La mentira reina en todo el mundo y tú también fabricas mentiras literarias. En cambio, los animales no mienten, sobreviven en el mundo sin esa capacidad. Pero el hombre necesita mentir para embellecer su entorno; esa es la principal diferencia con los animales. Es más astuto que el animal y recurre a la mentira para esconder su propia fealdad y encontrar una razón para vivir en ella. Cuando reemplazamos el sufrimiento por la denuncia del mismo, se hace más soportable. Antaño las elegías que cantaban los aldeanos durante los funerales tenían ese papel tranquilizador; ¿cantar misa en grupo en las iglesias no cumple la misma función?
Pasolini adaptó al cine una obra de Sade en la que se mostraba el horror del poder político y de la naturaleza humana. Por medio de la pantalla, aunque todos supieran que no se trataba de ningún documento real sino de una película, consiguió que el público sintiera que la violencia y el horror, vistos desde fuera, tienen su lado fascinante. Probablemente en eso resida el misterio del arte y de la literatura.
La pretendida sinceridad de los poetas es como la pretendida verdad de los novelistas: el autor se esconde detrás de ella como un fotógrafo se oculta tras la cámara, aparenta frialdad e imparcialidad detrás de su objetivo neutro, pero lo que acaba en el negativo es el amor y la compasión que siente por sí mismo, o bien la masturbación y el masoquismo. Esa mirada supuestamente neutra encubre todo tipo de deseos, y lo que refleja está completamente teñido de sabor estético, aunque se finja mirar el mundo con frialdad e indiferencia. Mejor que reconozcas que lo que escribes es lo más parecido a lo que ocurrió, aunque el lenguaje siempre lo aleje de la realidad. Al estructurar tu lenguaje, colocando en el mismo saco los sentimientos y la búsqueda de la estética, ocultando la cruda realidad tras una cortina de gasa, sólo de ese modo encontrarás algo de placer al recordar los detalles y te apetecerá seguir escribiendo.
Unes a tu estado de hombre vivo tus sentimientos, tu experiencia, tus sueños, tus recuerdos, tus fantasías, tus pensamientos, tus conjeturas, tus presentimientos, tus intuiciones y cosas por el estilo; y con la ayuda del lenguaje consigues ritmo y musicalidad. La realidad y la historia, el tiempo y el espacio, los conceptos y la consciencia se funden en el proceso de la realización del lenguaje y sólo queda la ilusión que has creado.
Al contrario de lo que ocurre con la estafa política, que la víctima tiene que aceptarla, lo quiera o no, la ilusión literaria se acepta por consentimiento mutuo entre el autor y el lector, pues las obras se pueden leer o no, no hay ninguna obligación. Sin embargo, no crees que la literatura sea tan pura como dicen, sólo la has elegido como vehículo para desahogarte.
Además, tú no creas ninguna polémica, no te colocas en posición de adversario en el debate para avanzar argumentos o retractarte, no estás limitado por la obligación de la teoría para censurarte o adaptarte y no tienes que limitar tus palabras para seguir las reglas de otro; sólo escribes para ti, para vivir feliz.
No eres un superhombre, después de Nietzsche ya ha habido demasiados superhombres y demasiados ciegos en el mundo. De hecho, no puedes ser más normal, no puedes ser más real; en paz con tu conciencia y en perfecta serenidad, sonríes satisfecho, como un Buda, aunque no lo eres.
Simplemente, no permites el sacrificio, no quieres ser ni un juguete ni un objeto de sacrificio para los demás; no pides la compasión del prójimo, y tampoco te confiesas. Sin embargo, todavía no te dejas llevar por la locura hasta perder el juicio y matar a los demás; contemplas este mundo con la actitud más serena que te es posible, como te observas a ti. Así no temes nada, nada te sorprende, nada te desespera, ni alimentas falsas esperanzas, ya no estás triste. Si has decidido utilizar tu tristeza para convertirla en placer, ¿puedes hacerlo durante un tiempo y volver luego al «tú» totalmente sereno, alegre y contento?
El mundo ya no te parece tan asqueroso como antes, aunque ese asco todavía esté de moda. Tampoco debes exagerar tu enfrentamiento con el poder, si has sobrevivido y conseguido la libertad de expresión es porque has recibido algunos favores. No puedes decir eso de que «nadie me debe nada y yo no debo nada a nadie», ya que debes a los demás y, aunque los demás también te deban a ti, ¿no has recibido más favores de los que has hecho? Tienes suerte, está claro, ¿de qué te puedes quejar?
No eres un dragón, no eres un insecto, no eres ni uno ni otro. Ese no ser eres tú; no es una negación, es un hecho, una huella, un desgaste, un resultado, antes de un agotamiento total, es decir de la muerte. No eres más que un mensajero de la vida, una expresión o una palabra dicha hacia el no ser.
Has escrito este libro para ti, un libro sobre la huida, el libro de un hombre solo. Eres a la vez tu Señor y tu apóstol, no te sacrificas por los demás y no pides que nadie se sacrifique por ti, no puede ser más justo. Todo el mundo desea la felicidad, ¿por qué sólo habría de pertenecerte a ti? De hecho, la felicidad es bastante rara en este mundo.
25
Era mejor evitar las situaciones de peligro en medio de ese inmenso caos en el que podía ocurrir cualquier cosa. Quería recuperar su mundo perdido, recuperar la belleza que percibió en la hija del propietario de su apartamento, en su maravilloso rostro fino y su cuerpo esbelto. Cuando abrió la puerta y la encontró en el umbral, los rayos del sol que caían en el patio trazaron con gran precisión el contorno de los lóbulos rosa de sus orejas, mientras sus cabellos, las cejas y la comisura de los labios parecían lanzar destellos. Se quedó estupefacto ante tal belleza, pero ese sentimiento contrastaba con la mirada llena de odio de la joven. Tenía ganas de aclarar el malentendido que había, así que se dirigió a casa de sus vecinos. Imaginaba encontrar una vivienda limpia y ordenada, en la que habitara una familia pulcra, un pequeño universo aparte del mundo desordenado. Antes de que el viejo Huang fuera a cobrar el alquiler para la oficina de gestión de los edificios, fue él mismo a pagarlo a casa de sus vecinos, así tenía un pretexto para ver a la chica.
La entrada a la vivienda se encontraba arriba de la escalera de piedra que daba a la calle. La puerta se abrió nada más golpearla. Tras el muro había un pequeño patio tal como lo había imaginado, con la diferencia de que reinaba un desorden impresionante. Todo tipo de objetos se amontonaban a lo largo de las paredes bajo los aleros. Sobre el peldaño que conducía a la puerta principal, una mujer mayor lavaba unas sábanas en un barreño de aluminio, mientras que un niño pequeño lloriqueaba en el interior de la casa.
Se estaba preguntando si no se había equivocado de puerta, y se disponía a salir cuando la mujer levantó la cabeza y dijo:
– ¿A quién busca?
– Vengo a pagar mi alquiler…
– ¿Qué?
– Vivo aquí al lado, vengo a ver al propietario, el propietario de la casa en que vivo, hace varios meses que nadie viene a cobrar el alquiler -dijo, soltando las explicaciones que había preparado.