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La chica que era miembro del Partido citaba con entusiasmo la historia del Partido y hacía un llamamiento a los presentes para intentar apartarlo del grupo.

– ¡Los que no quieran la revolución que se vayan a la mierda lo antes posible! -gritaron aún con mayor ahínco los más radicales.

– ¡Que sigan adelante los que quieran tomar el mando!

Se levantó indignado y se marchó de la sala de reunión, llena del humo de la gran cantidad de cigarrillos que se habían fumado los participantes durante toda la noche. Fue a un despacho de al lado y durmió sobre tres sillas que colocó una junto a otra. Estaba enfadado, pero sobre todo estaba muy confuso. Si uno no sigue el mismo camino que la revolución, ¿se convierte en un rebelde oportunista? Quizás él era exactamente eso, y por ese motivo se sentía un poco confuso.

La triste noche de fin de año acabó de ese modo. Después, entrado ya el año nuevo, el gran Li y los suyos, acompañados por algunos grupos de combatientes especialmente impetuosos, se hicieron con el comité del Partido y el departamento político, que de hecho ya estaban totalmente paralizados. Desde ese momento empezó una lucha sin cuartel.

– ¡Acabemos con el antiguo comité del Partido! ¡Aplastemos el departamento político! ¡Camaradas revolucionarios, mantener o no el nuevo poder rojo es la línea de demarcación que separa a los revolucionarios de los demás, de eso no hay duda!

El pequeño Yu se desgañitaba en la radio interna; cada despacho tenía un altavoz y los eslóganes que incitaban a arrebatar el poder se repetían en todas las plantas del edificio. El gran Li, Tang y algunos obreros y empleados exhibieron por todo el edificio a un grupo de antiguos funcionarios y secretarios de las células del Partido más jóvenes; cada uno llevaba en el pecho una pancarta y Wu Tao iba delante de todos golpeando un gong.

¿Qué era lo que tramaban? ¡Era así como se hacía la revolución! Esos dirigentes, que antes encarnaban al Partido, avanzaban en fila india, con la cabeza gacha, totalmente desamparados, mientras que la chica rebelde miembro del Partido marchaba por delante de ellos, con el puño en alto, gritando con todas sus fuerzas:

– ¡Abajo los dirigentes que siguen el camino capitalista! ¡Viva el nuevo poder rojo! ¡Viva la victoria de la línea revolucionaria del Presidente Mao!

Tang imitó la pose del militar que pasa revista a sus tropas, dirigiendo ademanes a las personas que se encontraban en los pasillos o en las puertas de los despachos para presenciar la escena. Algunos reían, otros se quedaban estupefactos.

***

– Sabemos que te opones a que se hagan con el poder -dijo el ex teniente coronel.

– No, a lo que me opongo es a la forma de tomar el poder -respondió él.

Ese emisario era un funcionario político que el ejército había trasladado; sólo desempeñaba el cargo de subdirector de un departamento, pero durante ese período de conflictos, se moría de ganas de demostrar que podía servir para algo más. Le dijo riendo:

– Tienes mucha más influencia que ellos sobre las masas. Si te pones delante, nosotros te respaldaremos; queremos que consigas un grupo para colaborar con nosotros.

Esta conversación tenía lugar en el cuarto reservado a los documentos secretos del departamento político, donde nunca antes había entrado. Allí se conservaban todos los documentos de los trabajadores de su institución, los archivos personales, incluido el suyo, en el que estaba anotado el problema de su padre. Cuando Li y su banda se hicieron con el poder, precintaron las cajas fuertes y los armarios metálicos del cuarto, pero los precintos se podían arrancar con mucha facilidad. Sin embargo, nadie se atrevió a destruir los archivos.

El ex teniente coronel vino a buscarlo cuando estaba cenando en la cantina y le dijo que quería hablar con él a solas. Lo citó en aquel cuarto probablemente con toda intención, al menos eso fue lo que se dijo al entrar en el despacho. Sabía perfectamente quién estaba detrás del ex teniente coroneclass="underline" algunos días antes, el vicesecretario del comité del Partido, Chen, le puso la mano en el hombro en señal de amistad. Antes Chen era el responsable de la gestión del departamento político de su institución. Ya entonces tenía aspecto de ser una persona muy discreta y comedida, pero, después de que lo acusaran, su rostro todavía se volvió más hermético. En un pasillo del edificio, se le acercó por detrás, no había nadie cerca en aquel momento, lo llamó por su nombre y le dijo «camarada». Chen le posó su mano grande y huesuda sobre el hombro durante unos segundos, inclinó un poco la cabeza y se marchó, como si hubiera hecho esa acción de forma involuntaria. Pero de ese modo le había demostrado una familiaridad inusual, con la que parecía decirle que había olvidado por completo su participación en las sesiones de acusación contra él. Esos hombres tenían mucha más experiencia política que su banda de rebeldes. Le tendían la mano, pero él estaba lejos de ser un gato viejo de la política, no era lo bastante astuto. Pensó que no podía unirse a ellos y repitió:

– No apruebo esa forma de tomar el poder, pero no me opongo a que se tome y apoyo totalmente la rebelión contra el comité del Partido.

