– Entonces le estás esperando en vano -respondió la mujer-. Nunca vendrá.
– No tengo prisa.
– Yo sí -contestó ella testaruda-. Me da miedo no poder reconocerlo cuando llegue. Me da miedo verlo después de que lo haya visto todo el mundo. Me da miedo quedarme la última.
– ¿Quién es Él? -preguntó Galip.
La mujer sonrió de forma misteriosa.
– ¿Es que no ves películas? ¿Es que no te sabes las reglas del juego? ¿Es que crees que en este país dejan vivos a los que sueltan cosas así por su boca? Yo quiero seguir viva.
Mientras le contaba la historia de una amiga que había desaparecido misteriosamente, pero que sin ninguna duda había sido asesinada y su cadáver arrojado al Bósforo, alguien comenzó a llamar a la puerta. La mujer guardó silencio. Cuando Galip salía de la habitación la mujer susurró a sus espaldas:
– Todos Lo esperamos, todos, todos Lo esperamos.
14. Todos Lo esperamos
«Me gustan con pasión las cosas misteriosas.»
Cartas, DOSTOYEVSKI
Todos Lo esperamos. Todos llevamos siglos esperándolo. Algunos de nosotros Lo esperamos mientras, agobiados por la multitud del puente de Gálata, contemplamos con tristeza las aguas de un azul plomizo del Cuerno de Oro; otros mientras echamos leña a la estufa incapaz de calentar la casa de dos habitaciones en el barrio de las murallas; otros mientras subimos las escaleras interminables de un edificio griego en algún callejón de Cihangir; otros mientras, en alguna ciudad perdida de Anatolia, resolvemos el crucigrama de un periódico de Estambul aguardando a que llegue la hora de reunirnos con los amigos en la cervecería; y otros mientras imaginamos que montamos en los aviones, entramos en los iluminados salones o abrazamos los hermosos cuerpos de los que habla y cuyas fotos publica ese mismo periódico. Lo esperamos cuando caminamos melancólicos por las aceras cubiertas de barro llevando paquetes hechos con periódicos cien veces leídos, bolsas de un plástico tan barato que consiguen que las manzanas que contienen huelan a sintético o redecillas de la compra que nos dejan en la palma de la mano y en los dedos marcas moradas. Todos Lo esperamos poseídos por un ansia insaciable cuando regresamos de los cines en los que hemos visto las aventuras de hombres que cada sábado por la noche rompen botellas y ventanas y mujeres extraordinariamente bellas, o de la calle del burdel en el que nos hemos acostado con putas que han aumentado nuestra sensación de soledad, o de las cervecerías en las que nuestros despiadados amigos se han burlado de nosotros por nuestras pequeñas obsesiones, o de la del vecino en la que ni siquiera hemos podido escuchar a gusto la obra de teatro de la radio porque no había manera de que sus ruidosos niños se durmieran. Algunos de nosotros decimos que aparecerá en oscuros rincones de barrios periféricos donde niños desvergonzados rompen las bombillas de las farolas con sus tirachinas, otros ante las tiendas de los pecadores que venden Lotería Nacional, Quinielas, revistas de mujeres desnudas, juguetes, tabaco, preservativos y todo tipo de chucherías. Aparezca donde aparezca, sea en los establecimientos de vendedores de albóndigas donde niños pequeños amasan carne doce horas al día, sea en los cines donde miles de miradas se convierten en una sola que se consume en un mismo deseo, sea en las verdes colinas donde pastores puros como ángeles se dejan llevar por el embrujo de los cipreses de los cementerios, todos dicen que el afortunado que lo vea primero lo reconocerá de inmediato y comprenderemos que ha terminado la espera, larga como la eternidad y breve como un abrir y cerrar de ojos, y que ha llegado la hora de la salvación.
