a esta transparencia de conciencia. Estás contento de vivir este presente y totalmente satisfecho con esta soledad sin vanidad, tan límpida, como las aguas de otoño que cintilan de sombras y de luces brillantes, donde vuelve el frescor de tus pensamientos. No juzgar más, no establecer nada. Las olas fluctúan en el mar, las hojas de los árboles flotan en el viento antes de caer, la muerte es un fenómeno perfectamente natural, caminas recto hacia ella, pero antes de que llegue, tienes tiempo de divertirte para mirarla fijamente. Tienes bastante tiempo para aprovechar al máximo lo poco que te quede de vida. Tu cuerpo siente cosas y todavía tienes deseo. Te gustaría tener una mujer, una mujer capaz de comprender, que también se haya librado de todas las ataduras, una mujer sin niños ni cargas familiares, una mujer que evite la vanidad y las modas, una mujer desinhibida y libertina, que no busque conseguir algo de ti y que sienta contigo el mismo placer que el pez en el agua; pero ¿dónde encontrar a esa mujer? Una mujer tan solitaria como tú y que también disfrute tanto con esta soledad, que uniría su soledad a la tuya por medio de la satisfacción sexual, las caricias y las miradas, la búsqueda y la observación mutuas, ¿dónde encontrar a esa mujer?
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¡Basta!
¿De qué hablas?, preguntas. Dice que basta, ¡hay que acabar con él! ¿De quién hablas? ¿Quién tiene que acabar con quién? Él, este personaje que se esconde tras tu pluma, hay que acabar con él.
Dices que tú no eres el autor. Entonces, ¿quién es el autor?
¿No está claro? ¡Él mismo! Tú sólo eres su conciencia. ¿Qué pasa contigo, entonces? Si se acaba para él, también se acabará para ti, ¿no?
Dices que puedes ser un simple lector, o un espectador de teatro, lo que hay en el libro no tiene mucho que ver contigo. Dice que te desligas de las cosas con una facilidad pasmosa. Claro, no tienes ninguna responsabilidad en concreto, no tienes que asumir ninguna obligación o tarea moral hacia él, sólo eres un desocupado que tiene un poco de tiempo, y por casualidad has tenido la ocasión de fijar tu atención en ese personaje; pero ahora ya basta, estás cansado, si hay que acabar con él, no hay problema. Pero, de todos modos, es un personaje, tiene que haber una conclusión, no puedes hacer como si se tratara de un montón de basura.
Tarde o temprano hay que librarse del hombre, como de las basuras; de lo contrario, este mundo estaría lleno de hombres enfermos que olerían mal desde hace tiempo.
¿Por eso hay luchas, guerras, rivalidades y todas las teorías que se desprenden?
¡Deja de razonar! ¡Me das dolor de cabeza!
Eres realmente pesimista.
Pesimista o no, el mundo es así, tú no puedes cambiar nada, no eres Dios y no puedes decidir por nadie. Ya que es el final del personaje, ¿debe morir de enfermedad grave, de infarto, estrangulado, acuchillado, por un disparo o en un accidente de coche? Depende del autor, no de ti. De todos modos, no parece que quiera suicidarse, aunque tú estás realmente harto, ya que no eres más que su juego de palabras. No podrás librarte de ti mismo hasta que él acabe.
Pero él dice que se divierte en este mundo porque no soporta la soledad. Tú y él sólo habéis sido compañeros de viaje; no has sido ni su cantarada, ni su juez, y menos su conciencia. No sabes qué es la conciencia, tan sólo lo has acompañado un poco, te has fijado en él. Este desfase en el tiempo y en el ambiente entre tú y él ha creado una especie de distancia. Has aprovechado las facilidades que te daban el tiempo y el lugar donde te encontrabas, lo que ha creado un espacio, pero también una libertad; has aprovechado para observarlo a tu manera. En realidad, los problemas se los ha buscado él mismo.
Bueno, ya está bien, os vais a separar, ¿hay algo más que decir?
Los budistas hablan del nirvana, los taoístas del paso al estado inmortal, pero él dice simplemente que sólo tienes que dejarlo marchar. Nadie puede librar a nadie de su sufrimiento; entonces, déjalo marchar.
En este momento se para, vuelve la cabeza para mirarte, y vuestros caminos se separan. Dice que ha tenido la mala suerte de venir demasiado pronto al mundo; por eso te ha dado tantos problemas. Si hubiera nacido un siglo más tarde, quizá no hubiera tenido tantos problemas. De todos modos, lo que ocurrirá en este siglo nadie puede preverlo, ¿será un siglo realmente nuevo? No podemos saberlo.
Perpiñán, una ciudad francesa en la frontera con España. El amigo del centro mediterráneo de literatura que acabas de conocer te pregunta si sientes nostalgia de tu país. Respondes categóricamente que no, ¡hace tiempo que has roto con ese sentimiento por completo! En la plaza de delante del hotel se celebra una fiesta por la inauguración de un pequeño comercio de helados y pasteles; las bombillas de colores atraen a los clientes y una orquesta de vientos toca a pleno pulmón una música alegre. Una anciana se pone a bailar una danza catalana. Esas gentes cálidas del sur y el francés que hablan, como si tuvieran un pelo en la lengua, te hacen sentir bien.
Esta noche de principios de verano llena de aire festivo, esta música animada interpretada por los instrumentos de viento, ¿todo esto es para celebrar tu nueva vida? Has acabado encontrando la alegría de vivir. El dueño del restaurante te pide que le dediques tu libro, dice que a su mujer le gusta leer novelas, que tiene ganas de hacer un viaje a China; sonríes.
¿Tú no volverás nunca?, pregunta uno. No, no es tu país, tu país está en tu memoria, es una fuente en las tinieblas de donde nacen sentimientos difíciles de explicar, es una China personal que sólo te pertenece a ti, y ya no tienes ninguna relación con ella.
Tu corazón está en paz, ya no eres un rebelde, hoy sólo eres un observador, no el enemigo de nadie. Si alguien quiere tacharte de enemigo, tú no te preocupas; sólo recurres a tus recuerdos para reflexionar tranquilamente sobre tu futuro.
No sabes cómo conseguiste en aquella época traer esta fotografía metida dentro de un libro: está delgado, con el pelo cortado casi al cero. Examinas este viejo retrato que siempre llevas encima; ha amarilleado un poco, es de hace más de treinta años, de cuando estabas en la granja de reeducación por el trabajo llamada «escuela de funcionarios del 7 de mayo». Te gustaría intentar agarrar algo de su mirada. Tiene erguida la cabeza afeitada, parece una calabaza, se considera un prisionero, muestra una cierta arrogancia, quizá fue lo que le salvó en aquellos tiempos, lo que le impidió hundirse del todo, pero hoy en día esta arrogancia ya no es necesaria. En la actualidad eres un pájaro libre, puedes volar donde quieras. Tienes la sensación de que delante se extienden unas tierras vírgenes, inexploradas, al menos para ti. Tiene mérito conservar esta curiosidad. No quieres hundirte en tus recuerdos; él se ha convertido en una huella de ti.
Hacer de este instante un punto de partida, hacer de la escritura un viaje hacia la memoria, reflexionar o hablar a solas, y conseguir alegría y satisfacción, sin tener miedo de nada. La libertad acaba con el miedo. La escritura estéril que has dejado se desgastará con el tiempo. La eternidad para ti no tiene un significado especial. Lo que escribes no puede ser el objetivo final de tu existencia. Si todavía escribes es para sentir con mayor plenitud el momento presente.