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Entonces miró con atención su pálido rostro.

– ¿Estás cansada? Túmbate a descansar.

Ella se quedó sentada sin moverse. Escucharon pasos sobre sus cabezas. Alguien bajaba. Luego oyeron un ruido de agua. Debían de estar lavándose en el patio. Aquella pequeña habitación sin ventanas era asfixiante.

– ¿Quieres que abra la puerta?

– No -dijo ella.

– ¿Te voy a buscar algo de agua? Yo iré a lavarme fuera.

La joven asintió con la cabeza.

Cuando volvió a la habitación, ella ya había acabado de lavarse y se había puesto una camisa de cuello redondo sin mangas que tenía dibujadas unas pequeñas flores amarillas; estaba sentada descalza sobre la cama. Tenía de nuevo las trenzas cortas, su rostro había adquirido algo de color, era una chiquilla. Dobló las piernas para hacerle sitio.

– Siéntese.

Era la primera vez que sonreía. Él también sonrió y explicó más relajado:

– He tenido que decir eso.

Hablaba de lo que tuvo que decir para poder hospedarse en el albergue.

– Claro, lo comprendo. -La chica sonrió con la boca entreabierta.

Él fue a cerrar la puerta, se quitó los zapatos y se sentó en la otra punta de la cama.

– ¡No me esperaba esto!

– ¿Qué? -preguntó ella inclinando la cabeza.

– ¡Qué pregunta!

La joven Xu Ying sonrió de nuevo con la boca entreabierta.

Mucho más tarde, recordó cómo empezó todo, recordó que aquella noche hubo flirteo y seducción, deseo e impulso, también amor, no sólo miedo.

– ¿Es tu verdadero nombre? -preguntó él.

– No puedo contestarle ahora.

– Entonces, ¿cuándo me lo dirás?

– Ya lo sabrá a su debido tiempo, depende.

– ¿De qué depende?

– ¿No lo ha entendido?

Se quedó en silencio; se sentía bien con ella. Fuera había cesado el ruido, también el del agua de la fuente, pero se notaba una especie de tensión en el ambiente, como una espera. Esta impresión la mantuvo en su memoria durante mucho tiempo, cada vez que rememoraba aquella escena.

– ¿Podemos apagar la luz? -preguntó él.

– Molesta a los ojos -añadió ella.

Cuando apagó la bombilla, rozó en la oscuridad una pierna de la muchacha. Ella la dobló de inmediato, pero dejó que se tumbara a su lado. Él se acostó prudentemente, recto, boca arriba. Pero en una cama individual como aquella era inevitable que sus cuerpos se tocaran. Intentaban evitarlo, permaneciendo en sus límites. El calor húmedo del cuerpo de la joven y el aire sofocante de la habitación le hicieron sudar a mares. En la oscuridad, el techo inclinado que distinguía levemente parecía bajar sobre él para aplastarlo, haciendo que se sintiera todavía más oprimido.

– ¿Puedo quitarme la ropa?

Ella no respondió, pero no hizo nada para evitarlo. Al quitarse la ropa, la rozó, pero ella no se movió, aunque no dormía.

– ¿Qué vas a hacer a Beijing?

– Voy a ver a mi tía.

¿Era realmente el momento adecuado para ir a visitar a unos parientes? No la creyó.

– Mi tía trabaja en el Ministerio de Sanidad -prosiguió ella.

Él dijo que él también trabajaba en una institución del Estado.

– Ya lo sé.

– ¿Cómo lo sabes?

– Ha mostrado su carné de trabajo hace un rato.

– ¿Te has fijado entonces también en mi nombre?

– Sí, la señora lo ha anotado.

En la oscuridad, vio, o mejor sintió, que ella sonreía con la boca entreabierta.

– Si no, no habría…

– ¿Dormido conmigo? -él acabó la frase.

– ¡Era mejor saberlo!

Percibió ternura en su voz. Colocó la palma de la mano sobre la pierna de la joven; ella no se la quitó. Pero pensó que ella confiaba en él y no se atrevió a ir más lejos.

– ¿De qué universidad eres? -preguntó él.

– Ya he acabado, estoy esperando que me destinen.

– ¿Qué has estudiado?

– Biología.

– ¿Has disecado cadáveres?

– Claro.

– ¿Cadáveres de personas?

