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Cuando acabó de hablar, miró a los compañeros que estaban a su lado, pero nadie soltó ni una palabra. El dirigente lo miraba fijamente, comprendió que lo desafiaba en un combate desigual, pero no tenía otra escapatoria. Entonces dijo:

– Vamos a anotar las palabras que acaba de pronunciar y le pediremos que las verifique.

– Joven, admiro su valor.

Sin perder su prestancia, el dirigente se volvió y franqueó una pequeña puerta, en la que nadie se había fijado, situada detrás de su escritorio. Ésta se cerró de inmediato y frente a ellos sólo quedó un sillón vacío. Durante mucho tiempo recordó aquella frase a la vez amenazadora e irónica.

El barrigudo secretario del comité del Partido estaba de pie en la gran sala haciendo su autocrítica en una sesión de investigación. Había perdido la prestancia que tenía unos meses antes, cuando se sentaba al lado del dirigente del Comité Central. Farfullaba frase a frase, como si le costara descifrar las palabras, con unas gafas de présbita, sujetando con las dos manos un texto algo alejado del micrófono que tenía delante.

– He interpretado mal el deseo del comité central del Partido. He aplicado… unas directivas inapropiadas. He perjudicado… el entusiasmo revolucionario de los camaradas, sinceramente…

En ese instante el camarada Wu Tao se aclaró la voz y habló más alto.

– … sinceramente, me disculpo ante mis camaradas aquí presentes…

Inclinó ligeramente la cabeza en una actitud de total sinceridad.

– ¿Qué directivas son inapropiadas? ¡Explíquese con mayor claridad!

Una voz le interpeló de entre los asistentes. Wu apartó la vista del texto y miró por encima de la montura de sus gafas. Las personas de la sala se miraron unas a otras. Wu volvió al texto y continuó leyendo frase a frase, todavía con mayor lentitud, separando cada palabra claramente.

– ¡Nosotros, los viejos revolucionarios, tenemos muchos problemas nuevos, hemos actuado siguiendo nuestra antigua experiencia, según los antiguos esquemas y, en la situación actual, eso no podía… funcionar!

No dejaba de pronunciar palabras oficiales vacías, lo que hacía que los asistentes empezaran a impacientarse. Probablemente sintió que lo interrumpirían de nuevo. De pronto, dejó de mirar el texto y alzó la voz para afirmar:

– ¡Yo mismo he dictado algunas directivas equivocadas, me he equivocado!

Wu dejó su texto e hizo un ademán demostrando que intentaba modificar las palabras ambiguas.

– ¿A qué se refiere con lo de los antiguos esquemas? ¡Hable con más claridad! ¿Se está refiriendo a la lucha antiderechista?

Esta vez fue una mujer quien se levantó, una jefa de oficina, miembro del Partido, que había sido acusada de elemento contrario al Partido. Wu la miró por encima de las gafas y no supo qué responder.

– ¿Cuáles son los antiguos esquemas? -repitió ella-. ¿Está hablando de hacer salir a las serpientes de sus nidos como en la época del movimiento antiderechista?

La mujer estaba indignada, le temblaba la voz.

– Eso es, eso es -dijo Wu, bajando la cabeza de inmediato.

– ¿Quién fue el responsable de la directiva? ¿Qué tipo de directiva era? ¡Dígalo claramente! -prosiguió la mujer.

– Camaradas dirigentes del Comité Central, el comité central de nuestro Partido…

Wu se quitó las gafas para poder ver a la mujer claramente entre los asistentes.

Sin flaquear, la mujer alzó la cabeza y volvió a preguntar, todavía más alto:

– ¿De qué Comité Central está hablando? ¿De qué dirigentes? ¿Cómo le han transmitido esas directivas? ¡Dígalo!

Las personas que asistían a esa sesión comprendieron perfectamente que el sacrosanto Comité Central estaba dividido, y que el Buró Político del comité central del Partido estaba siendo reemplazado por el grupo dirigente de la Revolución Cultural del Comité Central -cuartel general proletario del Presidente Mao. El cuartel general que daba órdenes al camarada Wu Tao ya no tenía poder para controlar a la gente.

