Ninguna de ellas parecía preocupada porque las pequeñas estuvieran cerca de Kivrin, ni eran conscientes de que podían contagiarse de su enfermedad. Ni Eliwys ni Imeyne tomaban precaución alguna al cuidar de ella.
Los contemporáneos no comprendían el mecanismo de la transmisión de enfermedades, por supuesto: creían que era una consecuencia del pecado y consideraban las epidemias un castigo de Dios, pero sí sabían de contagios. El lema de la Peste Negra era «Márchate rápidamente y vete muy, muy lejos» y había habido cuarentenas antes de eso.
Aquí no, pensó Kivrin, ¿y si las niñas pequeñas caen enfermas? ¿O el padre Roche?
El sacerdote había estado con ella durante la fiebre, tocándola, preguntándole su nombre. Kivrin frunció el ceño, tratando de recordar esa noche. Se había caído del caballo, y luego hubo un incendio. No, eso lo había imaginado en su delirio. Y el caballo blanco. El caballo de Gawyn era negro.
Habían cabalgado por el bosque y bajaron una colina ante una iglesia, y el asesino le… Era absurdo. La noche era un sueño informe de rostros aterradores, campanas y fuegos. Incluso el lugar del lanzamiento era brumoso, confuso. Había un roble y sauces, y ella se sentó contra la rueda de la carreta porque se sentía mareada, y el asesino le… No, había imaginado al asesino. Y también al caballo blanco. Tal vez la iglesia era otra visión del delirio.
Tendría que preguntarle a Gawyn dónde estaba el lugar, pero no delante de lady Imeyne, que pensaba que era una daltriss. Tenía que restablecerse, recuperar fuerzas para levantarse de la cama y bajar al pasillo, salir al establo, encontrar a Gawyn y hablarle a solas. Tenía que mejorar.
Se sentía un poco más fuerte, aunque estaba aún demasiado débil para caminar hasta el orinal sin ayuda. El mareo había desaparecido, y también la fiebre, pero seguía teniendo problemas para respirar. Por lo visto ellas también pensaban que estaba mejorando. La habían dejado sola casi toda la mañana, y Eliwys sólo se había quedado el tiempo suficiente para untarle el apestoso ungüento. Y para impedir que haga avances indecentes hacia Gawyn, pensó Kivrin.
Intentó no pensar en lo que Agnes le había dicho o por qué las antivirales no habían funcionado o a qué distancia quedaba el lugar de recogida, y decidió concentrarse en recuperar fuerzas. Nadie fue a verla en toda la tarde, y practicó para sentarse y pasar los pies por el lado de la cama. Cuando Maisry acudió con una vela para ayudarla a llegar al orinal, pudo caminar sola.
Hizo más frío por la noche, y cuando Agnes fue a verla por la mañana, llevaba una capa roja, una capucha de lana muy gruesa y mitones de piel blanca.
– ¿Queréis ver mi hebilla de plata? Me la regaló sir Bloet. Os la traeré mañana. Hoy no puedo venir, pues vamos a cortar el tronco de Nochebuena.
– ¿El tronco de Nochebuena? -preguntó Kivrin, alarmada.
El tronco ceremonial se cortaba tradicionalmente el día veinticuatro, y se suponía que sólo estaban a diecisiete. ¿Había entendido mal a lady Imeyne?
– Sí. En casa no vamos hasta Nochebuena, pero es probable que haya una tormenta, y abuela quiere que vayamos a buscarlo mientras haga buen tiempo.
Una tormenta, pensó Kivrin. ¿Cómo iba a reconocer el lugar de encuentro si nevaba? La carreta y las cajas estaban todavía allí, pero si nevaba más de unos pocos centímetros le resultaría imposible reconocer la carretera.
– ¿Va todo el mundo a recoger el tronco? -preguntó Kivrin.
– No. El padre Roche llamó a madre para que atendiera a un campesino enfermo.
Eso explicaba por qué Imeyne se comportaba como una tirana, incordiando a Maisry y al senescal y acusando a Kivrin de adulterio.
– ¿Irá tu abuela con vosotras?
– Sí. Montaré en mi pony.
– ¿Irá Rosemund?
– Sí.
