– Me dijo que deseaba ver mi carro -insistió Agnes-. Dijo que no tenía perro.
– Te estás inventando historias -la reprendió Eliwys-. La dama no puede hablar.
Tengo que detener esto, pensó Kivrin. Le darán también un tirón de orejas.
Se incorporó sobre los codos. El esfuerzo la dejó sin aliento.
– Hablé con Agnes -dijo, rezando para que el intérprete hiciera lo que se suponía que debía hacer. Si elegía apagarse de nuevo en este momento y Agnes acababa recibiendo un pescozón, sería el colmo-. Le pedí que me trajera el carro.
Las dos mujeres se volvieron y la miraron. Eliwys abrió mucho los ojos. La anciana pareció asombrada y luego furiosa, como si pensara que Kivrin las había engañado.
– ¿Lo veis? -sonrió Agnes, y se acercó a la cama con el carro.
Kivrin volvió a tenderse contra las almohadas, agotada.
– ¿Dónde estoy? -preguntó.
Eliwys tardó un instante en recuperarse.
– Descansáis a salvo en la casa de mi esposo y señor… -el intérprete tuvo problemas con el nombre. Parecía algo así como Guillaume D'Iverie o posiblemente Deveraux.
Eliwys la miraba con ansiedad.
– El valido de mi esposo os encontró en el bosque y os trajo aquí. Habéis sido asaltada y malherida. ¿Quién os atacó?
– No lo sé -respondió Kivrin.
– Me llamo Eliwys, y ésta es la madre de mi esposo, lady Imeyne. ¿Cómo os llamáis?
Y éste era el momento de contarles toda la historia cuidadosamente estudiada. Le había dicho al sacerdote que se llamaba Katherine, pero lady Imeyne ya había dejado claro que no confiaba en nada de lo que él hacía. Ni siquiera creía que supiera hablar latín. Kivrin podría decir que se había confundido, que su nombre era Isabel de Beauvrier. Podía decirles que había llamado a su madre o a su hermana en su delirio. Podía decirles que había estado rezando a Santa Catalina.
– ¿De qué familia sois? -preguntó lady Imeyne.
Era una historia muy buena. Establecería su identidad y posición en sociedad y aseguraría que no intentaran contactar con su familia. Yorkshire quedaba muy lejos, y el camino al norte era infranqueable.
– ¿Adonde os dirigíais? -terció Eliwys.
Medieval había estudiado a conciencia el clima y las condiciones de las carreteras. Había llovido durante dos semanas seguidas en diciembre, y hubo hielo en las carreteras hasta finales de enero. Pero ella había visto la carretera que conducía a Oxford. Estaba seca y despejada. Y Medieval había estudiado también a conciencia el color de su traje, y la prevalencia de las ventanas de cristal entre las clases superiores. Habían estudiado a conciencia el lenguaje.
– No recuerdo, no -dijo Kivrin.
– ¿No? -preguntó Eliwys, y se volvió hacia lady Imeyne-. No recuerda nada.
Piensan que estoy diciendo «nada» en vez de «no». En inglés medieval la pronunciación de las dos palabras no se diferenciaba. Piensan que no recuerdo nada.
– Es su herida -asintió Eliwys-. Ha aturdido su memoria.
– No… no… -dijo Kivrin. No se suponía que debiera fingir amnesia. Se suponía que era Isabel de Beauvrier, del East Riding. El hecho de que las carreteras estuvieran secas aquí no significaba que no fueran infranqueables más al norte, y Eliwys ni siquiera dejaría que Gawyn cabalgara hasta Oxford para recibir noticias de ella o a Bath para recoger a su marido. Sin duda, no lo enviaría al East Riding.
– ¿Recordáis vuestro nombre? -preguntó impaciente lady Imeyne, acercándose tanto a ella que Kivrin olió su aliento. Era muy agrio, un olor a podredumbre. Debía de tener los dientes picados también-. ¿Cómo os llamáis?
