Выбрать главу

Apoyado sobre su mesa y sonriendo sin ganas mientras hablaba, el doctor Fogarty semejaba un gnomo que surgiera reptante de su guarida bajo un puente, no contento con esperar el paso de los niños desprevenidos, preparado para devorar su espantosa cena.

Bobby se recordó a sí mismo que no debía dejar volar su imaginación. Necesitaba mantener una perspectiva imparcial sobre Fogarty para determinar la verosimilitud y el valor de lo que les contara el anciano. Sus vidas podían depender de ello.

– La casa fue construida en los años treinta por Deeter y Elizabeth Pollard. El había hecho algún dinero en Hollywood produciendo un montón de películas baratas del Oeste. No una fortuna, pero sí lo suficiente para asegurarse de que podía renunciar al cine y a Los Angeles, que él odiaba, para trasladarse aquí, montar un pequeño negocio y vivir tranquilamente el resto de su vida. Tuvieron dos hijos: Yarnell, que tenía quince años cuando vinieron aquí en 1938, y Cynthia, de sólo seis años. Hacia el año 1945, cuando Deeter y Elizabeth murieron en un accidente de automóvil (chocaron de frente con un borracho, procedente del valle de Santa Inés), que conducía un camión lleno de hortalizas, Yarnell se convirtió en el hombre de la casa a los veintidós años y en tutor legal de su hermana, de trece.

– Y… -dijo Julie-, ¿dice usted que la violó?

Fogarty asintió.

– Estoy seguro de ello. Porque al año siguiente Cynthia se hizo retraída, lacrimosa. La gente lo atribuyó a la muerte de sus padres, pero yo creo que Yarnell se aprovechó de ella. No sólo por querer las relaciones sexuales y no se le podía culpar de mal gusto pues ella era una criatura preciosa…, sino también porque le agradaba ser el hombre de la casa, le gustaba la autoridad. Era de esos tipos que no son felices hasta que su autoridad es absoluta, su dominio completo.

Bobby se espantó al oír la expresión «no se le podía culpar de mal gusto», pues denotaba la profundidad del abismo moral en que vivía Fogarty.

Haciendo caso omiso de la desazón con que le miraban sus visitantes, Fogarty continuó:

– Yarnell tenía una voluntad férrea, era temerario y había causado muchos disgustos pero, principalmente, los relacionados con las drogas. Era consumidor de ácido antes de que la gente lo consumiera, incluso antes de que se conociera el LSD. Peyote, mezcalina… todos los alucinógenos naturales que se puedan destilar de cactos, setas y otros hongos. Por entonces, la cultura de los estupefacientes no florecía tal como la conocemos ahora, pero circulaba toda clase de porquería. Él se familiarizó con los alucinógenos por su amistad con un actor que había actuado en muchas películas de su padre, y empezó cuando tenía quince años. Les cuento todo esto porque mi teoría es la clave de todo cuanto desean saber ustedes.

– ¿Acaso será la clave el que Yarnell fuera un consumidor de ácido? -preguntó Julie.

– Sí, eso y la circunstancia de que dejara embarazada a su propia hermana. Con toda probabilidad las sustancias químicas causaron daño genético, y muy grande cuando él cumplió los veintidós. Acostumbran a hacerlo. En su caso, una lesión genética muy extraña. Si añadimos a ello que la reserva de genes era muy limitada por ser Cynthia su hermana, podemos suponer que había grandes probabilidades de que los retoños fueran engendros de una especie u otra.

Frank dejó escapar un gruñido sordo; luego, suspiró.

Todos le miraron, pero él siguió ausente. Aunque sus ojos parpadearon aprisa por un momento, no fijaron la mirada. La saliva siguió escurriéndose por la comisura derecha de su boca; un reguero le colgaba de la barbilla.

Aunque Bobby pensaba que debía agenciarse un Kleenex para limpiarle la cara a Frank, procuró contenerse, sobre todo porque temía la reacción de Julie.

