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La muchacha se quedó en el muelle, sin poder salir de allí, justo después de que él subiera al barco. Les dijeron que los trenes volvían a funcionar, pero que sólo se podía salir de la estación, no entrar. Para tomar el tren, primero había que subirse a un transbordador que los conducía a la otra orilla del río. Los viajeros se amontonaban en el embarcadero, formando una masa negruzca. Al alba el río estaba cubierto de bruma y el sol formaba una bola rojiza. Parecía el día del Juicio Final. Un marino que llevaba una insignia en la camiseta gritaba por un megáfono: «¡Dejen que los pasajeros que no sean de la ciudad suban primero! ¡Que muestren su carné de trabajo para subir!».

En el muelle la gente se empujaba y no mantenía la cola, había un gran desorden. Los separaron, él gritó su nombre, el nombre que ella había dado cuando llegaron al albergue, pero la joven ni se inmutó. Sin embargo, él todavía llevaba su mochila, se la había dado cuando entraron en el embarcadero, probablemente para librarse de ella. En el interior había un carné de estudiante, así como unos documentos mimeografiados por su grupo en los que se exponía la urgencia de la situación. Lo empujaron a bordo. Los que no pudieron demostrar con papeles que no eran de la ciudad se quedaron en el muelle bloqueados. Ella también, con sus cortas trenzas, tragada por la muchedumbre. Apoyado en la barandilla, la buscó con la mirada y gritó otra vez su nombre, su falso nombre; la muchacha no parecía oírle y se quedó inmóvil en el mismo lugar, quizá no tuvo tiempo de comprender que la llamaba a ella mientras el barco se iba.

31

Un inmenso lodazal, algunas hierbas raras, tú en medio de la ciénaga, con el cuerpo impregnado del hedor del lodo. Te gustaría llegar a un lugar seco, lavarte la cara y el cuerpo con el agua inmunda de la superficie del cenagal, aunque sabes perfectamente que de todas formas no conseguirás lavarte por completo, pero tienes que salir, debes saltar; no obstante, volverás a caer en el lodazal, estarás hecho una piltrafa en medio del agua y del lodo, y todavía tendrás que trepar…

En la incierta lejanía, una luz parece centellear, vas hacia ella, o mejor dicho, trepas hacia allí. La luz brilla a través de un claro, es una casa, una puerta, subes hasta la puerta, estiras la mano para tocarla, consigues al fin abrirla, escuchas el murmullo del viento, pero no hay viento; en una sala grande, un círculo de luz te ciega, intentas alcanzar ese círculo, luego te pones en pie sobre una sólida plancha de madera, y ahí descubres que estás desnudo como un gusano, pero delante no ves nada…

Tienes que adoptar una pose, luego no moverte, transformarte en estatua.

Necesitas flotar por los aires como una telaraña y desaparecer poco a poco como un pedazo de nube;

Necesitas ser como la rama espinosa del azufaifo, como la hoja del árbol de sebo cuando empieza el invierno, que se vuelve violeta oscuro por el hielo y que tiembla en el viento;

Necesitas vadear los arroyos, escuchar el ruido que producen tus pies desnudos sobre los adoquines grises de la calle;

Necesitas sacar tus recuerdos pesados de la cuba de pintura para manchar el suelo;

Necesitas un escenario brillante para que él se revuelque con una mujer desnuda bajo la mirada de la gente;

Necesitas mirarlos desde arriba con tus ojos vacíos, dos agujeros negros;

Necesitas ver detrás de la puerta las sombras de la luna llena que brilla solitaria en el firmamento;

Necesitas copular con una loba, aullar con ella, con la cabeza mirando al cielo;

Necesitas bailar solo, describiendo un redondel, con pasos pequeños, rápidos y ligeros, ti-ti-ta, ti-ti-ta;

Esperas que él, tu bailarín, saltará en el suelo como un pez fuera del agua;

Esperas que una mano cruel agarrará a ese pez gordo y resbaladizo, que lo abrirá de golpe con un cuchillo, aunque no quieres que muera de ese modo;

Necesitas encontrar una voz muy aguda para contar una historia olvidada, tu infancia, por ejemplo;

