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Barber le enseñó a desplazar ambas pelotas en círculo.

– Parece más difícil de lo que en realidad es. Lanzas la primera pelota. Mientras está en el aire, pasas la segunda a la mano derecha, la mano izquierda coge la primera pelota, la derecha lanza la segunda y así sucesivamente. ¡Vamos, vamos! Tus lanzamientos envían rápidamente hacia arriba las pelotas, pero estas bajan mucho más despacio. Ese es el secreto del prestidigitador, lo que salva a los prestidigitadores. Tienes tiempo de sobra para aprender.

Al final de la semana, Barber le enseñó a lanzar tanto la pelota roja como la azul con la misma mano. Tenía que sostener una pelota en la palma y la otra más adelante, con los dedos. Se alegró de tener manos grandes. Las pelotas se le cayeron infinitas veces, pero, al final, captó el truco: primero lanzaba hacia arriba la roja y, antes de que volviera a caer en su mano, soltaba la azul. Bailaban arriba y abajo con la misma mano: “¡vamos, vamos, vamos!”

Ahora practicaba en todos sus momentos libres: dos pelotas en círculo, dos pelotas entrecruzadas, dos pelotas sólo con la mano derecha, dos pelotas únicamente con la izquierda. Descubrió que si hacia malabarismos con lanzamientos muy bajos podía aumentar su velocidad.

Se quedaron en las afueras de una población llamada Bletchly porque Barber le compró un cisne a un campesino. No era más que un polluelo, pero, de todas maneras, había que preparar para llevarlo a la mesa. El campesino vendió el cisne muerto y desplumado, pero Barber trabajó el ave, la lavó con esmero en un riachuelo y luego la colgó de las patas sobre un fuego suave para quemarle los cueros. Rellenó el cisne con castañas, cebollas, grasa y hierbas, como correspondía a un ave que le había costado cara.

– La carne de cisne es más fuerte que la de oca, pero más seca que la de pato y, por consiguiente, tiene que aderezarse -explicó a Rob con entumo.

Prepararon el cisne envolviéndolo totalmente en delgadas láminas de lomo salado, superpuestas delicadamente. Barber ató el paquete con cordel de lino y lo colgó encima de la hoguera, en un espetón.

Rob practicó malabarismos lo suficientemente cerca del fuego para que los olores se convirtieran en un dulce tormento. El calor de las llamas derretía la grasa del cerdo y rociaba la carne magra, al tiempo que el sebo se fundía lentamente y ungía el ave desde dentro. A medida que Bar giraba el cisne sobre la rama verde que hacia las veces de espetón, la piel del cerdo se secaba y se iba asando gradualmente; cuando el ave estuvo asada y la retiró del fuego, el cerdo salado se agrietó y siseo. El interior del cisne estaba húmedo y tierno, algo fibroso pero perfectamente mechado y condimentado. Comieron parte de la carne con relleno castañas calientes y calabaza nueva hervida. Rob probó un magnífico muslo rosado.

Al día siguiente madrugaron y siguieron adelante, alentados por la jornada de descanso. Hicieron un alto para desayunar a la vera del sendero y disfrutaron parte de la pechuga fría del cisne con el cotidiano pan tostado con queso. Cuando acabaron de comer, Barber eructó y entregó a Rob la tercera pelota de madera, pintada de verde.

Se desplazaron como hormigas por las tierras bajas. Los montes Cotspid eran suaves y ondulantes, muy bellos en la dulzura estival. Las aldeas acurrucaban en los valles y Rob vio más casas de piedra de las que estaba acostumbrado a ver en Londres. Tres días después de St. Swithin cumplió diez años. No se lo comentó a Barber.

Había crecido. Las mangas de la camisa que mamá cosió largas adrede, ahora le quedaban muy por encima de sus nudosas muñecas. Barber lo hacía trabajar mucho. Llevaba a cabo la mayoría de las faenas más desagradables: cargar y descargar el carromato en cada población y aldea, acarrear leña y recoger agua. Su cuerpo convertía en hueso y músculo la magnífica y sabrosa comida que mantenía a Barber imponentemente obeso. Se había habituado muy pronto a la comida exquisita.

