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– Dios mío, ¿quiere usted decir que Bobby y Julie ya se han enterado? Yo acabo de saberlo. Me encargaron comunicárselo a ellos y me había sentado aquí para pensar en la mejor forma de darles la noticia. Tenía ya la mano en el teléfono, cuando llamó usted. ¿Cómo lo han tomado?

Algo confuso, Lee respondió:

– No creo que lo sepan. Quiero decir, que debe de haber ocurrido hace pocos minutos.

– Algo más que eso -dijo Ostov.

– ¿Cuándo lo encontraron ustedes? Acabo de mirar abajo y no había ningún coche patrulla, nada. -Por fin, reaccionó-. ¡Dios mío! Y pensar que estuve hablando con él hace un rato y le llevé un poco de pizza, y ahora lo veo espachurrado por todo el cemento, seis pisos más abajo.

Ostov enmudeció. Por fin, inquirió:

– ¿De qué asesinato está usted hablando, Lee?

– Hal Yamataka. Debe de haber habido una lucha y, luego…

Se interrumpió, parpadeó y preguntó:

– ¿De qué asesinato está hablando usted?

– Thomas.

Lee se sintió enfermo. Sólo había visto una vez a Thomas pero sabía que Julie y Bobby lo adoraban.

– Thomas y su compañero de dormitorio -prosiguió Ostov-.Y tal vez hubiese habido más en el incendio, si no los hubieran sacado a tiempo del edificio.

El ordenador con el que había nacido Lee no funcionaba con tanta precisión como los de su oficina, fabricados por la IBM, y necesitó un momento para captar las implicaciones de la información que habían intercambiado él y Ostov.

– Debe de haber alguna conexión entre ellos, ¿no cree?

– Apostaría cualquier cosa. ¿Sabe usted de alguien que esté resentido con Julie y Bobby?

Lee echó una mirada alrededor de la sala de recepción, pensó en las otras habitaciones vacías de Dakota amp; Dakota, en las oficinas de la sexta planta y en los pisos deshabitados de debajo de la sexta. Pensó también en Candy y en todas aquellas personas mordidas y desgarradas, en el gigante que Bobby había visto en la playa de Punaluu y en los medios que tenía aquel individuo para esfumarse de un lugar a otro. Empezó a sentirse muy solo.

– Escúcheme, detective Ostov, ¿podría usted enviar a alguien aquí lo antes posible?

– Mientras hablaba con usted, pasé la llamada al ordenador -dijo Ostov-. Un par de unidades está ya en camino.

Candy trazó espacios sobre la cómoda con las yemas de los dedos, luego, exploró los contornos de cada manilla de bronce de los cajones. Después tocó el interruptor de la pared y los interruptores de las lámparas de las mesillas. Deslizó las manos por los marcos de las puertas, por si una de sus posibles presas se hubiese apoyado allí mientras conversaba, examinó los tiradores de las puertas de espejo del armario y acarició cada número y botón del mando a distancia del televisor, con la esperanza de que lo hubiesen utilizado durante su breve estancia en la casa.

Nada.

Como necesitaba mostrarse tranquilo y metódico en su búsqueda si quería tener éxito, Candy se esforzó por reprimir su furia y su frustración. Pero su cólera crecía aunque luchara por contenerla, y su sed era sed de sangre, el vino de la venganza. Sólo la sangre mitigaría su sed, calmaría su furia y le procuraría un descanso de paz relativa.

Cuando pasó del dormitorio de los Dakota al cuarto de baño contiguo, Candy sintió la necesidad de sangre de una forma tan innegable y crítica como la necesidad de aire. Se miró al espejo y no se vio durante un momento, como si no reflejara imagen alguna; veía sólo sangre roja, como si el espejo fuera la portilla inferior de una nave en el infierno durante un crucero a través de un mar sangriento. Cuando la ilusión se desvaneció y pudo ver su rostro, apartó la vista, presuroso.

Apretó las mandíbulas, se esforzó aún más por recobrar el dominio sobre sí mismo y tocó el grifo del agua caliente, buscando, buscando…

La habitación del motel en Santa Bárbara era espaciosa y limpia y estaba amueblada sin el irritante contraste de colores y formas que parecía ser la moda de casi todos los moteles americanos…, pero no era el lugar que Julie habría elegido para recibir la tremenda noticia que le llegó allí. El golpe pareció mayor, el dolor en el corazón más incisivo por haber tenido lugar en un sitio tan extraño e impersonal.

