Has conseguido una nueva vida, esa vida la utilizas como te da la gana, todavía quieres saborear lo que te quede de ella. Lo más importante es vivir con alegría, vivir para ti mismo y ser feliz, no te importa nada de lo que digan de ti.
Te sientes bien, y este bienestar no se encuentra en el exterior, está en ti; podrás disfrutarlo totalmente si eres consciente.
La libertad es una mirada, una entonación; mirada y entonación pueden realizarse, por lo tanto, ya tienes algo. Y la libertad está tan confirmada como la existencia de la materia, como la existencia del árbol, de la hierba, de la gota de rocío; nadie puede dudar o negarte la libertad de usar tu vida.
Sin embargo, ¡la libertad es tan efímera! Tu mirada, tu entonación sólo vienen de un instante, de una actitud adoptada por ti mismo: lo que quieres conseguir es justamente esa libertad fugitiva. Recurres al lenguaje precisamente porque quieres confirmar su existencia, aunque lo que escribas no pueda existir eternamente.
Cuando escribes, ves esa libertad y la escuchas. En el instante en que escribes, en que lees, en que escuchas, la libertad existe en tu expresión, necesitas este pequeño lujo: la expresión de la libertad y la libertad de expresarte. Y cuando la has conseguido, te sientes bien.
La libertad no se da, no se compra, más bien es tu propia conciencia de la vida, el deleite de tu vida. Saborea esta libertad como el placer que sientes cuando haces el amor físico con una bella mujer. ¿No es lo mismo?
La libertad no soporta ni la santidad ni el poder dictatorial. No quieres saber nada ni de una cosa ni de otra, y, de todos modos, tampoco podrías conseguirlas; en lugar de hacer un gran esfuerzo para conseguir algo, es mejor tener la libertad.
Antes que decir que Buda está en ti, mejor decir que la libertad está en ti. La libertad nunca viene de otro, si piensas en la mirada de los demás, si buscas su aprobación, y si haces bellos discursos para distraerlos, te adaptarás a sus gustos; el que disfrutará no serás tú y habrás perdido tu libertad.
La libertad no concierne a los demás, no debe reconocerla nadie, sólo podrás conseguirla superando las coacciones de los otros, como ocurre con la libertad de expresión.
La libertad puede aparecer bajo la forma del dolor y de la tristeza, si estos sentimientos no la ahogan. A pesar de estar sumergida en ellos, aún puedes verla. El dolor y la tristeza también son libres. Necesitas un dolor libre y una tristeza libre, si por algo vale la pena vivir es por esa libertad que por fin te proporciona alegría y serenidad.
– No podemos creer que la paz reinará sobre la tierra cuando todos los viejos contrarrevolucionarios hayan sido depurados. Tenéis que abrir los ojos, ¡esos elementos contrarrevolucionarios en plena actividad son nuestros peores enemigos! Se esconden bien, son muy astutos. Se amparan en los eslóganes revolucionarios de los proletarios, pero, en la sombra, se dedican a actividades fraccionarias burguesas para provocar la confusión en nuestras filas. ¡Sobre todo, que nadie se deje influir por ellos, están por todas partes, tejiendo sus telas de araña para atraparos! ¡Esos contrarrevolucionarios tienen dos caras, no lo olvidéis, alzan la bandera roja para oponerse a la bandera roja!
El jefe adjunto de la comisión de control militar, el delegado Pang, en realidad comisario político del ejército, había venido expresamente a la granja. Encaramado a un rodillo de piedra del área de trilla, lucía unas gafas de montura gruesa y agitaba en la mano un documento mientras pronunciaba un discurso de movilización:
– Las escuelas de funcionarios del 7 de mayo no deben ser remansos de paz alejados de la lucha de clases.
