El idioma no es lo único distinto. Mi vestido es un error, el tejido de demasiada calidad, y el azul es demasiado brillante, teñido con glasto o no. No he visto ningún color brillante. Soy demasiado alta, tengo los dientes demasiado sanos, y mis manos son distintas, a pesar de haber escarbado la tierra. No sólo tendrían que estar más sucias, sino cubiertas de sabañones. Las manos de todo el mundo, incluso las de las niñas, están llenas de callos y sangran. Después de todo, es diciembre.
Quince de diciembre. He oído parte de una discusión entre lady Imeyne y lady Eliwys sobre conseguir un nuevo capellán, e Imeyne ha dicho: «Hay tiempo más que suficiente para traer uno. Faltan diez días para Navidad.» Así que dígale al señor Gilchrist que al menos he establecido mi emplazamiento temporal. Pero no sé a qué distancia del lugar estoy. He intentado recordar cómo me trajo Gawyn, pero toda aquella noche es un borrón, y parte de lo que recuerdo no sucedió realmente. Me acuerdo de un caballo blanco con campanillas en el arnés, y las campanillas tocaban villancicos, como el carillón de la torre de Carfax.
El quince de diciembre significa que allí es Nochebuena, y estarán ustedes tomando jerez y luego irán a St. Mary the Virgin's para la Misa del Gallo. Es difícil comprender que están a setecientos años de distancia. Sigo pensando que si me levantara de la cama (cosa que no puedo hacer, porque estoy demasiado mareada; creo que la temperatura me vuelve a subir), y abriera la puerta, no me encontraría en una mansión medieval, sino en el laboratorio de Brasenose, y les vería a todos ustedes esperándome, Badri y la doctora Ahrens y usted, señor Dunworthy, limpiándose las gafas y diciendo que ya me lo había advertido. Ojalá fuera así.
12
Lady Imeyne no creía la historia de la amnesia de Kivrin. Cuando Agnes le trajo su perro a Kivrin, que resultó ser un pequeño cachorrillo de patas grandes, dijo:
– Éste es mi perro, lady Kivrin -se lo tendió, agarrándolo por su abultado vientre-. Podéis acariciarlo. ¿Recordáis cómo?
– Sí -Kivrin cogió al perrito y acarició su suave pelaje de cachorro-. ¿No se supone que debes estar cosiendo?
Agnes recuperó el cachorro.
– Abuela fue a reñirle al senescal, y Maisry se fue al establo -volvió al cachorro para darle un beso-. Así que vine a hablar con vos. Abuela está muy enfadada. El senescal y toda su familia vivían en el salón cuando llegamos -le dio otro beso al cachorro-. Abuela dice que es su mujer quien le tienta para pecar.
Abuela. Agnes no había dicho nada que se pareciera a «abuela». La palabra ni siquiera existió hasta el siglo XVIII, pero el intérprete daba ahora grandes y desconcertantes saltos, aunque dejaba intacta la confusión de Agnes al pronunciar Katherine y a veces espacios en blanco donde el significado debería haber sido evidente por el contexto. Esperaba que su subconsciente supiera qué hacía.
– ¿Sois una daltriss, lady Kivrin? -le preguntó Agnes.
Obviamente, su subconsciente no lo sabía.
– ¿Qué?
– Una daltriss -repitió Agnes. El cachorrillo intentaba desesperadamente huir de sus brazos-. Abuela dice que lo sois. Dice que una mujer que huye con su amante tendría buenos motivos para no recordar nada.
Una adúltera. Bueno, al menos era mejor que una espía francesa. O tal vez lady Imeyne pensaba que era las dos cosas.
Agnes volvió a besar al cachorro.
– Abuela dice que una dama no tiene buenos motivos para viajar por los bosques en invierno.
Lady Imeyne tenía razón, pensó Kivrin, y también el señor Dunworthy. Todavía no había descubierto dónde estaba el lugar de encuentro, aunque había pedido hablar con Gawyn cuando lady Eliwys fue a curarle la sien por la mañana.
– Ha salido a buscar a los bandidos que os asaltaron -explicó Eliwys, mientras ponía en la sien de Kivrin una cataplasma que olía a ajo y picaba terriblemente-. ¿Recordáis algo de ellos?