Rob y Barber empezaban a acostumbrarse el uno al otro. Cuando, ahora, el hombre gordo llevaba a una mujer al fuego del campamento, ya no era una novedad; a veces Rob permanecía atento a los sonidos de la rebatina amorosa e intentaba ver algo, pero por lo general se daba la vuelta y dormía.

Si las circunstancias lo permitían, ocasionalmente Barber pasaba la noche en casa de una mujer, pero siempre estaba junto al carromato cuando clareaba y llegaba la hora de abandonar un lugar.

Gradualmente Rob llegó a comprender que Barber intentaba acariciar a todas las mujeres que veía y que hacía lo mismo con la gente que contemplaba sus espectáculos. El cirujano barbero les contaba que la Panacea Universal era una medicina oriental que se preparaba haciendo una infusión de las flores secas y molidas de una planta llamada vitalia, que sólo se hallaba en los desiertos de la remota Asiria. Sin embargo, cuando la Panacea empezó a escasear, Rob ayudó a Barber a preparar un nuevo lote y vio que la medicina se componía, básicamente, de licor corriente.

No necesitaban preguntar más de seis veces para encontrar a un campesino encantado de vender un barril de hidromiel. Aunque cualquier variedad habría servido, Barber siempre insistía en conseguir cierta mezcla de miel fermentada y agua conocida como metheglin.

– Es un invento galés, mozuelo, una de las pocas cosas que nos han dado. El nombre procede de meddyg, que significa médico, y lyrl, que quiere decir alcohol fuerte. De este modo toman medicinas y es bueno, ya que embota la lengua y entibia al alma.

Vitalia, la Hierba de la Vida de la remota Asiria, resultó ser una pizca de salitre que Rob mezclaba minuciosamente en un galón de hidromiel. Daba al alcohol fuerte un fondo medicinal, suavizado por la dulzura de la miel fermentada que constituía su base.

Los frascos eran pequeños.

– Compras el barril barato y vendes caro el frasco -solía decir Barber-. Nosotros formamos parte de las clases inferiores y de los pobres. Por encima de nosotros están los cirujanos que cobran honorarios más abultados y a veces nos arrojan un trabajo desagradable con el que no quieren ensuciarse las manos, como si echaran un trozo de carne podrida a un chucho. Por encima de este grupo de desdichados, están los condenados médicos, seres infatuados y que atienden a la gente bien nacida por afán de lucro. ¿Alguna vez te has preguntado por que motivo este barbero no recorta barbas ni cabelleras? Lisa y llanamente, porque puedo darme el lujo de elegir mis faenas. Aprendiz, de todo esto podrás extraer provecho si aprendes bien la lección: preparando el medicamento adecuado y vendiéndolo con diligencia, el cirujano barbero puede ganar tanto como un médico. Si todo lo demás fracasa, bastará con que hayas aprendido lo que te digo.

Cuando terminaron de preparar la panacea para su venta, Barber cogió un tarro más pequeño y preparó un poco más. Luego se toqueteó la ropa.

Rob miró azorado cómo el chorro tintineaba dentro de la Panacea Universal.

– Es mi Serie Especial -comentó Barber suavemente, sacudiéndose.

Pasado mañana estaremos en Oxford. El magistrado, que responde al nombre de Sir John Fitts, me cobra mucho a cambio de no expulsarme del condado. Dentro de quince días llegaremos a Bristol, donde el tabernero Potte suelta estentóreos insultos durante mis espectáculos. Siempre procuro tener regalos pequeños y adecuados para este tipo de individuos.

Cuando llegaron a Oxford, Rob no se retiró a practicar con las pelotas de colores. Se quedó y esperó a que apareciera el magistrado con su mugrienta túnica de raso. Era un hombre largo y delgado, de mejillas hundidas una eterna sonrisa fría que parecía traducir un íntimo regocijo. Rob vio que Barber pagaba el soborno y luego, como reticente ocurrencia tardía, ofrecía un frasco de hidromiel.

El magistrado abrió el frasco y engulló su contenido. Rob sospechaba que tendría náuseas, escupiría y ordenaría el arresto inmediato de ambos, pero Fitts acabó las ultima gota y se pasó la lengua por los labios.

– Un buen traguito.