Habían empezado a desenmascarar a un grupo de contrarrevolucionarios activos llamado «camarilla del 16 de mayo». Los jefes de las organizaciones rebeldes, surgidas desde el principio del movimiento, así como los miembros activos, estaban siendo sometidos a una investigación. Él fue de inmediato destituido de su función de jefe de escuadra, cargo con el que debía dar ejemplo; había acabado con el trabajo manual y debía rendir cuentas de los últimos años con todo detalle, explicar qué ocurrió en los últimos meses, decir qué día, en qué lugar, con qué personas tuvo qué reunión secreta y a qué actuaciones inconfesables se había dedicado.
Aún no sabía que en Beijing habían aislado al gran Li y lo estaban sometiendo a una investigación; el interrogatorio duró varios días y varias noches y le sacudieron de lo lindo. Reconoció que formaba parte de los elementos del «16 de Mayo» y, por supuesto, también lo denunció a él. Así mismo confesó que cuando estuvieron en casa de Wang Qi, mantuvieron una reunión del grupo contrarrevolucionario para conspirar con un elemento de la banda negra antipartido, de quien recibían las directivas. Su objetivo final era acabar con la dictadura del proletariado. Li acabó internado en un asilo psiquiátrico. A Wang Qi también la interrogaron y la aislaron. Luego torturaron a Lao Liu en un cuarto del sótano del edificio hasta acabar con su vida; después lo subieron a un piso y lo tiraron por la ventana, con la intención de que pareciera que se había suicidado para evitar el castigo.
Por suerte, antes de que todo aquello tuviera lugar, sintió el olor de los perros que venían del horizonte para cercarlo. Ya había comprendido cómo los perros de caza actuaban sobre el terreno: según «la orden de movilización para prepararse para la guerra número uno», firmada por el vicecomandante en jefe Lin Biao, la dispersión de un gran número de miembros del personal, acompañados de sus familias, significaba la puesta en marcha de una depuración todavía más radical. El ambiente de los últimos meses, bastante tranquilo aunque algo pesado, estaba cambiando a toda velocidad; la hostilidad de los recién llegados reemplazaba la leve fraternidad que todavía quedaba. Se reorganizaban las antiguas compañías, pelotones y escuadras, se reconstituían las células del Partido, la comisión de control militar nombraba a los nuevos altos cargos desde Bei-jing. Tenía que encontrar un modo de evitar el cerco antes de que le llegara su turno. En plena noche, fue a escondidas a la cabeza de distrito para enviar un telegrama a su antiguo compañero de instituto, Rong.
Dios aprieta pero no ahoga, o, mejor dicho, Dios se apiadaba de él y le daba una salida. Por la tarde, mientras los hombres estaban en los campos, se quedó solo en el dormitorio para escribir su confesión. Cuando pasaba alguien, fingía copiar las citas de Mao. Un cartero de la comuna popular llegó en bicicleta gritando: «¡Telegrama! ¡Telegrama!».
Salió corriendo, era la respuesta de su amigo. El astuto de Rong firmó el telegrama con la dirección telegráfica de la estación de técnicas agrícolas del distrito en el que trabajaba, y escribió el siguiente texto: «Conforme a lo estipulado en los documentos del Comité Central con respecto a los preparativos de guerra, hemos aceptado recibir al camarada Fulano para que se instale en la comuna popular de nuestro distrito. El interesado deberá presentarse antes de fin de mes, de lo contrario no podrá ser instalado».
Aprovechando que todo el mundo estaba trabajando en el campo, se presentó en el despacho de dirección de la escuela, que se encontraba a unos cinco kilómetros. La sala de dactilografía y del teléfono estaba vacía. Dentro había un pequeño cuarto del delegado Song, que le servía de despacho y de habitación. La puerta estaba cerrada, pero se oía una respiración que venía del interior.
– Informe para el delegado Song.
Era el reglamento militar, lo había asimilado perfectamente. Al instante, el delegado Song salió. Su uniforme estaba impecable, pero no había tenido tiempo de abrocharse el cuello.
– Se puede considerar, en cierto modo, que me he graduado en esta escuela de funcionarios. Espero que me expida el diploma.
Reflexionó durante todo el camino sobre lo que tenía que decir y pronunció esas palabras con toda la tranquilidad que pudo, manteniendo una sonrisa en los labios.