Envidia a los actores que tienen un cuerpo muy ágil, sobre todo a los bailarines. Le encantaría poder expresarse libremente con su cuerpo, tropezar cuando lo quisiera, caer, dar un salto y levantarse, saltar de nuevo; pero la edad no perdona, al menor paso en falso, o tiene un tirón o una fractura, y se acaba la danza. Sólo le queda el lenguaje para moverse. El lenguaje es tan ligero que le fascina. Es un equilibrista incurable del lenguaje; no puede estar sin hablar, aunque no haya nadie a su lado. No para de hablar consigo mismo. Esta voz interior es el reconocimiento de su propia existencia. Está acostumbrado a transformar lo que siente en lenguaje, si no, no se siente del todo satisfecho; el placer que le provoca es como los gemidos o incluso los gritos que da cuando hace el amor.
Está sentado frente a ti, os miráis, y se ríe a mandíbula batiente delante del espejo.
57
Nueva York. El primer día hacía diez grados bajo cero y nevaba. Al día siguiente el tiempo mejoró de repente; el suelo estaba cubierto de hielo sucio, tus zapatos estaban empapados y tuviste que comprarte unas botas forradas por culpa de ese maldito clima. Prefieres el invierno suave de París. Aquí hay muchos chinos, no es raro oír en la calle el acento de Beijing, el de Shanghai, el dialecto de Shandong e incluso el de Henan, que se hablaba en los pueblos que había cerca de la granja de reeducación por el trabajo donde viviste. Se encuentran todas las especialidades chinas, incluso los panecillos al vapor rellenos de cangrejo o los tallarines frescos del Shanxi. Hay varios China Town, tanto en Manhattan, como en Flushing en Queen's. Estas chinas todavía son más chinas que las del país; los chinos de Nueva York han recreado aquí varios pueblos natales imaginarios.
Tú, que no tienes país natal, no tienes por qué dar un espectáculo chino en los Estados Unidos. Lo que tú necesitas son verdaderos actores occidentales. Y buscabas una actriz cien por cien norteamericana para el papel principal; pero no encontraste a la bellísima Linda hasta el estreno, aunque ella tiene algo de sangre turca. Os conocisteis en Italia, en un festival de teatro, durante la cena que siguió a la representación de tu obra. Ella se sentó a tu mesa, te abrazó y te dio un beso sonoro en una mejilla, luego te dijo:
– ¡Me ha encantado su obra! ¡Si viene alguna vez a representarla a Nueva York, no olvide llamarme!
Dijo estas palabras con tanta emoción que te llenó de alegría. Le diste al grupo de teatro su dirección y su número de teléfono, pero no la llamaron y ella no leyó el anuncio en que pedían actores. En Nueva York hay muchas mujeres bellas y buenas actrices. Fue a ver la representación y, cuando la gente ya se marchaba, ella se echó a llorar. No sabías si lloraba por tu obra, por verte, o porque sentía haber perdido la ocasión de actuar en ella; de todos modos, te emocionó. Al final resulta que no estás tan solo en este mundo; tienes muchos antiguos y nuevos amigos. A menudo te das cuenta de que es más fácil comunicar con ellos que con algunos de tus compatriotas chinos, son más directos. Además, encuentras menos obstáculos para hacer el amor con las occidentales. A medianoche recibiste una llamada de París; le dijiste que pensabas en ella. «¿En qué en concreto?», te preguntó. Dijiste que pensabas en su olor. «Entonces te paso este olor por teléfono, totalmente húmeda, ¿de acuerdo?», dijo riendo. «No es suficiente», dijiste que pensabas en ella entera, de los pies a la cabeza. «¿No hay ninguna mujer en tu cama?», preguntó. «Ahora no, pero podría haberla en cualquier momento», contestaste. «¡Eres un cerdo! Aun así, recibe un beso por todo tu cuerpo, entero.»
No eres un hombre honesto, inútil hacerte el inocente. Lo único que quieres es esparcir tu deseo por todo el mundo, llenar de lodo todos los continentes. Por supuesto, es un deseo vano que te pone un poco triste, aunque sabes que esta tristeza se mezcla con una cierta falsedad. En realidad te encanta haber recuperado esta vida, esta vida que te pertenece, a ti, que te acaban de llamar cerdo, que eres correspondido por esa francesa que te acaba de insultar; quieres precisamente darle esta vida, ponerla húmeda para saborearla por completo.
