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Y más de treinta millones de norteamericanos murieron durante la Pandemia como resultado de esa forma de pensar.

– Le aseguro, señora, que la cuarentena es solamente para protegerlas, y que todas las fechas de sus conciertos volverán a fijarse. Mientras tanto, Balliol se enorgullece de tenerlas como invitadas. Deseo de todo corazón conocerla en persona. Su reputación la precede.

Y si eso fuera cierto, pensó, le habría dicho que Oxford estaba en cuarentena cuando escribió solicitando permiso para venir.

– No hay manera de volver a fijar un repique de Nochebuena. Íbamos a tocar un repique nuevo, el Chicago Surprise Minor. La Capilla de Norwich cuenta con que estemos allí, y le aseguro que…

Dunworthy pulsó el botón de desconexión.

Finch probablemente estaba en el despacho del administrador, buscando los archivos médicos de Badri, pero Dunworthy no pensaba arriesgarse a encontrarse con otra campanera. En cambio, buscó el número de Transportes Regionales y empezó a marcarlo.

La puerta del fondo del pasillo se abrió y apareció Mary.

– Estoy intentando con Transportes Regionales -anunció Dunworthy, mientras terminaba de marcar el número. Le pasó el teléfono.

Ella lo rechazó, sonriendo.

– No importa. Acabo de hablar con Deirdre. El tren de Colin fue detenido en Barton. Los pasajeros fueron llevados de vuelta a Londres. Ella va a ir a Marble Arch a recogerlo -suspiró-. Deirdre no parecía muy contenta. Pensaba pasar la Navidad con la familia de su nuevo compañero, y creo que prefería que el niño no estuviera presente, pero qué se le va a hacer. Me alegro de que no se vea mezclado en todo esto.

Él pudo percibir el alivio en su voz. Recogió el teléfono.

– ¿Tan malo es?

– Acabamos de recibir la identificación preliminar. Es un mixovirus tipo A, sin ninguna duda. Gripe.

Él esperaba algo peor, alguna fiebre del Tercer Mundo o un retrovirus. Había sufrido la gripe en los días anteriores a las antivirales. Se había sentido fatal, congestionado, febril y dolorido durante unos cuantos días, y luego se recuperó simplemente a base de descansar y tomar líquidos.

– ¿Retirarán la cuarentena, entonces?

– No, hasta que tengamos los archivos médicos de Badri. Sigo esperando que se haya saltado su última dosis de antivirales. De lo contrario, tendremos que esperar hasta que localicemos la fuente.

– Pero se trata sólo de la gripe.

– Si hay un pequeño cambio antigénico, de un punto o dos, es sólo la gripe -corrigió ella-. Si hay un cambio mayor, es influenza, que es un asunto completamente distinto. La pandemia de la Gripe Española de 1918 era un mixovirus. Mató a veinte millones de personas. Los virus mutan cada pocos meses. Los antígenos de su superficie cambian, de forma que los hace irreconocibles para el sistema inmunológico. Por eso las vacunas son necesarias en cada estación. A pesar de ello, no sirven de nada contra grandes cambios.

– ¿Y es éste el caso?

– Lo dudo. Las mutaciones importantes sólo suceden cada diez años o así. Creo que lo más probable es que Badri no recibiera su vacuna estacional. ¿Sabes si tuvo que trasladarse a principios de trimestre?

– No. Pero es posible.

– Si tuvo algún trabajo urgente, es probable que se le olvidara, y en ese caso lo único que tiene es la gripe de este invierno.

– ¿Y Kivrin? ¿Recibió las vacunas estacionales?

– Sí, y antivirales en todo el espectro y potenciación de leucocitos-T. Está plenamente protegida.

– ¿Aunque sea influenza?

Ella vaciló una fracción de segundo.

– Si estuvo expuesta al virus a través de Badri esta mañana, está plenamente protegida.

– ¿Y si se encontró con él antes?

– Si te respondo, sólo servirá para que te preocupes -respiró hondo-. La potenciación y las antivirales se le administraron para que tuviera inmunidad total al principio del lanzamiento.

