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Ocultando su decepción, Rob llevó al viajero a dormir a un sitio digno, como habrían hecho en cualquier aldea judía.

Al día siguiente se levantó temprano. Entre las cosas que se había llevado de Persia encontró el sombrero de judío, el taled y las filacterias. Fue a reunirse con Dan ben Gamliel en las devociones matinales.

El judío lo miró asombrado cuando se sujetó la pequeña caja negra en la frente y arrolló el cuero alrededor del brazo para formar las letras del nombre del Indecible. Lo vio balancearse y escuchó sus oraciones.

– Ya sé lo que eres -dijo con la voz poco clara-. Eras judío y te has hecho apóstata. Un hombre que ha vuelto la espalda a nuestro pueblo y a nuestro Dios, entregando su alma a la otra nación.

– No, no se trata de eso. -Rob notó con pesar que había interrumpido la oración de su huésped-. Te lo explicaré cuando hayas terminado -dijo, y se retiró.

Pero cuando volvió para llamarlo a desayunar, Dan ben Gamliel había desaparecido. El caballo había desaparecido. El asno había desaparecido. La pesada carga había sido recogida. El hombre prefirió huir antes que exponerse al terrible contagio de la apostasía.

Fue el ultimo judío de Rob: nunca vio a otro ni volvió a hablar en la Lengua.

Sentía que también se deslizaba de su mente la memoria del parsi, y un día decidió que antes de que lo abandonara del todo, debía traducir el Qanun al inglés para tener la posibilidad de seguir consultando al maestro médico. La tarea le llevó largo tiempo. Siempre se decía que Ibn Sina había escrito el Canon de medicina en menos tiempo del que a Robert Cole le llevó traducirlo.

Algunas veces lamentaba melancólicamente no haber estudiado todos los mandamientos al menos una vez. Con frecuencia pensaba en Jesse ben Benjamín, pero cada vez se reconciliaba más con su desaparición -¡era difícil ser judío!-, y casi nunca volvió a hablar de otros tiempos y otros lugares.

Una vez, cuando Tam y Rob J. participaron en la carrera que todos los años se celebraba en las montañas para festejar el día de San Kolumb, les habló de un corredor llamado Karim que había ganado una larga y maravillosa carrera denominada chatir. Y rara vez -en general cuando estaba inmerso en una de las tareas características de todo escocés, como limpiar establos y rediles o quitar nieve acumulada o cortar leña para el fuego- evocaba el calor refrescante del desierto por la noche, o recordaba a Fara Askari encendiendo los cirios en Sabbat, o el enfurecido toque de trompeta de un elefante que salía a la carga al campo de batalla, o la intensa sensación de volar posado en lo alto del tambaleo zanquilargo de un camello a la carrera. Llegó a tener la impresión de que toda su vida había estado en Kilmarnock, y que lo ocurrido con anterioridad era un relato oído alrededor del fuego mientras soplaba el viento frío.

Sus hijos crecieron y cambiaron. Su mujer se volvió más bella con los años. A medida que transcurrían las estaciones, un sólo detalle permaneció constante: el sentido complementario, la sensibilidad de sanador, nunca le abandonó. Tanto si cabalgaba en solitario en medio de la noche para acercarse al lecho de un enfermo, como si por la mañana entraba deprisa en el atestado dispensario, siempre sentía el dolor del prójimo. Sin detenerse ante nada para combatirlo, nunca dejó de sentir -como había sentido el primer día en el maristán- una oleada de prodigiosa gratitud por haber sido elegido, porque la mano de Dios se había acercado para tocarlo a él, y porque al aprendiz de Barber le hubiese sido dada la oportunidad de ayudar y servir.

AGRADECIMIENTOS

El médico es una novela en la que sólo dos personajes, Ibn Sina y al-Juzjani, están tomados de la vida real. Hubo un sha llamado Alá-al-Dawla, pero queda tan poca información sobre él que el personaje de ese nombre es resultado de una amalgama de diversos shas.