El ex teniente coronel, muy seguro de sí mismo, lanzó un profundo suspiro, movió la cabeza y dijo:

– Nosotros también somos rebeldes.

Pronunció esta frase como si hubiera dicho: «Nosotros también bebemos té». Él se rió con cierto sarcasmo, pero permaneció en silencio.

– Ha sido una conversación privada, es como si no hubiera dicho nada -dijo el ex teniente coronel, y se levantó.

Él también se marchó de la habitación reservada a los documentos secretos. Al rechazar ese trato, cortó cualquier vínculo con ellos.

Unos diez días más tarde, después de la fiesta de la primavera, a principios del mes de febrero, algunos antiguos guardias rojos y funcionarios del equipo político se reunieron y formaron una banda que volvió a tomar el poder y destruyó la emisora de radio que tenían los rebeldes en el gran edificio. Las organizaciones de los dos bandos tuvieron su primer combate, algunos resultaron ligeramente heridos, pero él no se encontraba allí en aquel momento.

24

La literatura y las formas literarias que llamamos puras, esos juegos de estilo, de lengua y de escritura y las diversas fórmulas y estructuras lingüísticas que podrás hacer con autonomía, sin recurrir a tu experiencia, a tu vida, a sus dificultades, a la cruda realidad y a ese «tú» tan repugnante; ese tipo de literatura pura, ¿vale realmente la pena que la escribas? Aunque no sea una forma de escapar o un escudo, supone, por lo menos, una restricción, y es mejor que encerrarte en una jaula construida por los demás o por ti mismo.

No escribes con la intención de hacer pura literatura, pero tampoco eres un combatiente, no utilizas tu pluma como un arma para pedir justicia -de todos modos, tampoco sabes dónde se encuentra-, es inútil recurrir a alguien para que la haga. Lo que tienes claro es que no eres la encarnación de la justicia. Si escribes es sólo para decir que aquella vida ha existido, más infecta que un estercolero, más real que un infierno imaginado, más terrorífica que el Juicio Final, y que corre el riesgo de volver un día u otro, cuando se desvanezca su recuerdo. Los hombres que no han perdido la cordura caerán irremediablemente en la locura, los que no han recibido malos tratos, someterán a otros o los recibirán ellos, y, como la locura es innata en el hombre, es posible tener algún brote en cualquier momento. En ese caso, ¿quieres hacer el papel del viejo maestro? Ha habido miles o millones de maestros y de sacerdotes en la tierra, pero ¿acaso el hombre se ha vuelto mejor con sus enseñanzas?

De todos modos, ya que es preferible no hacer esfuerzos inútiles, ¿para qué denunciar aquellos sufrimientos? Ya estás harto, pero has avanzado demasiado para echarte atrás ahora. Sin la escritura es imposible seguir adelante, se ha convertido en una manía, y la causa quizá la encuentres en tu propia necesidad.

Detestas las artimañas políticas, pero al mismo tiempo estás fabricando otra especie de mentira, la literatura, ya que en realidad la literatura es realmente una falacia que disfraza la motivación secreta del autor: la búsqueda de la fama o del beneficio. Hasta que se satisfacen esa utilidad y esa vanidad, no se puede dejar de escribir; se siguen naturalmente unos impulsos instintivos todavía más profundos, como un animal. Pero la diferencia con los demás animales es que este impulso es irresistible y continuo, no viene provocado por el calor o el frío, la saciedad, el hambre o el cambio de estación, es incontenible, como una excreción -cuando debemos excretar, lo hacemos. Sin embargo, en lugar de tratar con excrementos, tratamos con sentimientos y estética. La tristeza, por ejemplo, hay que integrarla al mismo tiempo que el placer en el lenguaje. Al denunciar a la patria, al Partido, a los dirigentes, al hombre nuevo, el ideal, del mismo modo que denuncias la revolución -superstición y mentira modernas-, tejes con la ayuda de la literatura una cortina de gasa, para que las basuras sean más presentables. Te escondes detrás de esa cortina, te mezclas en secreto con los espectadores, y así consigues un cierto placer y algo de satisfacción, ¿no es cierto?