– Y Gilchrist lo adelantó dos días -dijo Dunworthy amargamente.

– Yo no habría permitido que fuera si no creyera que se encontraba bien.

– Pero no contaste con la posibilidad de que estuviera expuesta a un virus de influenza antes de marcharse siquiera.

– No, pero eso no cambia nada. Tiene inmunidad parcial, y no estamos seguros de que estuviera expuesta. Badri apenas se le acercó.

– ¿Y si estuvo expuesta antes?

– Sé que no debería de habértelo dicho -suspiró Mary-. La mayoría de los mixovirus tienen un período de incubación de doce a cuarenta y ocho horas. Aunque Kivrin estuviera expuesta hace dos días, habría tenido suficiente inmunidad para impedir que el virus se replicara lo suficiente para causar más que síntomas menores. Pero no es influenza -le palmeó el brazo-. Y estás olvidando las paradojas. Si hubiera estado expuesta, habría sido altamente contagiosa. La red no la habría dejado pasar.

Tenía razón. Las enfermedades no podían atravesar la red si existía alguna posibilidad de que los contemporáneos las contrajeran. Las paradojas no lo permitirían. La red no se habría abierto.

– ¿Cuáles son las probabilidades de que la población de 1320 sea inmune? -preguntó.

– ¿A un virus actual? Casi ninguna. Hay mil ochocientos puntos posibles de mutación. Los contemporáneos tendrían que tener todos el virus exacto, o serían vulnerables.

Vulnerables.

– Quiero ver a Badri -dijo-. Cuando llegó al pub, dijo que algo fallaba. Lo estuvo repitiendo en la ambulancia camino del hospital.

– Algo falla -contestó Mary-. Sufre una grave infección vírica.

– O sabe que ha contagiado a Kivrin. O no hizo el ajuste.

– Dijo lo contrario -ella le miró, compasiva-. Supongo que es inútil decirte que no te preocupes por Kivrin. Ya has visto cómo acabo de actuar con respecto a Colin. Pero hablaba en serio cuando dije que los dos están a salvo. Kivrin está mucho mejor que aquí, incluso entre esos ladrones y asesinos que no paras de imaginar. Al menos no tendrá que tratar con las regulaciones de cuarentena del Ministerio de Sanidad.

Él sonrió.

– O con las campaneras americanas. América no ha sido descubierta todavía -extendió la mano hacia el pomo de la puerta.

La puerta de otro extremo del pasillo se abrió de golpe y una mujer corpulenta que llevaba una maleta la atravesó.

– Está usted ahí, señor Dunworthy -gritó desde la otra punta del pasillo-. Le he estado buscando.

– ¿Es una de tus campaneras? -preguntó Mary, volviéndose a mirarla.

– Peor -contestó Dunworthy-. Es la señora Gaddson.

6

Oscurecía bajo los árboles y al pie de la colina. A Kivrin empezó a dolerle la cabeza incluso antes de llegar a los surcos helados, como si eso tuviera algo que ver con cambios microscópicos en luz o altura.

No podía ver la carreta, a pesar de que se encontraba directamente delante del pequeño cofre, y si se esforzaba la cabeza le dolía aún más. Si esto era uno de los «síntomas menores» del desplazamiento temporal, se preguntó cómo serían los mayores.

Cuando vuelva, pensó mientras avanzaba entre los matorrales, pienso tener una charla al respecto con la doctora Ahrens. Creo que subestiman los efectos debilitadores que estos síntomas pueden tener sobre un historiador. Bajar la colina la había dejado más exhausta que subirla, y tenía mucho frío.

La capa y los cabellos se le enredaron en los sauces mientras se abría paso entre los matorrales, y se hizo un largo arañazo en el brazo que inmediatamente empezó a dolerle también. Resbaló una vez y estuvo a punto de caerse, y el efecto sobre su migraña fue que la cabeza dejó de dolerle y luego la sensación de molestia volvió con fuerza redoblada.