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– Ya veremos. -Hicks se sentó detrás del escritorio y probó la pócima-. Muy amarga.

– Pero la curación será dulce -replicó Tonneman con su mejor tono médico-. Bébalo.

El alcalde obedeció.

– Prepararé más semillas y se las enviaré. Cuatro veces al día durante dos semanas, y luego verá cómo se encuentra. Debe usted evitar comer vísceras, como el hígado, platos suculentos e ingerir alcohol.

– ¿Por qué no me entierras y así acabas conmigo?

– Tal vez el azafrán le produzca diarrea.

El alcalde se quejó.

– Tú dirás qué más.

– Aparte de la gota, ¿qué tal esta usted, señor?

– Cuando no me duele nada, espléndido. -El Gordo carraspeó ruidosamente, y el alcalde Hicks se volvió hacia él-. ¿Conoces a Alderman Matthews?

– Mucho gusto, señor. Éste es mi amigo Maurice Jamison, médico y…

Alderman Matthews sacudió la cabeza bruscamente y salió de la habitación sin siquiera excusarse.

5

Miércoles 15 de noviembre. Mañana

– Política -explicó el alcalde-. Hace cinco días hubo elecciones en el congreso provincial. Algunos protestaban. Todo está patas arriba aquí. El gobernador Tryon tiene su despacho en el Duquesa de Gordon. Intento gobernar esta ciudad mientras hombres como Matthews me atacan continuamente. He de contentar a los soldados, a los Hijos de la Libertad… Y ahora esto. Ya nos ocuparemos de ello más tarde. Acercaos a la chimenea. -El alcalde se dirigió cojeando hasta allí y durante un rato se calentó el pie dolorido. Luego regresó a su escritorio y se sentó pesadamente en un sillón de respaldo de arce y nogal. Sonrió-. Tu padre era amigo mío.

– Lo sé.

– Tú también eres amigo mío. -El alcalde le dio unas palmadas-. Dado que tu padre era el juez de paz, me parece lícito que lo seas tú de forma provisional hasta que se nombre el definitivo. -Pestañeando, añadió-: Estoy convencido de que aceptarás el cargo. -Señaló con el dedo las dos sillas de haya delante de su escritorio-. Señores.

Tonneman se aproximó al escritorio mirando a Hicks con cautela.

– ¿Qué carta esconde en la manga, viejo astuto?

– ¿Cómo? -preguntó el alcalde, estupefacto.

– Le conozco desde que era joven y sé que nunca hace nada en vano.

Jamison, que todavía se hallaba delante de la chimenea, esbozó una sonrisa.

– Igual que tu padre -observó el alcalde-. ¿Juras ser leal al rey?

– Sí.

– Bien. Ya eres el nuevo juez. -Hicks se pasó la mano por la garganta afeitada-. Una cosa, juez; han encontrado algo extraño en el Collect. ¿Te importaría echarle un vistazo?

Tonneman puso los ojos en blanco y luego miró a Jamie.

– Pues claro.

– ¡Reuben!

El chico de la cara picada de viruelas entró corriendo, sujetándose los calzones.

– ¿Sí, señor?

– Ve a buscar el fardo que te mandé guardar.

Reuben salió presuroso del despacho. No tardó en regresar con un cesto de mimbre aparentemente lleno de nieve dura. El muchacho hurgó en el interior y sacó un paquete envuelto en tela de yute, quitándole la nieve.

– Déjalo en el escritorio, y vete.

El alcalde esperó a que el chico hubiera cerrado la puerta.

– El alguacil Daniel Goldsmith está en el Collect.

El alcalde desenvolvió el fardo y dejó al descubierto una cabeza humana tan ferozmente devorada por pájaros u otros animales que resultaba imposible adivinar si pertenecía a un hombre o una mujer. Le faltaban los ojos, y le habían arrancado trozos de carne de las mejillas y la frente; poco quedaba en la zona de la nariz y las orejas. No obstante, conservaba el pelo, de color rojizo, largo, sucio y apelmazado por la sangre seca.

Tonneman trató de dominarse. Lo que examinaba atentamente había sido un ser humano.

Jamison se levantó de la silla junto a la chimenea y se acercó al escritorio.