– No soy médico, he estudiado sólo la teoría, pero hice prácticas en el laboratorio de un hospital; estaba esperando mi plaza de trabajo, iba a salir ahora, si no hubiera sido por…

– ¿Por qué? ¿Por la Revolución Cultural?

– Me iban a destinar a un laboratorio de Beijing.

– ¿Eres hija de funcionarios?

– No.

– Pero ¿tu tía es un alto cargo?

– ¡Lo quiere saber todo!

– En realidad, ni siquiera sé si tu nombre es verdadero o falso.

Ella rió de nuevo, esta vez su cuerpo se movió de verdad, lo sintió bajo su mano. Le apretó el muslo por fuera del pantalón.

– Se lo diré todo. -Le tomó la mano y la quitó del muslo-. Lo sabrá todo -murmuró.

Él le apretó la mano, poco a poco se fue distendiendo.

«¡Cloc, cloc!» ¡Golpeaban a la puerta! A la puerta de entrada del albergue.

Ellos no se movieron, se quedaron manteniendo la respiración para escuchar qué ocurría, con las manos cogidas. La puerta del albergue se abrió y se armó un gran revuelo. ¿Hacían la inspección de rutina o buscaban a alguien que había huido? Un grupo de hombres interrogó primero a la señora gorda; luego abrieron una a una las puertas de las habitaciones de la planta baja. Otros subieron a la primera planta. Los pasos sonaban sobre sus cabezas, buscaban por todos los lados. De pronto, el resonar de unos pasos que corrían se hizo mayor, los gritos e insultos se sucedieron en un desorden general. Después oyeron un ruido sordo, como el de un saco de arena al caer al suelo, los chillidos de un hombre y un fragor confuso. Los gritos se transformaron en un quejido hiriente que acabó apagándose.

Estaban sentados en la cama, con el corazón a mil por hora, esperando que llamaran a su puerta. La confusión continuaba en la escalera y en la planta baja. O bien habían olvidado ese cuchitril, o quizá vieron por el registro que ellos no tenían nada que ver con la pesquisa, el caso es que nadie llamó a la habitación. La puerta de la entrada del albergue se cerró, la encargada todavía murmuró unas cuantas palabras confusas, luego volvió el silencio.

En la oscuridad ella se contrajo de repente, él abrazó su cuerpo lleno de temblores, besó sus mejillas húmedas de sudor y sus labios suaves. La transpiración y las lágrimas saladas se mezclaban. Acarició sus senos, también mojados, desabrochó el botón del pantalón, pasó la mano entre los muslos, también ahí estaba empapada, la chica se dejó hacer, como paralizada. Cuando la penetró, estaban desnudos los dos…

Ella dijo más tarde que se había aprovechado de un momento de debilidad para poseerla, que eso no tenía nada que ver con el amor, pero él replicó que ella no había mostrado resistencia alguna. Después de eso, en silencio, sintió bajo sus dedos que un líquido salía entre las piernas de la joven. Se inquietó. En aquella época las estudiantes no sólo no tenían derecho a casarse, sino que quedarse embarazada o abortar sin estar casada podía acabar en una catástrofe. Ella lo tranquilizó:

– Tengo la regla.

Entonces hizo de nuevo el amor con ella. La joven no se opuso, lo acogió con todo su cuerpo. Reconoció que él hizo de ella una mujer, él ya había tenido experiencias con otras mujeres. Por aquel entonces, si ella sólo hubiera sentido rencor hacia él, y no ternura, no se le habría ofrecido desnuda a la luz del día que se filtraba por la puerta, dejándole secar con una toalla húmeda las manchas de sangre de sus muslos, y luego mostrándole un sentimiento especial. Recordaba cómo de rodillas besó los pezones en punta, ella lo abrazaba fuertemente y murmuraba que tenía miedo de quedarse embarazada; pero aun así se tumbó boca arriba y se entregó de nuevo a él.

Nadie podía saber entonces qué les esperaba ni nadie podía imaginar lo que ocurriría. En un momento de frenesí incontrolable, la besó por todo el cuerpo, sin que la joven opusiera la menor resistencia. Después del miedo que habían pasado, la tensión acumulada salía libremente. Sus cuerpos pronto quedaron cubiertos de sangre, pero ella no tuvo una palabra de reproche hacia él. Más tarde, él salió a cambiar el agua de la palangana y ella le pidió que se volviera mientras se vestía.