Necesitas sumergirte lentamente en el fondo del agua, en la oscuridad, como un barco que se hunde, y quieres ver cómo suben las burbujas a la superficie, en el más absoluto silencio;

Necesitas convertirte en un pez cabezón que se mueva por las algas, agitando la cabeza, moviendo la cola;

Esperas convertirte en un ojo triste, profundo y desconsolado, y contemplar con ese ojo cómo gira y vuelve a girar el mundo, y ese ojo está en el centro de tu mano;

Esperas ser una resonancia, y, en esa resonancia, se distingue una suave voz de barítono ante un muro de sonido;

Esperas ser una canción de jazz, que se interpreta libre e inesperadamente, con improvisación y fluidez, luego, se convierte en una postura extraña, una sonrisa equívoca, un semblante a la vez sonriente y sospechoso, después, se vuelve totalmente insensible y se pone rígido. Más tarde, sigilosamente, te deslizas y te transformas en locha de estanque, mientras conservas en tu rostro impasible una sonrisa extraña; abres la boca, mostrando los dientes, dientes ennegrecidos por el humo de tabaco, o dos grandes dientes de oro que brillan en medio de ese rostro risueño y petrificado, es muy divertido.

Esperas convertirte en el niño que orina en la esquina de una calle del centro de Bruselas. Los hombres y las mujeres van a beber el agua que mea, las chicas no paran de reírse al lado, mientras que tú eres un viejo que contemplas el espectáculo desde un bar cerca de allí. Estás tan viejo, tu rostro está cubierto de arrugas tan profundas, que tu expresión se queda igual, rías o no, y bebes una cerveza dulce, tan negra como la salsa de soja.

Te gustaría echarte a llorar a moco tendido delante de todo el mundo, pero sin ruido, las personas no sabrían por qué lloras, ignorarían si lloras realmente o si finges; asimismo, te gustaría llorar sobre este mundo afectado, también sin hacer ruido, haciendo el papel del hombre que llora, dejando perplejos a los distinguidos espectadores. Después te encantaría poder abrirte el pecho ante todos y sacar un corazón de plástico rojo, después un puñado de paja de arroz o de papel higiénico y lanzarlos hacia los que aceptan aclamarte; avanzar con paso ligero, luego resbalar, caer al suelo y no poder levantarte, morir de un infarto en el escenario, en realidad no necesitas que te socorran, sólo haces comedia, sólo de esta manera querrías mostrar la pena y la alegría, la tristeza y el deseo, con una pequeña sonrisa llena de astucia, ¿sonrisa o mueca? Más tarde te irías discretamente con una chica que acabarías de conocer, que se habría enamorado de ti, haríais el amor de pie en los lavabos, sólo se verían tus pies, sus piernas estarían rodeando tu cintura, tirarías de la cadena para que se oyera el ruido del agua, purificándote, haciendo que las lágrimas cayeran sobre todo el mundo, llenando de lluvia los cristales del planeta, que el mundo entero se hiciera borroso, tan borroso que no se supiera si es por la lluvia o la niebla, y tú te quedarás de pie al lado de la ventana contemplando los copos de nieve que caen silenciosamente y cubren por completo la ciudad, como un gigantesco sudario blanco, y tú, delante de la ventana, piensas tristemente que él mismo se ha perdido…

También podemos cambiar el punto de vista, tú te encuentras entre los espectadores, lo ves subir al escenario, un escenario vacío, está de pie, desnudo, y bajo la luz cruda de los proyectores debe habituarse durante unos instantes a esa luminosidad antes de que pueda, a través del haz de luz que ilumina el escenario, distinguirte a ti, sentado en un sillón de terciopelo rojo en la última fila del teatro, también vacío.

32

En la mochila que dejó la joven había un carné de estudiante con el apellido de Xu, como ella había dicho, pero el nombre era Qian. También había pequeños diarios y octavillas que denunciaban la situación. Probablemente iba a Beijing a poner una denuncia. Sin embargo, aquellos documentos se difundían públicamente. Quizá sólo fuera a Beijing a refugiarse. Demostró que tenía mucho miedo de que la reconocieran cuando le puso en las manos la mochila que contenía sus papeles, pensó.