– Vaya, eso es una lástima… a mí me parece que está bien así.
– Pues no, no lo está, pero servirá por el momento. Mañana me voy a Inglaterra. Lo arreglaré cuando vuelva.
– ¿Cómo qué te vas a Inglaterra?
– Voy a hacer un curso.
– ¿Qué tipo de curso?
– Desarrollo personal, en cierto sentido -dijo Trev con lo que me pareció un ligero aire de picardía.
– Entonces, ¿cuándo vuelves?
– Me voy por lo menos para un mes.
– ¡Un mes! ¡Pero no puedes, todavía no has terminado la piscina!
– Estará bien así; os servirá para lo que queda de verano.
– Y si no funciona, ¿qué?
– Sí que funcionará. Sé que lo hará. He hecho los cálculos.
– ¡Maldita sea, Trev, qué morro tienes, largándote sin más en mitad de un trabajo!
– Mira, aparte de todo, va a ser mucho más agradable para todos vosotros tener la piscina para vosotros solos durante el resto del verano, sin que esté yo rondando por ahí todo el tiempo. Además me tengo que ir mañana, o llegaré tarde al curso y no quiero perdérmelo…
– Está bien, pero ¿qué curso es ése?
Trev se puso a mirar fijamente la burbuja de su nivel.
– Sexo tántrico, con alojamiento para los participantes -dijo.
– Ajá, ahora comprendo -dije consideradamente-. No, no puedes llegar tarde a él.
Así pues, Trev se marchó a disfrutar de los placeres prohibidos de Yorkshire, dejándonos de este modo libres para hacer el tonto en las cristalinas aguas de nuestra nueva poza.
– Mira -le dije a Ana-. Hasta se ve el fondo.
– Mmmm -dijo-. Es verdad.
Pero al día siguiente el fondo había desaparecido por completo.
– Ya no se ve nada el fondo -observó Chloë.
– Sí, ya lo sé, pero eso es natural y, además, yo creo que un matiz verde hace que el agua tenga un aspecto todavía más apetitoso, ¿no te parece?
Chloë y Ana no estaban del todo convencidas. Y al día siguiente, varios de los escalones inferiores habían seguido la misma suerte que el fondo.
– Creo que le da un aspecto como de charca de bosque que le va bastante bien -sugerí en respuesta a sus críticas.
Pero a lo largo de los días siguientes la charca de bosque se convirtió en una sopa clara de miso, que iba espesándose y haciéndose más verde a un ritmo alarmante. Para el final de la semana se había convertido en un caldo opaco de verde mefítico con una capa viscosa flotando en la superficie. Yo era el único que seguía nadando en ella.
– Venga, Chris, ¿cómo puedes nadar ahí? -es una asquerosidad.
– Admito que no tiene un aspecto muy apetitoso, pero a menos que me equivoque creo que hoy está ligerísimamente más limpia… Casi se ve el segundo escalón.
Durante toda la semana había tratado por todos los medios de ser positivo. La viscosidad parecía significar que el sistema había fallado aunque, por lo que yo veía, todos los distintos elementos funcionaban a la perfección. Hacía sol para propulsar las bombas eléctricas durante todas las largas horas del día, por lo que el agua seguía siendo elevada a la perfección hasta el filtro de arena, desde donde se filtraba a un ritmo adecuado para regresar al fondo de la piscina y crear allí su corriente circulatoria. A continuación se desbordaba por la parte de arriba, y el sol impregnaba con sus rayos ultravioletas las láminas de agua que corrían formando una capa fina por los canalillos de piedra. Desde allí caía al estanque de los peces en donde éstos se zampaban ávidamente las algas y demás microorganismos adversos a la claridad del agua de nuestra piscina. Todo esto parecía funcionar… así pues, ¿qué era lo que fallaba?
La rabia estaba empezando a anidar en algún lugar de mi corazón. Todo este proyecto de la piscina era una cagada, un fallo; me habían embaucado y yo había hecho el primo. Aquí estábamos mi familia y yo, desconsolados junto al borde de una cubeta de agua de aspecto siniestro donde hasta el más pestilente de los hipopótamos dudaría en revolcarse, mientras el arquitecto de este asqueroso proyecto se encontraba en el norte de Inglaterra retozando con las huríes de Hull. Era absolutamente humillante. De pronto me sentí avergonzado por haber tenido tanta fe en su prognosis de la presa. Evidentemente ese hombre no tenía ni idea.
