Para sorpresa y gran preocupación de Rob, se vio empujado hacia delante. Unas manos voluntariosas lo ayudaron a subir a la tarima.
– Mi chico contra tu bestia, amigo Wat -dijo Barber.
Wat asintió y ambos rieron a mandíbula batiente.
"¡Ay, madre mía!”, se dijo Rob atontado.
Era un oso de verdad. Se balanceó sobre las patas traseras y ladeó su cabeza grande y peluda ante Rob. No era un podenco ni un amigo de la calle de los Carpinteros. Vio unos hombros impresionantes y unos miembros gruesos, e instintivamente quiso saltar de la tarima y huir. Pero escapar suponía desafiar a Barber y todo lo que este representaba en su vida. Escogió la opción menos audaz e hizo frente al animal.
Con el corazón en la boca, trazó un círculo y esgrimió las manos abiertas delante de su adversario, como había visto hacer a menudo a luchadores de más edad. Tal vez no lo había entendido bien; alguien rió y el oso miró en dirección al sonido. Rob intentó olvidar que su contrincante no era humano y se comportó como lo habría hecho ante otro chico: se precipitó y procuró que Bartram perdiera el equilibrio, pero fue como tratar de desarraigar un árbol inmenso.
Bartram alzo una pata y lo golpeó perezosamente. Aunque al oso le habían arrancado las garras, el manotazo lo derribó y lo hizo atravesar medio escenario. Ahora estaba algo más que aterrorizado: sabía que no podía hacer nada, y con gusto hubiera puesto pies en polvorosa, pero Bartram arrastraba los pies con engañosa rapidez y lo estaba esperando. Cuando Rob se incorporó, quedó rodeado por las patas delanteras del animal. Su rostro se hundió en el pelaje del oso y le tapó la boca y la nariz. Se estaba asfixiando en una piel negra y de lanas enredadas que olía exactamente igual a la que usaba para dormir. El oso no había terminado de crecer, pero él tampoco.
Forcejeaba y acabó mirando unos ojos rojos, pequeños y desesperados. Rob se dio cuenta de que el oso estaba tan asustado como él mismo, pero el animal dominaba la situación y tenía a quien acosar. Bartram no podía morder, pero lo habría hecho de buena gana: aplastó el bozal de cuero en el hombro de Rob y este sintió su aliento potente y apestoso.
Wat estiró la mano hacia la pequeña asa del collar del animal. Aunque no lo tocó, el oso gimoteó y se encogió; soltó a Rob y cayó boca arriba.
– ¡Sujétalo, bobo! -susurró Wat.
Se arrojó sobre el animal y tocó la piel negra próxima a los hombros. Nadie se lo creyó y unos pocos lo abuchearon, pero el público se había divertido y estaba de buen humor. Wat enjauló a Bartram y, tal como había prometido, regresó para recompensar a Rob con un diminuto tarro de arcilla que contenía ungüento. Poco después el artista declamaba ante los congregados los ingredientes y usos del bálsamo.
Rob se dejó llevar hasta el carromato por unas piernas que parecían de goma.
– Lo has hecho muy bien -declaró Barber-. Te lanzaste sobre él. ¿Te sangra la nariz?
Respiró ruidosamente, sabedor de que había tenido mucha suerte.
– La bestia estuvo a punto de hacerme daño -dijo con tono hosco.
Barber sonrió y meneo la cabeza.
– ¿Has visto la pequeña asa en la tirilla? Es un collar estrangulador. El asa permite girar la tirilla, que corta la respiración al animal si desobedece. Así se adiestra a los osos. -Ayudó a Rob a subir al pescante, extrajo una pizca del bálsamo del tarro y la frotó entre el pulgar y el índice-. Sebo, manteca de cerdo y un toque de perfume. Vaya, vaya, lo cierto es que se vende bien -musitó, viendo que los clientes hacían cola para dar sus peniques a Wat-. Un animal garantiza la prosperidad. Hay espectáculos que se basan en marmotas, cabras, cuervos, tejones y perros. Incluso en lagartijas, y por regla general ganan más que yo cuando trabajo sólo.
El caballo respondió a la tensión de las riendas y emprendió el descenso por el sendero hacia el frescor del bosque, dejando Chelmsford y el oso luchador tras ellos. Los temblores aún acompañaban a Rob. Permaneció inmóvil y pensativo.