El pasado está tan lejos ahora; viajas por todo el mundo, te sientes muy bien, le gusta el jazz y la improvisación del blues, que se parece a la obra que has escrito. En el cuarto trastero del teatro has encontrado un viejo marco en el que has colocado una pierna de mujer de plástico. Encima has escrito «What» como si fuera tu firma. Te ríes del mundo, y también te ríes de ti mismo. Sólo puedes ser feliz si el mundo y el «tú» se anulan mutuamente. Te gustaría convertirte en un blues, en la vieja canción que cantaba el negro Johnny Hartman:
Dicen que se ha enamorado
Es maravilloso
Maravilloso
Dicen que es tan maravilloso que no tiene cura…
Durante un ensayo, los actores han contado que el día anterior asesinaron a un cantante negro mientras reparaba una avería del coche en la autopista. Los periódicos del día publicaban la foto del cadáver. Una tristeza irresistible se ha apoderado de ti, aunque nunca hubieras escuchado las canciones de aquel hombre.
Te costaría mucho enamorarte de una china. Cuando saliste de tu país, dejaste en la estacada a aquella enfermera y ahora ya no sientes ningún remordimiento, ya no vives entre remordimientos.
Un dulce claro de luna, una ladera de montaña difuminada, unas chozas borrosas, unos arrozales desiertos después de la cosecha que se extienden por el valle, un camino de tierra serpenteando hasta la puerta de un almacén, un poema bucólico anticuado; tienes la sensación de haber visto la escena en sueños: has visto la puerta cerrada de esta casa de tierra, han violado a tu alumna en el interior, nadie puede socorrerla, ella no tenía otra salida, esperaba conseguir un puesto de trabajo para no tener que seguir trabajando en el campo para ganarse su ración de cereales, ése era el precio que debía pagar. Ella está allí, en el otro lado del mundo; hace mucho tiempo que habrá olvidado hasta tu existencia. Suspiras en vano. Lo que consigues que vuelva a ti, más que recuerdos, son deseos.
Ella dice que en este momento no le apetece nada, sólo tiene ganas de llorar; no paran de caerle las lágrimas. Dices que la deseas con locura; pero ella dice que no quiere ser una sustituta, que no es en ella en quien tú quieres entrar; ella tampoco puede entrar en tu corazón, estás tan distante. Tú dices que estás cerca de ella, que sólo le has contado esta historia porque compartes tu cama con ella esta noche, para excitarla, pero ella te pide que no la utilices para sacar tu dolor interno. Tú dices que nunca habrías imaginado que una francesa como ella fuera tan estúpida. Ella dice que aunque sea tonta no puede hacer nada para evitarlo. Tú le preguntas por qué no comprende la maldad masculina; pero ella dice que está bien así, tumbada contigo en la cama, le gusta vuestra relación, no quiere que el deseo sexual ensucie estos buenos sentimientos, desea que la dejes así, tumbada tranquilamente. Luego añade que también puede ser frenética, que podría permitir que un hombre que no conociera de nada hiciera con ella lo que le viniera en gana; pero, justamente porque te ama, no quiere estropear todo lo que tiene contigo. Le recuerdas que te ha dicho que era una puta. Reconoce que lo ha dicho y que, además, es tu puta, pero no en este momento. Le preguntas: ¿Cuándo entonces? Dice que no lo sabe, que cuando llegue el momento te dará todo lo que quieras, pero ahora, además, no tienes condón; tiene miedo de las enfermedades. No tienes que enfadarte con ella, ¿por qué no lo pensaste antes? ¿Dónde encontrar un preservativo de madrugada? Si tienes tantas ganas, eyacula sobre ella, pero no dentro. La abrazas, hueles su cuerpo, la acaricias por todas partes, la embadurnas con tu esperma, con sus lágrimas, con vuestros dos sudores mezclados en su pubis, en sus senos. Le preguntas si está bien. Ella dice que hagas lo que quieras menos preguntas. Te abraza con fuerza para pegarte contra su pecho opulento, dice que de todos modos te ama. Su aliento jadeante y dulce acaricia tu oído.