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Es una nueva sociedad, totalmente remodelada, ejemplar, resplandeciente y brillante. Todos son trabajadores gloriosos, desde los campesinos descalzos hasta los callistas de los baños públicos, cada uno totalmente integrado dentro de su unidad de trabajo, todos organizados para servir al pueblo, rindiendo al máximo para ser distinguidos como trabajadores modélicos y poder ver sus nombres en el cuadro de honor de los periódicos. No hay desocupados, la prostitución y la mendicidad están prohibidas, las raciones de comida se reparten según las cuotas fijadas para cada tipo de trabajo, no se puede derrochar ni un grano de arroz. Cualquier intento de beneficio personal es atajado de raíz, todos viven gracias a su salario o a sus puestos de trabajo. Todo pertenece a la sociedad, incluido cada trabajador, sometido a una vigilancia severa que no le permite la menor escapatoria. Los enemigos no pueden encontrar refugio en ningún lugar: o son fusilados, o encarcelados, o enviados a las granjas de reeducación por el trabajo. La bandera roja ondea al viento, el reino celeste ideal de la humanidad se ha concretado de ese modo, aunque sólo se trate de su etapa inicial de desarrollo.
También han conseguido crear al nuevo hombre, un modelo perfecto, un soldado llamado Lei Feng, huérfano, sin padre ni madre, que ha crecido bajo la bandera de cinco estrellas, socorre a los demás, no se preocupa de sí mismo y sacrifica su propia vida. Ese héroe sabe moderar sus deseos, y, al escribir en su diario lo que ha aprendido de la lectura de las obras de Mao, dice que siente una gran admiración por el Partido y que desea ser una pieza más para estandarizar a los ciudadanos. Se exigía que todo el mundo aprendiera de ese héroe, quisiera o no. El tenía sus dudas acerca de ese hombre nuevo; pero, en aquella época, el sistema de confesión ideológica que estaba en vigor en las universidades obligaba a que cada uno se confesara con el Partido. En las sesiones de informe ideológico, debían exponer los sentimientos íntimos, así como los de los demás, e incluso las dudas que tenían. Cayó en la trampa. Se le ocurrió plantear algunas preguntas inconscientes: ¿Se podía ser un héroe sin tener que lanzarse sobre una carga de explosivos y volar en mil pedazos? ¿La utilidad de un motor no era mayor que la de una simple pieza? Sus preguntas provocaron la indignación general de sus compañeros de clase. Las chicas lanzaron gritos estridentes, todos lo criticaron. Por suerte para él, tan sólo se trataba de un debate de clase, su problema no era demasiado grave; pero le sirvió para aprender algo: para comportarse como un hombre había que mentir, la verdad sólo traía graves problemas. Era imposible mantenerse puro, pero tardó bastante tiempo en darse cuenta, gracias a su experiencia y a la de otros. Las experiencias de los demás sólo las comprendemos del todo cuando las hemos vivido, especialmente cuando se trata de sufrimientos; si no, sean cuales sean las experiencias que los demás han vivido, jamás podemos aprender nada de ellas.
Hoy ya no tienes que participar en esas sesiones de debates obligatorios en que te sometían a la autocrítica, tampoco tienes que confesarte y estás muy lejos de esos mitos. Sin embargo, en aquella época, él estaba muy deprimido y tenía ganas de contarle a alguien lo que sentía. Quedó con unos antiguos compañeros de la escuela secundaria que ya estaban en las universidades de Beijing. Se encontraron en el parque de los Bambúes Púrpura, en el barrio del oeste. Todos habían ido a parar a universidades diferentes y ya casi no tenían relación entre ellos. Cuando coincidieron en la escuela, a la edad de la pubertad, todos eran aficionados a la literatura o escribían poemas. En aquel momento también tenían ganas de escaparse de la atmósfera confinada de sus campus para respirar un poco fuera. Habían inaugurado el parque hacía poco tiempo y todavía no estaba muy frecuentado. Al borde del lago había una pequeña casa de té que vendía pasteles, aunque era prohibitiva para unos estudiantes pobres como ellos. Por eso, se sentaron un poco más lejos, al borde del agua, en un lugar tranquilo, bajo la sombra de unos árboles, donde no pasaba nadie. El viento dulce traía el olor del trigo sembrado en las colinas que rodeaban el parque. Probablemente fuera el mes de mayo, época en que madura el trigo.