Sobre este tema el Corán sólo está claro para aquellos que saben interpretar las letras (aleya número 97 de la azora «Al Isra», la aleya número 23 de la azora «Az-Zumer» donde se afirma que Dios ha revelado el Corán «doble y parecido a sí mismo»). Según el libro Los orígenes y la Historia , escrito trescientos cincuenta años después del descenso del Corán por el autor hierosolimitano Mutahhar Ibn Tahir, la única prueba de todo esto son las palabras de Mahoma sobre «alguien que señalará el camino, de nombre, apariencia u oficio similares a los míos» o los testimonios de aquellos que sirven de fuente a este u otros hadices parecidos. Sabemos que Ibn Battuta menciona brevemente en sus Viajes, otros trescientos cincuenta años después, que los shiíes esperaban su aparición y realizaban ceremonias en la cripta de la tumba de Hakim-ul Wakt en Samarra. Treinta años más tarde, según lo que Firuz Shah le dictó a su secretario, en las calles amarillas y polvorientas de Delhi había miles de infelices que Lo esperaban, así como esperaban su revelación del misterio de las letras. También sabemos que en la misma época Ibn Jaldun se ocupa en su Prolegómenos de los hadices relativos a su aparición expurgándolos uno a uno de fuentes shiíes extremistas y que se detiene en otro punto: con Él aparecerá el Deccal, el Diablo o, si preferimos usar el punto de vista y la expresión occidental, el Anticristo, y que, en ese día de Juicio Final y salvación, Él matará al Deccal.
Lo sorprendente del asunto es que mientras todos sueñan y esperan al Gran Salvador, nadie ha sido capaz de imaginar su cara, ni mi estimado lector Mehmet Yilmaz, que me ha escrito una carta contándome una visión que tuvo en su casa en una apartada ciudad de Anatolia, ni Ibn Arabi, que tuvo la misma visión que él setecientos años antes y la describió en su Ankayi Mugrib, ni el filósofo Al-Kindi, que hace mil ciento once años vio en un sueño cómo las masas de los que habían sido salvados por Él le seguían hasta conquistar Estambul a los cristianos, ni la dependienta que sueña con Él entre bobinas de hilo, botones y medias de nailon en una mercería de Beyoglu.
Sin embargo podemos imaginarnos perfectamente al Deccaclass="underline" según el Enbiya de Bujari, el Deccal es pelirrojo y tuerto y, según su Peregrinación, tiene escrito en el rostro quién es. El Deccal, que en opinión de Tayalisi tiene el cuello grueso, es en La oración del Único del maestro Nizamettin Efendi, que tuvo una visión de él en Estambul mil años más tarde, huesudo y con los ojos rojos. En mis primeros años de periodista, se publicaban en el periódico Karagóz, que se leía mucho en Anatolia, unas tiras en las que se narraban las aventuras de un heroico guerrero turco y se dibujaba al Deccal bizco y cor la boca torcida. Nuestro héroe, que le hacía el amor a las bellezas de una Constantinopla aún no conquistada, luchaba mediante astucias increíbles (algunas se las sugerí yo al dibujar un Deccal de amplia frente, gran nariz y sin bigote.
Mientras que el Deccal ha atizado de esa manera nuestra imaginación, muchos de nosotros consideramos una gran pérdida para nuestra literatura que el doctor Ferit Kemal, el único de estros autores que ha sido capaz de describir al Salvador que todos esperamos, de darle vida en todos sus aspectos, tuviera que escribir su obra El Gran Bajá en francés y qué sólo pudiera publicarla en 1870 en París.
Tan erróneo como pueda ser no considerar parte de la literatura turca El Gran Bajá, esa obra única en la que se Lo describe con todo realismo, sólo por estar escrita en francés, resultan lamentables las afirmaciones, algunas debidas al complejo de inferioridad, de algunas revistas antioccidentales como Sadirvan o Büyük Dogu de que el episodio del Gran Inquisidor de Los hermanos Karamazov del novelista ruso Dostoyevski no es sino un plagio de ese diminuto tratado. La leyenda de obras orientales plagiadas en Occidente o de obras occidentales plagiadas en Oriente siempre me sugiere el mismo pensamiento: si el universo de sueños al que llamamos mundo es una casa a la que entramos con el estupor de un sonámbulo, las literaturas se parecen a los relojes de pared de las habitaciones de esa casa a la que tanto nos gustaría acostumbrarnos. Así pues: