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Cambió los pañales húmedos de Tam, le tocó la mano, besó su suavísima mejilla y volvió a acostarlo en la cuna.

Aquella noche hicieron el amor tierna y consideradamente, lo que les produjo alivio, aunque no fue como en otros tiempos. Después, Rob salió y se sentó en el jardín bañado por la luna, junto a las ruinas otoñales de las flores a las que ella había brindado todos sus cuidados.

Comprendió que nada permanece siempre igual. Ella no era la joven que lo había seguido confiadamente a un trigal y él tampoco era el joven que la había llevado al trigal.

Y esa no era la deuda menos importante que ansiaba pagar al sha Alá.

EL HOMBRE TRANSPARENTE

Del este surgió una nube de polvo de tales proporciones que los centinelas pensaron confiadamente en una enorme caravana, o quizá en varias grandes caravanas que avanzaban juntas

Pero se aproximaba un ejército a la ciudad.

Con su llegada a las puertas fue posible identificar a los soldados como afganos de Ghazna. Se detuvieron fuera de los muros, y su comandante, un joven de túnica azul oscuro y turbante blanco como la nieve, entró en Ispahán acompañado de cuatro oficiales. No había nadie allí para detenerlos. El ejercito había seguido a Alá a Hamadhan y las puertas estaban custodiadas por un puñado de soldados ancianos que se esfumaron con la proximidad del ejército extranjero, de modo que el sultán Masud -pues de él se trataba- entró cabalgando en la ciudad sin resistencia. Al llegar a la mezquita del Viernes, los afganos desmontaron y entraron. Sin duda se unieron allí a los fieles durante la tercera oración, y luego se encerraron varias horas con el imán Musa ibn Ahhas y su camarilla de mullahs. Casi ninguno de los habitantes de Ispahán vio a Masud, pero en cuanto se conoció su presencia, Rob y al-Juzjani se encontraban entre los que fueron a lo alto de la muralla y desde allí observaron a los soldados de Ghazna.

Eran hombres de aspecto duro, con pantalones desharrapados y largas camisas holgadas. Algunos llevaban los extremos de los turbantes envueltos alrededor de la boca y la nariz para protegerse de la polvareda y la arena del viaje, y tenían esteras acolchadas arrolladas detrás de las pequeñas sillas de sus desgreñados poneys. Estaban muy animados, toqueteaban sus flechas, cambiaban de lugar sus arcos y se relamían mirando la lujosa ciudad, con sus mujeres desprotegidas, como los lobos mirarían una madriguera llena de liebres. Pero eran disciplinados y aguardaban sin hacer violencia mientras su líder permanecía en la mezquita. Rob se preguntó si entre ellos estaría el afgano que había hecho tan buen papel corriendo en competencia con Karim en el chatir.

– ¿Qué puede querer Masud de los mullahs? -preguntó a al-Juzjani- Sin duda sus espías le han informado de los conflictos que tiene con ellos.

– Sospecho que intenta gobernarnos en breve y negocia en las mezquitas bendiciones y obediencias.

Y es posible que así fuera, pues en breve Masud y sus edecanes volvieron con sus tropas y no hubo pillaje. El sultán era joven, apenas un muchacho, pero él y Alá podrían haber sido parientes: tenían el mismo rostro orgulloso y cruel de depredador. Lo vieron desenrollar su impecable turbante negro, que dejó a un lado con gran cuidado, y ponerse un mugriento turbante negro antes de reemprender la marcha.

Los afganos cabalgaron rumbo al norte, siguiendo la ruta del eje de Alá.

– El sha se equivocó al pensar que vendrían por Hamadhan.

– Sospecho que la fuerza principal de Ghazna ya esta en Hamadhan -dijo lentamente al-Juzjani.

Rob comprendió que la idea de al-Juzjani era acertada. Los afganos que partieron eran muy inferiores en número al ejército persa, y entre ellos había elefantes de guerra; tenía que haber otra fuerza esperándolos.

– Entonces, ¿Masud está montando una trampa? -Al-Juzjani asintió- ¡Podemos partir a caballo para advertírselo a los persas!