Kivrin sacudió la cabeza, esperando que su falsa amnesia no acabara provocando el ahorcamiento de algún pobre campesino. No podría decir «No, éste no es el hombre» cuando se suponía que no podía recordar nada.
Tal vez no tendría que haberles dicho eso. La probabilidad de que conocieran a los Beauvrier era remota, y su falta de explicación había hecho que Imeyne desconfiara aún más de ella.
Agnes intentaba poner su gorrito al cachorro.
– Hay lobos en el bosque. Gawyn mató a uno con el hacha.
– Agnes, ¿te contó Gawyn cómo me encontró?
– Sí. A Blackie le gusta llevar mi gorra -sonrió, atando las cintas en un nudo asfixiante.
– Yo diría que no -dijo Kivrin-. ¿Dónde me encontró Gawyn?
– En el bosque -contestó Agnes. El cachorro escapó de la gorra y estuvo a punto de caerse de la cama. La niña lo depositó en mitad de la cama y lo alzó por las patas delanteras-. Blackie sabe bailar.
– Trae. Déjame cogerlo -pidió Kivrin, al rescate del animalito. Lo acunó lentamente en sus brazos-. ¿En qué parte del bosque me encontró Gawyn?
Agnes se puso de puntillas, intentando ver al cachorro.
– Blackie duerme -susurró.
El cachorro estaba dormido, agotado por las atenciones de la niña. Kivrin lo colocó junto a ella entre las mantas de piel.
– ¿Estaba lejos de aquí el lugar donde me encontró?
– Sí -dijo Agnes, pero Kivrin intuyó que no tenía ni idea.
Esto no servía de nada. Evidentemente, Agnes no sabía nada. Tendría que hablar con Gawyn.
– ¿Ha vuelto Gawyn?
– Sí -dijo Agnes, acariciando al cachorro dormido-. ¿Queréis hablar con él?
– Sí.
– ¿Entonces, sí que sois una daltriss?
Era difícil seguir los saltos que Agnes daba a la conversación.
– No -contestó, y entonces cayó en la cuenta de que en principio no recordaba nada-. No recuerdo nada sobre quién soy.
Agnes acarició a Blackie.
– Abuela dice que sólo una daltriss pediría tan descaradamente hablar con Gawyn.
La puerta se abrió, y entró Rosemund.
– Te están buscando por todas partes, tontorrona -dijo, con las manos en las caderas.
– Estaba hablando con lady Kivrin -respondió Agnes, con una ansiosa mirada hacia las mantas donde yacía Blackie, casi invisible entre la piel de marta. Al parecer, no se permitía a los animales dentro de la casa. Kivrin lo cubrió con la sábana para que Rosemund no lo descubriera.
– Madre dice que la dama debe descansar para que sus heridas sanen -dijo Rosemund formalmente-. Vamos. Tengo que decirle a la abuela que te he encontrado.
Sacó a la niñita de la habitación.
Kivrin las vio marchar, esperando fervientemente que Agnes no le dijera a lady Imeyne que Kivrin había pedido otra vez hablar con Gawyn. Pensaba que tenía una buena excusa para hablar con él, que comprenderían que estuviera ansiosa por saber de sus pertenencias y sus atacantes. Pero estaba mal visto que las nobles solteras del siglo XIV «pidieran descaradamente» hablar con hombres jóvenes.
Eliwys podía hablar con él porque era la señora de la casa en ausencia de su marido, y su patrona, y lady Imeyne era la madre de su señor, pero Kivrin tendría que esperar a que Gawyn hablara con ella y luego contestarle «con toda la modestia digna de una doncella». Pero tengo que hablar con él, pensó. Es el único que sabe dónde está el lugar.
Agnes volvió corriendo y recogió al cachorrillo dormido.
– Abuela estaba muy enfadada. Creyó que me había caído al pozo -dijo, y se marchó corriendo.
Y sin duda «abuela» le había dado a Maisry un tirón de orejas por ello, pensó Kivrin. Maisry ya había tenido problemas aquel mismo día por haber perdido a Agnes, que había ido a mostrarle a Kivrin la cadena de plata de lady Imeyne, que era un «relicario», una palabra que derrotó al intérprete. Dentro de la cajita había un pedazo de la mortaja de san Esteban. Imeyne había abofeteado a Maisry por haber dejado que Agnes cogiera el relicario y por no vigilarla, aunque no por dejar entrar a la niña en el cuarto de la enferma.