La sala retumbaba. Sin embargo, Wu Tao, como secretario del comité del Partido, todavía respetaba la disciplina. No respondió, pero adoptó un tono de profunda tristeza para insistir en voz alta:

– ¡En nombre del comité del Partido, pido disculpas a los camaradas que han sido sometidos a la rectificación!

Bajó de nuevo la cabeza. En aquel momento todo su enorme cuerpo se inclinó hacia adelante, parecía estar pasándolo realmente mal.

– ¡Queremos ver la lista negra! -gritó un hombre de mediana edad, un funcionario miembro del Partido que también había sido sometido a la rectificación.

– ¿Qué lista negra? -replicó Wu, confuso.

– ¡Durante la investigación, seguro que tenían una lista negra con los nombres de los que pensaban enviar a los campos de reeducación por el trabajo!

De nuevo era la mujer quien gritaba, pálida de ira, con el cabello enmarañado.

– ¡Nunca ha habido ninguna lista negra! -negó de inmediato Wu, inclinándose para tomar el micrófono-. ¡No tenéis que hacer caso de esos rumores! ¡Os aseguro, camaradas, que nuestro comité del Partido no tiene ese tipo de listas! ¡Os garantizo en nombre del Partido que no existe esa lista! Algunos camaradas han sido maltratados injustamente, nuestro comité del Partido ha atacado a algunos de manera inapropiada, ha cometido errores, todo eso lo reconozco, pero no hay lista negra que valga…

Antes de que acabara de hablar, en la parte delantera izquierda de la sala, algunas personas se agitaron. Alguien abandonó su asiento y se dirigió hacia el estrado.

– ¡Tengo algo que decir! ¿Por qué no me dejáis hablar? Si realmente no existe esa lista, ¿de qué tenéis miedo?

Lao Liu trataba de zafarse del funcionario de seguridad que le impedía subir al estrado.

– ¡Dejad que hable el camarada Liu! ¿Por qué se lo impedís? ¡Dejadle hablar!

Entre los gritos, Lao Liu franqueó los obstáculos y subió al estrado. De cara a los asistentes, señaló a Wu Tao y dijo:

– ¡Este hombre miente! Desde el principio del movimiento, cuando empezaron los primeros dazibaos, el comité del Partido convocó una reunión de urgencia y dio la orden de que todos los secretarios de célula de cada departamento hicieran un listado de clasificación política de todos los empleados. ¡El departamento político tiene esa lista desde hace tiempo! Y, sobre todo, desde que decidieron llevar a cabo las investigaciones…

Los asistentes explotaron. Muchos se levantaron de sus asientos y empezaron a gritar:

– ¡Que vengan los miembros del departamento político!

– ¡Hay que traer a los miembros del departamento político para que declaren!

– ¡Traigan esa lista negra!

– ¡Sólo la izquierda tiene derecho a rebelarse! ¡No la derecha!

Otra persona se puso a gritar, dejó su asiento y se fue abriendo paso para ir hacia el estrado. Esta vez era Danian.

– ¡Hacer la revolución no es un crimen! ¡Tenemos razón al rebelarnos!

Fue el gran Li el que gritó esa consigna. Tenía la cara de color escarlata y estaba de pie sobre una silla. El desorden reinaba entre los asistentes, todos se levantaban de sus asientos y había una gran confusión.

– Hace treinta y seis años que estoy en el Partido. Nunca me he rebelado contra el Partido, mi historia está limpia, el Partido y las masas pueden examinarla…

Lao Liu no había acabado de hablar cuando Danian lo agarró, nada más subir al estrado.

– ¡Vete de aquí! ¡No tienes derecho a hablar, estás contra el Partido, eres un arribista, has escondido a tu padre terrateniente, no tienes derecho a hablar!

Danian hizo bajar a Lao Liu del estrado retorciéndole el brazo.

– ¡Camaradas! Mi padre no era terrateniente, sostuvo el Partido durante la guerra de Resistencia contra Japón; el Partido ha adoptado una política especial hacia los shenshi [17]sensatos, se hicieron informes sobre eso, los podéis consultar…

Algunos de los guardias rojos que arrancaron el brazalete del hijo de Lao Liu subieron a la tribuna. Empujaron a Liu brutalmente y éste acabó en el suelo.

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[17] Terratenientes o campesinos ricos con tendencias democráticas. (N. de los T.)