– ¿Y el senescal?
– Sí -dijo ella, impaciente-. Irá todo el pueblo.
– ¿Y Gawyn?
– Nooo -respondió la niña, como si estuviera clarísimo-. Tengo que ir al establo a despedirme de Blackie.
Se marchó corriendo.
Lady Imeyne iba a ir, y también el senescal, y lady Eliwys estaba en alguna parte, atendiendo a un campesino enfermo. Y Gawyn, por algún motivo que era evidente para Agnes pero no para ella, no iría. Tal vez había acompañado a Eliwys. Pero si no lo había hecho, si se quedaba para proteger la mansión, podría hablar con él a solas.
Maisry se marcharía también. Cuando le trajo a Kivrin el desayuno, llevaba un basto poncho marrón y tenía tiras de tela envueltas alrededor de las piernas. Ayudó a Kivrin a llegar al orinal, lo sacó y trajo un brasero lleno de carbones calientes, moviéndose con más rapidez e iniciativa de lo que Kivrin había visto antes.
Kivrin esperó una hora después de que Maisry se marchara, hasta asegurarse de que todos se habían ido, y entonces se levantó de la cama, se acercó a la ventana y retiró la cobertura de lino. Sólo vio ramas y cielo gris oscuro, pero el aire era aún más frío que en la habitación. Se subió al asiento.
Se hallaba sobre el patio. Estaba vacío, y el gran portón de madera aparecía abierto. Las piedras del patio y de los tejados a su alrededor parecían mojadas. Extendió la mano, temiendo que ya hubiera empezado a nevar, pero no notó ninguna humedad. Bajó del banco, agarrándose a las piedras heladas, y se acurrucó junto al brasero.
Casi no daba calor alguno. Kivrin se cruzó de brazos, tiritando con su fina camisa. Se preguntó qué habrían hecho con su ropa. En la Edad Media la ropa colgaba de palos junto a la cama, pero en esta habitación no había ninguno, ni tampoco colgadores.
Su ropa estaba en el cofre al pie de la cama, perfectamente doblada. La sacó, agradecida de que sus botas estuvieran aún allí, y entonces se sentó sobre la tapa cerrada del cofre durante largo rato, intentando recuperar el aliento.
Tengo que hablar con Gawyn esta mañana, pensó, deseando que su cuerpo estuviera lo suficientemente recuperado. Es el único momento en que todo el mundo estará fuera, y va a nevar.
Se vistió, sentándose todo lo posible y apoyándose contra los postes de la cama para ponerse las calzas y las botas, y luego volvió a la cama. Descansaré un poco, pensó, sólo hasta que entre en calor, y se quedó dormida inmediatamente.
La campana, la del suroeste que había oído cuando llegó, la despertó. El día anterior estuvo sonando todo el día, y Eliwys se acercó a la ventana y permaneció allí durante un rato, como si intentara averiguar qué había pasado. La luz de la ventana era más tenue, pero sólo porque las nubes eran más espesas, más bajas. Kivrin se puso la capa y abrió la puerta. Las escaleras eran empinadas, talladas en el lado de piedra del salón, y no tenían barandilla. Agnes había tenido suerte al despellejarse sólo la rodilla. Podría haber caído directamente al suelo. Kivrin mantuvo la mano en la pared y descansó a medio camino, para contemplar el salón.
Estoy aquí de verdad, pensó. Es realmente 1320. El hogar en el centro de la habitación brillaba con un rojo oscuro, y había un poco de luz del tiro para el humo y las altas y estrechas ventanas, pero la mayor parte del salón estaba en sombras.
Se detuvo donde estaba, contemplando la penumbra, intentando distinguir si había alguien allí. El alto sillón, con su respaldo y sus brazos tallados, estaba en la pared del fondo, y al lado se hallaba el sillón de lady Eliwys, un poco más bajo y menos adornado. Vio tapices colgando de las paredes y una escalerilla al fondo que debía de conducir a un desván. Apoyadas sobre las otras paredes se extendían pesadas mesas de madera y anchos bancos, y un banco más estrecho ocupaba el espacio junto a la pared situada debajo de las escaleras. El banco de los mendigos, apoyado contra un tabique de separación.