Verdaderamente, ella había pensado que Bobby dejaba volar su imaginación otra vez, que Thomas estaba perfectamente bien. El teléfono estaba sobre la mesilla de noche y Bobby se sentó en el borde de la cama para hacer la llamada, mientras Julie le observaba y escuchaba desde una butaca próxima. Cuando él oyó otra vez la grabación que le explicaba que el número de Cielo Vista estaba temporalmente fuera de servicio debido a problemas técnicos, Julie sintió cierta intranquilidad pero siguió segura de que nada anómalo le ocurría a su hermano.

Sin embargo, cuando Bobby telefoneó a la oficina de Newport para hablar con Hal y escuchó en su lugar a Lee Chen, y guardó un silencio aterrador durante el primer minuto, respondió sólo con palabras cortantes, ella supo que aquella noche sería la que hendiría su vida, y que los años venideros serían inevitablemente más negros que los vividos al otro lado de la hendidura. Cuando Bobby empezó a formular preguntas a Lee rehuyó la mirada de Julie, lo que confirmó su presentimiento e hizo latir su corazón más de prisa. Las preguntas a Lee eran lacónicas, y Julie no pudo deducir mucho de ellas. Tal vez no quisiera hacerlo.

Por último, la conversación pareció tocar a su fin.

– No, has hecho muy bien, Lee. Continúa actuando de la misma forma. ¿Qué? Gracias, Lee. No, estaremos bien, Lee. De una manera u otra, estaremos bien.

Cuando Bobby colgó, continuó sentado durante un momento mirándose las manos, que tenía entrelazadas entre las rodillas.

Julie no le preguntó lo que había sucedido, como si lo dicho por Lee no fuese todavía un hecho, como si su pregunta pudiera ser magia negra, y como si la tragedia aún por revelar no fuera a hacerse real hasta que preguntase por ella.

Bobby se levantó de la cama y se arrodilló en el suelo, delante de su butaca. Le cogió las manos y se las besó.

Entonces, supo que la noticia era mala de verdad.

– Thomas ha muerto -murmuró él.

Aunque se había hecho fuerte para recibir la mala noticia, aquellas palabras la anonadaron.

– Lo siento, Julie, ¡Dios mío, cuánto lo siento! Y eso no es todo. -Bobby le contó lo de Hal-. Y sólo dos minutos antes de hablar conmigo, Lee recibió una llamada sobre Clint y Felina. Ambos muertos.

La atrocidad era excesiva para poder asimilarla. Julie había admirado y respetado enormemente a Hal, Clint y Felina, y su admiración por el coraje y la autosuficiencia de la sordomuda había sido ilimitada. Le pareció injusto no poder llorar su muerte de forma individual; se lo merecían. También sintió que en cierto modo los traicionaba porque su pesar por sus muertes era sólo un pálido reflejo del dolor que le causaba la muerte de Thomas.

Se le cortó el aliento, y cuando pudo respirar no dejó escapar una exhalación sino un sollozo. Lo que se le antojó erróneo porque no podía permitirse desmayarse. En ningún momento de su vida había necesitado ser tan fuerte como ahora; los asesinatos cometidos aquella noche en Orange County eran los primeros de una serie letal de fichas de dominó que cayendo una tras otra los arrastrarían a ella y Bobby también si dejaban que la aflicción les restara energías.

Mientras, Bobby continuaba arrodillado y le revelaba más detalles. Derek también había muerto y quizá alguien más, en Cielo Vista. Le apretó las manos sintiendo un agradecimiento indescriptible por tenerlo allí, como un ancla entre tantas turbulencias. Su visión se hizo borrosa pero se esforzó por tragar las lágrimas, sin atreverse todavía a mirarle porque eso significaría el fin de su dominio sobre sí misma.

Cuando Bobby concluyó, dijo:

– Ha sido el hermano de Frank, por supuesto.

Y sintió cierto desmayo al notar cómo le temblaba la voz.

– Casi seguro -asintió Bobby.

– Pero, ¿cómo descubriría que Frank era cliente nuestro?

– No lo sé. Me vio en la playa de Punaluu…

– Sí, pero no te siguió. Le era imposible saber quién eras. Y, por amor de Dios, ¿cómo averiguó nuestra relación con Thomas?

– Aquí falta una parte crucial de información, de modo que nos es imposible entender el esquema.

– ¿Qué perseguirá ese bastardo? -Ahora, había tanta cólera como dolor en la voz de Julie, y era buena señal.

– Está dando caza a Frank -dijo Bobby-. Durante siete años Frank ha sido un solitario, y eso dificultó la búsqueda. Ahora, tiene amigos, lo que proporciona a Candy más medios para buscarlo.

– Yo misma maté a Thomas cuando acepté el caso -dijo ella.