Decidí telefonear a Trev y ajustar cuentas con él allí mismo.
– ¿Qué quieres decir con que «eso es lo que tiene que pasar»? -me sorprendí farfullando casi en cuanto contestó el teléfono.
– Pues eso precisamente. Que el agua pasa por esa fase…
– Mira, Trev, 110 soy un hombre poco razonable, pero realmente no creo que sea mucho pedir que…
– Cálmate y escucha… -insistió. Yo no esperaba que se mostrase tan sereno, y eso me desinfló un tanto-. Todo forma parte del orden natural de las cosas, ¿comprendes? Hay que pasar por la fase de la mugre antes de que el agua se aclare. Yo sabía que iba a suceder eso. Y, hagas lo que hagas, no cambies el agua o tendrás que volver a empezar desde el principio, pero si la observas con atención, verás cómo se va aclarando. Llevará aproximadamente una semana.
– Ah… vale. Entonces, ¿cómo va el curso?
Una semana después de que colgara el teléfono, reapareció el fondo. Casi podían distinguirse las líneas de los azulejos y, no mucho más tarde, el agua recobró su claridad original. Los peces estaban gordos como bolas y los filamentos estaban asquerosos, pero el agua de la ecosfera estaba tan transparente como el aire -bueno, casi. Yo estaba encantado y hasta telefoneé a Trev para decirle que estaba pasando lo que él había dicho. «Ya te lo dije», dijo. En realidad, no sé qué otra cosa esperaba que dijera.
Las bombas de agua zumbaban silenciosamente y el rastreador solar seguía la trayectoria del sol; los rayos del sol caían con fuerza sobre las piedras, masacrando las bacterias enemigas a millones. Los peces del estanque de filtrado se comían cualquier cosa que caía en su órbita. Eran carpas, que después averiguamos que son las cabras del mundo de los peces y que no eran buenas para nuestro ecosistema. Las carpas se lo comen todo -renacuajos, ranas jóvenes, zapateros de agua, libélulas- y, si pudieran, se comerían a las personas.
Habíamos comprado otras cinco carpas pequeñas para que hicieran compañía a las dos grandes originales, tranquilizados por el hombre de la tienda de los peces quien nos había dicho que estarían bien, puesto que los peces jamás comen ejemplares de su propia especie. Pero en el plazo de un día todas ellas habían sido devoradas por las carpas grandes. No nos engañemos: las carpas son unos bichos de cuidado.
Había algo más que no había entrado en nuestros cálculos acerca de la ecosfera, algo que tal vez deberíamos haber pensado desde el principio. La piscina era un paraíso para las ranas. En cierta medida la culpa era nuestra, pues habíamos ayudado a Chloë a introducir un cubo de renacuajos procedentes del lecho del río, pensando que estaría bien tener por ahí alguna rana que otra. Pero cualesquiera que fuesen las sustancias nutritivas que había en el estanque, evidentemente eran las que más les gustan a las ranas y, al cabo de poco tiempo, la población había alcanzado masa crítica y se vio obligada a enviar patrullas de reconocimiento en busca de nuevas aguas que colonizar. Las que fueron en dirección suroeste tenían un largo viaje hasta alcanzar el río, y en cualquier caso el río es un entorno muy poco de fiar para las ranas; pero las que se dirigieron hacia el noreste pronto regresaron con la noticia de que a menos de cuatro buenos saltos de allí había una magnífica extensión de agua límpida, lista para la conquista.
Pues bien, no me importa nadar en una piscina acompañado de aproximadamente una docena de ranas -ya que casi ni las ves-, e incluso consideraría que veinte es un número aceptable, aunque tal vez yo esté en minoría sobre este punto. Sin embargo, al cabo de poco tiempo empezó a preocuparme la posibilidad de que nuestra piscina se convirtiera en una palpitante masa de ranas en perpetuo croar y copular. Suponía una perspectiva horrorosa pero ¿qué podíamos hacer? Era imposible utilizar algún producto químico que las ahuyentara porque precisamente el objetivo de la piscina era no necesitar productos químicos y ser ecológica (¡lo que sin lugar a dudas era!). Por otra parte, un disuasor químico para las ranas era poco probable que resultara beneficioso para los bañistas. Así pues, me vi obligado a dedicar muchas horas cada día a sacar ranas y renacuajos.