– Y tu ¿por que no montas un espectáculo con un animal? -preguntó lentamente.
Barber se volvió a medias en el asiento. Sus amistosos ojos azules buscaron los de Rob, dejando traslucir más cosas que su boca sonriente.
– Te tengo a ti -respondió.
LAS PELOTAS DE COLORES
Comenzaron por los juegos malabares, y desde el principio Rob supo que jamás sería capaz de realizar ese tipo de milagro.
– Ponte erguido pero relajado, con las manos a los lados del cuerpo. Levanta los antebrazos hasta que queden paralelos al suelo. Vuelve las palmas hacia arriba.-Barber lo escudriñó críticamente y asintió-. Simula que sobre las palmas de tus manos he dejado una bandeja con huevos. No puedes permitir que la bandeja se incline siquiera un instante, pues se caerían los huevos. Pasa lo mismo con los malabarismos. Si tus brazos no están a nivel, las pelotas rodarán por todas partes. ¿Lo has entendido?
– Sí, Barber.
Tuvo una sensación de angustia en la boca del estómago.
– Ahueca las manos como si fueras a beber agua de cada una. -Cogió las pelotas de madera. Puso la roja en la mano derecha ahuecada de Rob, y azul en la izquierda-. Ahora lánzalas hacia arriba como hace un malabarista, pero al mismo tiempo.
Las pelotas pasaron por encima de su cabeza y cayeron al suelo.
– Presta atención. La pelota roja subió más porque en el brazo derecho tienes más fuerza que en el izquierdo. Por consiguiente, has de aprender a compensarlo, a hacer menos esfuerzos con la mano derecha y más con la izquierda, ya que los lanzamientos deben ser equivalentes. Además, las pelotas subieron demasiado. A un malabarista le basta con echar hacia atrás la cara y mirar hacia el sol para saber dónde han ido las pelotas. Estas no deben superar esta altura -palmeó la frente de Rob-. De esta forma puedes verlas sin mover la cabeza. -Frunció el ceño-. Algo más. Los malabaristas nunca arrojan una pelota. Las pelotas se hacen saltar. El centro de tu mano debe sacudirse un instante a fin de que el ahuecado desaparezca y la palma quede plana. El centro de tu mano impulsa la pelota en línea recta hacia arriba, al tiempo que la muñeca da un pequeño y suave giro y el antebrazo un debilísimo movimiento ascendente. No debes mover los brazos desde el codo hasta el hombro.
Recobró las pelotas y se las entregó a Rob.
Cuando llegaron a Hertford, Rob montó la tarima, trasladó los frascos con el elixir de Barber y luego se alejó con las dos pelotas de madera y practicó. Aunque no le había parecido difícil, descubrió que la mitad de las veces daba efecto a la pelota cuando la lanzaba, lo que hacía que se desviara. Si cogía la pelota sujetándola demasiado, caía hacia su cara o le pasaba por encima del hombro. Si relajaba la mano, la pelota se alejaba de él. Pero insistió y, poco después, le cogió el tranquillo. Barber pareció satisfecho cuando esa noche, antes de la cena, le mostró sus nuevas habilidades.
Al día siguiente, Barber paró el carromato a las puertas de la aldea de Luton y enseñó a Rob cómo lanzar dos pelotas de tal modo que sus trayectorias se cruzaran.
– Puedes evitar un choque en el aire si una pelota lleva la delantera o se lanza más alta que la otra-explicó.
En cuanto comenzó el espectáculo en Luton, Rob se retiró con las dos pelotas y practicó en un pequeño claro del bosque. Con demasiada frecuencia la pelota azul topaba con la roja produciendo un suave golpe seco que parecía mofarse de él. Las pelotas caían, rodaban y tenía que recuperarlas, por lo que se sentía ridículo y enfadado. Pero nadie lo veía salvo una rata de campo y, de vez en cuando, un pájaro, de modo que siguió intentándolo. Finalmente, se dio cuenta de que podía lanzar ambas pelotas con éxito si la primera descendía lejos de su mano izquierda y la segunda subía menos y recorría una distancia más corta. Tuvo dos días de ensayos, fracasos y repeticiones constantes hasta que se sintió lo bastante satisfecho para mostrárselo a Barber.