Por supuesto, la caza de ranas tiene su parte de diversión y es un asunto que requiere mucha habilidad. Las ranas se mueven con mucha rapidez y no les gusta ser recogidas con una red para, como era éste el caso, ser devueltas a un repugnante estanque lateral. Y cuando lograba cogerlas y devolverlas a su parte de la piscina, no tardaban mucho tiempo en dar media vuelta y regresar directamente de un salto.
Necesitábamos asesoramiento, pero cuando le mencioné a Trev por teléfono mi preocupación, lanzó un suspiro de resignación como si yo fuese una especie de imbécil. «¡No puedes estar preocupado en serio porque haya unas cuantas ranas en el agua! ¡Con lo bonitas que son y la elegancia con que nadan! Por Dios, hombre, no estás en el Ritz, ¿no?» Y entonces pasó a asegurarme que las carpas se las arreglarían perfectamente para mantener a raya la población.
Ni que decir tiene que Chloë estaba entusiasmada con la piscina. Constituía un placer verla pasar largos días de verano jugando en el agua con sus amigas, entrando y saliendo del follaje a la carrera para tirarse a la piscina con las ranas. Una carcajada señalaba por lo general la llegada de Porca, que se posaba en su habitual atalaya natatoria en la cabeza de Ana para quedarse allí mientras ésta se deslizaba cuidadosamente de un lado para otro.
No mucho después de que se llenara la piscina, me encontraba flotando un día en el agua contemplando el valle, cuando Ana se me acercó nadando cautelosamente con Porca. Bajo nosotros el río serpenteaba tranquilamente a una velocidad que haría que tardase un milenio en enterrar nuestra casa bajo sus sedimentos.
– ¿Sabes? -le dije a Ana-. Creo que Trev quizás esté en lo cierto después de todo.
– Sí, es verdad que las cosas estarán mejor cuando tengamos funcionando la noria -contestó.
– No, me refería a lo que dijo sobre la presa y los niveles de agua en el cauce del río. Creo que realmente está en lo cierto, ¿sabes?, y no le va a pasar nada al cortijo… ni tampoco al valle.
Ana se encogió de hombros.
– El tiempo lo dirá -dijo, y se sumergió lentamente bajo el agua, obligando a Porca a abandonar la nave con un fuerte graznido y un torbellino de alas.
Desde las profundidades de la jungla del estanque surgió un fuerte croar de ranas que se elevó por la cálida atmósfera de la noche.
Chris Stewart
Amigo desde la juventud de Peter Gabriel, Chris Stewart fue batería del primer álbum del grupo Génesis, a finales de los años sesenta. De todos modos, nunca se lo tomó demasiado en serio; en 1968 dejó el grupo, y después de trabajar en una granja, se lanzó a viajar por todo el mundo realizando actividades tan diversas como tocar en la banda del circo de sir Robert Fossett, esquilar ovejas en Suecia, escribir guías de viajes sobre China, y conseguir la licencia de piloto en Los Ángeles, regresando de vez en cuando a su vida de granjero en Sussex. Finalmente, pudo realizar su sueño de toda la vida al convertirse en propietario, junto a su mujer Ana, de un cortijo en Las Alpujarras, peripecia vital que describe en Entre limones. Posteriormente ha publicado EÍ loro en el limonero y The Almond Blossom Appreciation Society, ambos con nuevos episodios sobre su vida en Las Alpujarras. Durante su nueva singladura andaluza ha tenido una hija, Chloë, y en las elecciones municipales del año 2007 se presentó por la lista de los Verdes en el municipio de Órgiva.