El señor Latimer había dicho que Isabel era el nombre de mujer más corriente en el siglo XIV. ¿Hasta qué punto era corriente Katherine? Y Medieval no sabía los nombres de las hijas. ¿Y si Yorkshire no estaba lo bastante lejos, después de todo, y lady Imeyne conocía a la familia? Lo tomaría como una prueba más de que era una espía. Era mejor que se ciñera al nombre corriente y les dijera que era Isabel de Beauvrier.
La anciana estaría encantada de pensar que el sacerdote había entendido mal su nombre. Sería una nueva prueba de su ignorancia, de su incompetencia, otro motivo para enviar a buscar un nuevo capellán a Bath. Pero él había sostenido la mano de Kivrin, le había dicho que no tuviera miedo.
– Me llamo Katherine -dijo.
No soy la única que tiene problemas, señor Dunworthy. Creo que los contemporáneos que me han recogido también los tienen.
El señor de la casa, lord Guillaume, no está aquí. Está en Bath, declarando en el juicio de un amigo suyo, lo que al parecer es algo peligroso. Su madre, lady Imeyne, le llamó idiota por mezclarse en ello, y lady Eliwys, su esposa, parece preocupada y nerviosa.
Han venido con prisa y sin criados. Las nobles del siglo XIV tenían al menos una dama de compañía particular, pero ni Eliwys ni Imeyne tienen ninguna, y dejaron detrás a la aya de sus hijas (las dos hijas pequeñas de Guillaume están aquí). Lady Imeyne quería traer a una nueva, y también a un capellán, pero lady Eliwys no la dejó.
Creo que lord Guillaume espera problemas y ha mandado a sus mujeres a donde piensa que pueden estar a salvo. O posiblemente los problemas ya han comenzado: Agnes, la hija menor, me habló de la muerte del capellán y de alguien llamado Gilbert, que tenía «la cabeza toda roja», así que tal vez ya haya habido derramamiento de sangre, y las mujeres han venido aquí para escapar de los conflictos. Uno de los validos de lord Guillaume ha venido con ellas, y está plenamente armado.
No hubo ningún levantamiento de importancia contra Eduardo II en Oxfordshire en 1320, aunque nadie estaba muy contento con el rey y su favorito, Hugh Despenser, y hubo conjuras y escaramuzas menores en todas partes. Dos de los barones, Lancaster y Mortimer, arrebataron sesenta y seis mansiones a los Despenser ese año… este año. Lord Guillaume, o su amigo, pueden haberse visto envueltos en alguna de esas conjuras.
Por supuesto, podría ser algo completamente distinto, una disputa por tierras o algo así. La gente del siglo XIV pasaba casi tanto tiempo en los tribunales como los contemporáneos de finales del siglo XX. Pero no lo creo. Lady Eliwys salta a cada ruido, y ha prohibido a lady Imeyne decirles a los vecinos que están aquí.
Supongo que en cierto modo es buena cosa. Si no le dicen a nadie que están aquí, no le hablarán a nadie de mí ni enviarán mensajeros para intentar averiguar quién soy. Por otro lado, existe la posibilidad de que hombres armados derriben la puerta a patadas en cualquier momento. O que Gawyn, la única persona que sabe dónde está el lugar de encuentro, muera en defensa de la mansión.
(Pausa)
15 de diciembre de 1320 (Calendario Antiguo). El intérprete funciona ya, más o menos, y los contemporáneos parecen entender lo que digo. Yo puedo comprenderlos a ellos, aunque su inglés medio no se parece en nada al que el señor Latimer me enseñó. Está lleno de inflexiones y tiene un acento francés mucho más suave. El señor Latimer ni siquiera reconocería su «Whan that Aprille with his shoures sote».
El intérprete traduce lo que los contemporáneos dicen con la sintaxis y algunas otras palabras intactas, y al principio intenté ordenar las frases de la misma forma que ellos, diciendo «Aye» por «sí» y «Nay» por «no», y cosas como «Nada recuerdo de por dónde vine», pero pensarlo es horrible, el intérprete tarda una eternidad en encontrar una traducción, y me atasco y me debato con la pronunciación. Así que hablo inglés moderno y espero que lo que salga de mi boca sea más o menos correcto, y que el intérprete no esté masacrando los modismos y las inflexiones. Sólo el cielo sabe cómo hablo. Como una espía francesa, probablemente.