– Recuerda que no querías aceptarlo. Hube de convencerte. Si hubiera alguna culpabilidad ambos la compartiríamos, pero no la hay.

Julie asintió y, por fin, le miró a los ojos. Aunque la voz de él se había mantenido firme, las lágrimas le resbalaban por las mejillas. Preocupada por su propia aflicción, había olvidado que los amigos perdidos lo eran de ambos, y que él había llegado a querer a Thomas casi tanto como ella. Una vez más, Julie tuvo que desviar la mirada.

– ¿Estás bien? -preguntó él.

– Tengo que estarlo, por ahora. Más adelante quiero que hablemos de Thomas para comentar con cuánta valentía soportaba ser diferente, sin dejar oír jamás ni una queja, y lo dulce que era. Quiero hablar de todo esto, entre nosotros, y quiero que no lo olvidemos nunca. Nadie levantará un monumento a Thomas porque no era famoso, era sólo un pequeño personaje que no hizo jamás nada grandioso salvo ser la mejor persona que conozco, y el único monumento que tendrá será el de nuestro recuerdo. Así que lo mantendremos vivo, ¿verdad?

– Sí.

– Lo mantendremos vivo…, hasta que nosotros mismos desaparezcamos. Pero eso será más tarde, cuando haya tiempo. Ahora, necesitamos permanecer vivos porque ese hijo de perra vendrá en nuestra busca, ¿no te parece?

– Creo que sí -respondió Bobby.

Acto seguido, se puso en pie y la hizo levantar de la butaca.

Él llevaba su chaqueta marrón oscuro Ultraseude con la pistolera bajo la axila. Ella se había quitado la chaqueta de pana y la pistolera pero ahora se las puso otra vez. El peso del revólver junto al costado izquierdo le causó una sensación grata. Esperaba tener la oportunidad de usarlo.

Su visión se aclaró; los ojos se le secaron.

– Una cosa es segura -dijo-, no más sueños para mí. ¿De qué sirve tener sueños cuando ninguno de ellos se hace realidad?

– A veces, sí.

– No. Jamás se hicieron realidad para mis padres. Jamás se hicieron realidad para Thomas, ¿no es cierto? Pregunta a Clint y Felina si sus sueños se hicieron realidad y verás lo que te dicen. Pregúntale a la familia de George Farris si ser asesinada por un maníaco representó la culminación de sus sueños.

– Pregúntales a los Phan -repuso, muy tranquilo, Bobby-. Eran marineros en el mar de China, con poco alimento que llevarse a la boca y menos dinero, y ahora poseen tintorerías y reconstruyen casas de doscientos mil dólares para venderlas y tienen esos formidables hijos.

– Tarde o temprano también les llegará su hora -replicó ella, algo asustada por la amargura de su propia voz y la negra desesperación que se revolvía como un remolino en su interior amenazando con engullirla-. Pregúntale a Park Hampson, allá abajo en El Toro, si él y su mujer se encandilaron cuando ella contrajo un cáncer terminal, y pregúntale qué fue de su sueño con Maralee Román cuando pudo superar al fin la muerte de su mujer. Pregunta a todos esos pobres infelices que yacen en el hospital con hemorragias cerebrales y cáncer. Pregunta a los que han contraído el mal de Alzheimer a los cincuenta años, justo cuando se supone que comienzan los años dorados. Pregunta a los pequeños en sillas de ruedas, aquejados de distrofia muscular, y pregunta a los padres de esos otros niños de Cielo Vista si el síndrome de Down es compatible con sus sueños. Pregunta…

Julie se interrumpió. Comprendía que estaba perdiendo el control y que no podía permitirse tal cosa.

– Bueno, vamonos -dijo.

– ¿Adonde?

– Primero, busquemos la casa en donde esa perra le crió. Pasemos por delante y obtengamos una visión general. Tal vez verla nos sugiera ideas.

– Yo la he visto.

– Yo no.

– Está bien. -Bobby se acercó a la mesilla de noche y sacó del cajón una guía telefónica de Santa Bárbara, Montecito, Goleta, Hope Ranch, El Encanto Heights y otras localidades. La llevó hasta la puerta.

– ¿Para qué quieres eso? -preguntó ella.

– La necesitaremos más tarde. Te lo explicaré en el coche.

La lluvia comenzó a caer otra vez. Pero a pesar del frío aire nocturno, el motor del Toyota estaba todavía tan caliente de la marcha acelerada hacia el norte, que las gotas de agua se evaporaron. A lo lejos, un trueno profundo rodó por el cielo. Thomas estaba muerto.