Datou, a quien todos llamaban Cabeza Gorda, dijo que tenía ganas de escribir una obra de teatro que fuera parecida a Los baños de Maiakovski. Lo llamaban Cabeza Gorda porque había sido el campeón del concurso de matemáticas de todas las escuelas de la ciudad y también porque el gorro que siempre llevaba en invierno era una o dos tallas mayor que el de los otros chicos. Después, por suerte, Cabeza Gorda se olvidó de la idea de escribir alguna obra de teatro como Los baños, que le habría acarreado un sinfín de problemas, y se dedicó de lleno a las matemáticas. No obstante, nada más publicar dos artículos en inglés en una revista internacional de matemáticas, llegó la Revolución anticultural [13] y lo enviaron al campo a cuidar búfalos durante ocho años. Sus problemas no empezaron durante aquel encuentro, sino más tarde, cuando acabó la universidad: se le escapó una frase impertinente en el dormitorio del Instituto de Investigación en que trabajaba y sus compañeros lo denunciaron.
En aquella época, el que desencadenó todos los problemas fue el atolondrado de Cheng Chaqueta. Lo llamaban así porque siempre llevaba una vieja chaqueta que había sido de su padre y que le venía demasiado ancha para su delgado cuerpo. Uno de sus compañeros de dormitorio leyó a escondidas su diario, en el que mencionaba ese encuentro, y lo denunció ante el secretario de la Liga de la Juventud Comunista. Cheng era el único del grupo que pertenecía a la Liga; nadie sabía cómo se había infiltrado en ella. En su diario no mencionaba de qué hablaron durante ese encuentro. Lo que les llamó la atención fueron los comentarios que hacía sobre una mujer, ya que utilizaba un lenguaje que les parecía indecente y obsceno, aunque no quedaba claro si se trataba de una fantasía o de la realidad. Algunos compañeros de su universidad vinieron a interrogarlo y sudó frío.
Durante la reunión del parque, él habló de Ehrenburg y de sus recuerdos del París de principios de siglo, del café en el que se reunían los pintores y los poetas surrealistas, y también de Meyerhold, a quien fusilaron porque se dedicaba al formalismo. Pero los comentarios de Cabeza Gorda los dejaron todavía más estupefactos. Según él, el informe secreto de Jruschov contra Stalin, que leyó en la edición inglesa de Noticias de Moscú, era increíblemente estremecedor. Por aquel entonces las revistas en lenguas extranjeras de las bibliotecas universitarias todavía no estaban sometidas a un estricto control. Uno de los cuatro participantes de ese encuentro, que estaba estudiando genética, habló de filosofía india y dijo que la poesía de Tagore ligaba a los hombres con los dioses. Pero cuando lo interrogaron sobre ese encuentro, no le preguntaron nada de esas cosas. Evidentemente, Chaqueta fue leal a la amistad y no los traicionó. Lo que más les importaba era si había mujeres en aquella reunión del parque y si él tenía relaciones con alguna mujer fuera de la universidad. Así pudo salir ileso del peligro que creó aquel único encuentro, que acabó finalmente enterrado en el olvido.
Aunque llevas muchos años en París, nunca se te había ocurrido buscar aquel café en el que se reunían los pintores y los poetas surrealistas. Un día, por pura casualidad, salías de cenar en casa de un escritor francés con un poeta que también venía de China; era medianoche y el Barrio Latino todavía estaba muy animado. Pasasteis delante de un café que tenía las puertas y las ventanas de cristal, lleno hasta los topes, tanto dentro como en la terraza. Al levantar la cabeza viste el nombre en los neones: La Rotonde, era aquel café. Ocupasteis una pequeña mesa que acababa de quedar libre. Alrededor de vosotros todo el mundo hablaba en inglés o en alemán, eran turistas; imposible saber adonde habían ido a parar, a las puertas de ese nuevo siglo, los poetas y pintores franceses.