– Así, pues, un año después de que sus padres murieran, Yarnell y Cynthia vinieron a mí, y ella estaba embarazada -continuó Fogarty-. Me relataron esa historia del jornalero ambulante que la había violado, pero sonaba a falso, y enseguida me figuré cuál era la verdadera historia al observar cómo se comportaban el uno con el otro. Ella procuró disimular su embarazo llevando ropa suelta y quedándose en casa durante los últimos meses, y yo no pude comprender nunca esa actitud; era como si ellos pensaran que el problema se resolvería por sí solo un día u otro. Cuando recurrieron a mí, el aborto quedó descartado. ¡Qué diablos, si ella estaba ya en las primeras fases del parto!

Cuanto más escuchaba a Fogarty más le parecía a Bobby que el aire de la biblioteca se enrarecía, haciéndose cada vez más denso, con una humedad tan agria como el sudor.

– Asegurando que quería proteger a Cynthia todo lo posible contra el escarnio público, Yarnell me ofreció unos cuantiosos honorarios si conseguía mantenerla fuera del hospital y hacerla tener el bebé en mi consultorio, lo cual sería un poco arriesgado si habían complicaciones. Pero yo necesitaba el dinero, y si algo se torcía había medios para enderezarlo. Por entonces yo tenía a aquella enfermera, Norma… una mujer extremadamente flexible con las irregularidades.

Fantástico, pensó Bobby. El médico sociopático había encontrado a una enfermera sociopática, una pareja que habría hecho un buen papel en el torbellino social del personal médico de Dachau o Auschwitz.

Julie puso una mano sobre su rodilla y le apretó como si el contacto le infundiera fuerzas para pensar que no estaba oyendo en sueños a un doctor lunático.

– Deberían haber visto lo que salió del horno de esa chica -continuó Fogarty-. Un verdadero engendro, tal como esperarían ustedes.

– Aguarde un momento -dijo Julie-. Si mal no recuerdo, usted dijo que el bebé era Roselle. La madre de Frank.

– Y lo era -asintió Fogarty-. Y era un pequeño engendro tan espectacular que habría valido una fortuna en cualquier atracción de feria si alguien hubiera querido arriesgarse a exhibirla arrastrando la cólera de la ley. -El anciano hizo una pausa para disfrutar por anticipado de su siguiente noticia-. La pequeña era hermafrodita.

Por un instante, la palabra no significó nada para Bobby, pero al fin exclamó:

– ¿No querrá decir… que tenía los dos sexos, masculino y femenino?

– ¡Oh, eso es, exactamente, lo que quiero decir! -Fogarty saltó de su butaca y empezó a pasear, estimulado de repente por la conversación-. El hermafroditismo es una lacra de nacimiento extremadamente rara entre los humanos, y tener la ocasión de asistir al nacimiento de un hermafrodita es una oportunidad asombrosa. Tenemos el hermafroditismo transverso, con presencia de órganos externos de un sexo e internos del otro, el hermafroditismo lateral… y otros tipos más. Pero la cuestión es ésta: Roselle representaba el más raro de todos, poseía los órganos completos de ambos sexos, tanto externos como internos. -Con estas palabras, Fogarty cogió de una estantería un texto médico de consulta y se lo pasó a Julie-. En la página cuarenta y seis encontrará fotos del tipo de hermafroditismo al que me refiero.

Julie pasó el volumen a Bobby con gran celeridad, como si estuviese manipulando una serpiente.

Por su parte, Bobby lo dejó a un lado sobre el sofá, sin abrirlo. Con su imaginación, lo último que necesitaba era la ayuda de fotografías clínicas.

Las manos y los pies se le habían enfriado, como si la sangre se hubiese agolpado desde las extremidades hasta la cabeza para nutrir su cerebro, que era un furioso remolino. Deseó poder dejar de pensar en lo que les contaba Fogarty. Era demasiado fuerte. Sin embargo, lo peor de todo era que, a juzgar por la extraña sonrisa del médico, lo escuchado hasta entonces era sólo el pan de aquel atroz emparedado; la carne estaba todavía por llegar.

Reemprendiendo sus paseos, Fogarty siguió:

– Su vagina estaba donde cabía esperar verla, y los órganos masculinos un poco desplazados. Evacuaba la orina por la parte masculina, pero la femenina parecía completa para la reproducción.