El maristán está inspirado en las descripciones del hospital medieval Azudi, de Bagdad.

Gran parte del sabor y los datos del siglo Xl se han perdido para siempre.

Allí donde los registros no existían o eran oscuros, no tuve el menor escrúpulo en apelar a la ficción; así, debe entenderse que esta es una obra de la imaginación y no un fragmento de historia. Asumo la responsabilidad de cualquier error, importante o insignificante, fruto de mi esfuerzo por recrear fielmente una sensación del tiempo y el lugar. Empero, esta novela nunca se habría escrito sin la ayuda de un buen número de bibliotecas e individuos.

Agradezco a la University of Massachusetts en Amherst que me permitiera, como si yo fuese uno de sus profesores, acceder a todas sus bibliotecas.

Mi gratitud también a Edla Eolm, de la Interlibrary Loans Office, de dicha universidad.

En Lamar Soutter Library del University of Massachusetts Medical Center, de Worcester, hallé libros varios relativos a la medicina y su historia.

El Smith College tuvo la bondad de clasificarme como "estudioso de campo" para que pudiera consultar en la William Allan Neilson Library, y descubrí que la Werner Josten Library del Smith's Center for the Performing Arts era una excelente fuente de detalles acerca de vestuarios y costumbres.

Barbara Zalenski, bibliotecaria de la Belding Memorial Library de Ashfield, Massachusetts, siempre fue capaz de satisfacer mis peticiones de libros, aunque ello la obligara a laboriosas búsquedas.

Kathleen M. Johnson, bibliotecaria de consulta de la Baker Library de la Edarvard's Graduate School of Business Administration, me envió materiales sobre la historia del dinero en la Edad Media.

También dejo expresa constancia de mi gratitud a los bibliotecarios y bibliotecarias de Amherst College, Mount Holyoke College, Brandeis University, Clark University, la Countway Library of Medicine de la Elarvard Medical School, la Boston Public Library y el Boston Library Consortium.

Richard M. Jakowski V.M.D, patólogo veterinario del Tufts-New England Veterinary Medical Center, en North Grafton, Massachusetts, tuvo la amabilidad de hacerme un estudio comparativo de la anatomía interna de cerdos y humanos, lo mismo que Susan L. Carpenter Ph. D., miembro del consejo posdoctoral de los Rocky Mountain Laboratories del National Institute of Health, en Hamilton, Montana.

Durante varios años, el rabino Louis A. Rieser del Temple Israel de Gerenfield, Massachusetts, respondió pregunta tras pregunta sobre el judaísmo.

El rabino Philip Kaplan, de las Associated Synagogues de Boston, La Graduate School of Geography de la Clark University me proporcionó mapas e información sobre la geografía en el siglo Xl.

El profesorado del Classics Department del College of the Eloly Cross, en Worcester, Massachusetts, me ayudó en varias traducciones del latín.

Robert Ruhlof; herrero de Ashfield, Massachusetts, me informó acerca del acero azul estampado de la India, y me permitió acceder a la publicación periódica de su gremio, The Anvils Ring.

Gouveneur Phelps, de Ashfield, me ilustró sobre la pesca del salmón en Escocia.

Patricia Schartle Myrer, mi antigua agente literaria hoy retirada me estimuló en gran medida, lo mismo que mi actual agente, Eugene H. Winick, de McIntosh and Otis, Inc. Por sugerencia de Pat Myrer escribo acerca de la dinastía médica de una familia a lo largo de muchas generaciones, sugerencia que me ha llevado a la serie de El médico, ahora en curso de redacción.

Lisa Gordon me ayudó a corregir el original y, junto con Jamie Gordon, Vicent Rico, Michael Gordon y Wendi Gordon, me proporcionó carino y Ashfield.

Massachusetts.

Diciembre de 1995

Noah Gordon

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* 1 piedra era una medida de peso de la época, equivalente a más de 6 kilos. (N del t.).