– Interesante. -Miró a su amigo-. ¿Mujer?

– Diría que sí -respondió Tonneman.

– Menuda amputación. Podría haberla practicado cualquier delineante.

Tonneman asintió con la cabeza.

– Con el ojo y la mano de un cirujano y la fuerza de un leñador.

Jamie sonrió irónicamente.

– ¿Una mano enfadada?

Tonneman le devolvió la sonrisa irónica.

– Diría que hay que estar muy enfadado para cortar la cabeza a alguien.

– Una mujer negra del Collect la encontró ayer por la mañana en el patio de su casa -explicó el alcalde-. Estaban picoteándola las gallinas. Goldsmith ha estado estos días en el Collect buscando el cuerpo, pero no ha habido suerte. Me gustaría saber de qué murió, para asegurarme de que no padecía ni la peste, ni el cólera, ni la viruela, ni nada por el estilo. Luego ordenaré al alguacil que la entierre en Potter's Field.

Alguien llamó a la puerta.

– Adelante.

Reuben abrió la puerta. Detrás de él apareció un hombre negro, alto, con los hombros cubiertos con una tela raída; jadeaba.

– He venido… corriendo… El alguacil Goldsmith me manda decirle… que ha encontrado el resto.

6

Miércoles 15 de noviembre. Mañana

Al norte de Broadway, pasado el Common y girando al este, se hallaba el estanque Fresh Water, también llamado Collect, conocido en tiempos de los holandeses como Shellpoint. Una variada colección de seres humanos vivía allí, en cabañas desvencijadas; descendientes de los esclavos africanos libres de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, otros negros libres, blancos pobres y mulatos.

Entre el estanque Fresh Water y la ciénaga se abría una extensión de tierra seca. En esa zona abundaban las aves salvajes, y los arroyos que alimentaban el Collect estaban llenos de peces.

En ese terreno tenían sus casas Kate Schrader y otros como ella. No era un lugar demasiado elegante, sobre todo comparado con la zona sur de Nueva York, con sus grandes mansiones y casas de ladrillo, pero por lo menos sus habitantes eran libres y no dependían de nadie más que de sí mismos. A pesar de que en invierno el viento se filtraba en las cabañas, nunca les faltaba leña, y en verano se sentaban fuera para tomar el aire fresco y desenvainar guisantes.

Colinas de unos treinta metros de altura rodeaban el Collect cual gradas de un anfiteatro. En invierno, cuando el estanque se helaba, la gente solía subir a las colinas para observar a los patinadores.

El Collect, alimentado por manantiales que habían saciado la sed de los indios durante siglos antes de la llegada de los blancos, había sido considerado un tesoro por los holandeses de Nueva Amsterdam, y hasta hacía poco también por la comunidad anglo-holandesa de Nueva York.

Cuando el carruaje que llevaba al alcalde y sus acompañantes se detuvo, los caballos bufaron y sacudieron la cabeza, llenando el aire de una nube helada de aliento.

Quintín Brock, el negro que había anunciado la noticia, saltó del techo del carruaje y aguardó mientras Tonneman y Jamison descendían detrás del alcalde. El negro guió a los tres hombres hasta el límite de la ciénaga. A pesar de la nieve y el viento, los habitantes del Collect se habían reunido alrededor de una máquina de vapor, una pila de troncos casi tan alta como el carruaje del alcalde, y una fosa. La máquina de vapor estaba parada. Un hombre achaparrado se hallaba inclinado sobre un objeto que yacía en la nieve.

Los presentes se hicieron a un lado para que los del ayuntamiento echaran un vistazo al trágico hallazgo.

– ¿Qué tienes ahí, alguacil? -preguntó el alcalde mientras se acercaba.

Sorprendido, el alguacil se enderezó con tal brusquedad que el sombrero se le cayó al suelo. Indicó la fosa con el dedo.

– Uno de los vigilantes lo encontró aquí. -El alguacil recogió el sombrero y lo utilizó para señalar de nuevo la zanja-. No entiendo cómo no lo vimos ayer. De no ser por una raíz, habría caído al fondo y no lo habríamos descubierto jamás.