– Ya es tarde; de lo contrario Masud no nos habría dejado vivos en cualquier caso -dijo con tono irónico al-Juzjani-, poco importa que derrote a Masud o Masud derrote a Alá. Si es verdad que el imán Qancseh ha ido a ponerse a la cabeza de los seljucíes para caer sobre Ispahán en última instancia no imperarán Masud ni Alá. Los seljucies son temibles y numerosos como las arenas de la mar.

– Si vienen los seljucíes o si Masud retorna para tomar la ciudad, ¿qué será del maristán?

Al-Juzjani se encogió de hombros.

– El hospital cerrará un tiempo y todos nos ocultaremos para salvarnos del desastre. Después saldremos de nuestros escondrijos y la vida seguirá como antes. Con nuestro maestro he servido a media docena de reyes. Monarcas vienen y van, pero el mundo sigue necesitando médicos.

Rob pidió dinero a Mary y el Qanun fue suyo. Tenerlo entre sus manos lo inundó de respeto reverencial. Nunca había poseído un libro, pero tan desbordante era su deleite con la propiedad de aquel, que juró que habría de tener otros.

Sin embargo, no pasaba demasiado tiempo leyéndolo, pues nada atraía tanto como el cuartito de Qasim.

Realizaba disecciones varias veces por semana, y empezó a usar sus materiales de dibujo, hambriento por hacer más cosas, aunque no las llevaba a cabo, pues necesitaba un mínimo de sueño si quería desempeñar adecuadamente sus funciones en el maristán durante el día.

En uno de los cadáveres que estudió, el de un joven que había sido acuchillado en una reyerta de borrachos, encontró el pequeño apéndice ciego dilatado, con la superficie enrojecida y áspera, y conjeturó que lo estaba observando en la primera etapa de la enfermedad del costado, cuando el paciente comenzaría a sentir las primeras punzadas intermitentes. Ahora tenía un cuadro amplio del progreso de la enfermedad desde el inicio hasta la muerte, y escribió en su registro:

Se ha observado la enfermedad abdominal en seis pacientes, todos los cuales fallecieron.

El primer síntoma marcado de la enfermedad es un repentino dolor abdominal. El dolor suele ser intenso y rara vez ligero.

En ocasiones va acompañado por escalofríos, y con mayor frecuencia con náuseas y vómitos.

Al dolor abdominal sigue la fiebre como siguiente síntoma constante.

Al palpar se percibe una resistencia circunscrita al bajo vientre derecho, con el área a menudo dolorida por la presión y los músculos abdominales tensos y rígidos.

El mal se asienta en un apéndice del ciego que, en apariencia, no difiere de una lombriz rosada y gruesa de la variedad común. Si este órgano se inflama o infecta, se vuelve rojo y luego negro, se llena de pus y finalmente estalla, escapando su contenido hacia la cavidad abdominal general.

En tal caso, se presenta rápidamente la muerte, por regla general entre media hora y treinta horas después del inicio de la fiebre alta.

Sólo estudiaba las partes del cuerpo que quedarían cubiertas por la mortaja. Este hecho excluía los pies y la cabeza, una verdadera frustración, pues ya no se contentaba con examinar el cerebro de un cerdo. Su respeto por Ibn Sina permanecía incólume, pues había tomado conciencia de que en ciertas cuestiones su mentor había recibido enseñanzas incorrectas acerca del esqueleto y la musculatura, y había transmitido la información errónea.

Rob trabajaba con gran paciencia, descubriendo y dibujando músculos como alambres y cuerdas. Algunos comenzaban en un cordón y terminaban en un cordón, otros presentaban acoplamientos planos, otros tenían acoplamientos redondeados, o un cordón únicamente en un extremo; tampoco faltaban músculos compuestos de dos cabezas, y aparentemente su función específica consistía en que si una de las cabezas se lesionaba quedaba útil la otra. Comenzó en la ignorancia y, de modo gradual, en constante estado de exaltación enfebrecida y ensoñadora, fue aprendiendo. Dibujó estructuras de huesos y articulaciones, formas y posiciones, comprendiendo que esos bosquejos tendrían un valor incalculable para enseñar a los jóvenes doctores a tratar torceduras y fracturas.