Выбрать главу

De la Mata Ordóñez; José. Industrial. Ronda de Toledo, 22 duplicado. Madrid.

Fernández' Garre, Julián. Funcionario del Estado. Cl Cervantes, 19. Madrid.

Gal Rupérez, Olegario. Capitán de Ingenieros. Cuartel de la jarilla. Alcalá de Henares.

Gal Rupérez, José María. Teniente de Artillería. Cuartel de la Colegiata. Madrid.

Cebrián Lucientes, Santiago. Teniente coronel de Infantería. Cuartel de la Trinidad. Madrid.

Ambrona Páez, Manuel. Comandante de Ingenieros. Cuartel de la jarilla. Alcalá de Henares.

Figuero Robledo, Ginés. Comerciante. Cl Segovia, 16. Madrid.

Esplandiú Casals, Jaime. Teniente de Infantería. Cuartel de Vicálvaro.

Romero Alcázar, Onofre. Administrador de la finca «Los Rocíos». Toledo.

Villagordo López, Vicente. Comandante de Infantería. Cuartel de Vicálvaro.

En lo que se refiere al personal militar incluido en esta relación, se actuará en coordinación con la autoridad castrense correspondiente, que ya se encuentra en posesión de las órdenes oportunas emitidas por el Excmo. Sr. Ministro de la Guerra.

JOAQUÍN VALLESPfN ANDREU

Ministro de la Gobernación. Madrid, a 7 de diciembre de 1866

(Es copia)

INSPECCIÓN GENERAL DE SEGURIDAD Y POLICÍA GUBERNATIVA

D. Joaquín Vallespín Andreu Ministro de la Gobernación.

Excelentísimo Señor:

Pongo en conocimiento de V. E. que esta mañana, dando curso a las instrucciones recibidas con fecha de ayer, se han efectuado las diligencias oportunas por funcionarios de este Departamento, en coordinación con la Autoridad Militar, procediéndose a la detención de todos los individuos requeridos en las mismas. Dios guarde a Y. E. muchos años.

LUIS ÁLVAREZ RENDRUEJO Inspector Gral. de Seguridad y Policía Gubernativa.

Madrid 8 de diciembre de 1866

INSPECCIÓN GENERAL DE PENADOS YREBELDES

D. Joaquín Vallespín Andreu Ministro de la Gobernación.

Excelentísimo Señor: Por la presente pongo en su conocimiento que, con fecha de hoye han ingresado en la prisión de Cádiz, en espera de su deportación a Filipinas, las personas que a continuación se consignan: De la Mata Ordóñez, José Fernández Garre, julián. Figuero Robledo, Ginés. Romero Alcázar, Onofre. Sin otro particular, reciba V. E. un respetuoso saludo.

ERNESTO DE MIGUEL MARIN Inspector gral de Penados y Rebeldes. Madrid a 19 de diciembre de 1866

MINISTERIO DE LA GUERRA

D. José Vallespín Andreu Ministro de la Gobernación. Madrid

Querido Joaquín:

Sirva esta carta de notificación oficial para comunicarte que esta tarde, a bordo del vapor Rodrigo Suárez, han salido deportados a Canarias el teniente coronel Cebrián Lucientes y los comandantes Ambrona Páez y Villagordo López. El capitán Olegario Gal

Rupérez y su hermano José Maria Gal Rupérez quedan confinados en la prisión militar de Cádiz a la espera del próximo embarque de deportados a Fernando Poo. Sin otro particular, recibe un fuerte abrazo Querido Joaquín: De nuevo tengo el deber, esta vez penoso, de tomar la pluma para notificarte oficialmente que, al no haberse concedido el indulto por parte de S. M. la Reina, y cumplido el plazo estipulado en la sentencia, esta madrugada a las cuatro horas ha sido pasado por las armas, en los fosos del castillo de Oñate, el teniente Jaime Esplandiú Casals, condenado a la última pena por sedición, alta traición y conspiración criminal contra el Gobierno de S. M. Sin otro particular Seguía una serie de notas oficiales, así como otras breves esquelas de carácter confidencial cruzadas entre Narváez y el ministro de la Gobernación, con fechas posteriores, en las que se mencionaban diversas actividades de los agentes de Prim en España y en el extranjero. De su lectura dedujo Jaime Astarloa que el Gobierno había estado siguiendo muy de cerca los movimientos clandestinos de los conspiradores. Continuamente se citaban nombres y lugares, se recomendaba la vigilancia de Fulano o la detención de Mengano, se avisaba del nombre falso con que un agente de Prim se disponía a embarcar en Barcelona… El maestro de esgrima volvió atrás en la lectura para comprobar las fechas. La correspondencia allí contenida abarcaba el período de un año y se interrumpía bruscamente. Hizo memoria don Jaime y pudo recordar que esa interrupción coincidía con el fallecimiento en Madrid de Joaquín Vallespín, el titular de Gobernación en quien parecía centrarse aquel legajo. Vallespín, eso lo recordaba bien, había sido una de las bestias negras de Agapito Cárceles en la tertulia del Progreso; hombre catalogado como absolutamente leal a Narváez y a la monarquía, destacado miembro del partido moderado, se distinguió durante el ejercicio de su cargo por una sólida afición a utilizar la mano dura.

MINISTERIO DE LA GUERRA

D. José Vallespín Andreu Ministro de la Gobernación. Madrid

PEDRO SANGONERA ORTIZ

Ministro de la Guerra. Madrid, a 23 de diciembre

PEDRO SANGONERA ORTIZ

Ministro de la Guerra. Madrid, a 26 de diciembre

Había muerto de una enfermedad del corazón, y su entierro se celebró con el adecuado luto oficial; Narváez presidió el duelo. Poco después, el propio Narváez lo había seguido a la tumba, privando así a Isabel II de su principal apoyo político.

Jaime Astarloa se mesó el cabello, desconcertado. Aquello no tenía pies ni cabeza. No estaba muy al corriente de maquinaciones de gabinete, pero tenía la impresión de que los documentos, posible causa de la muerte de Luis de Ayala, no contenían materia que justificase su celo por ocultarlos; y mucho menos el asesinato. Volvió a leer algunas páginas con obstinada concentración, esperando descubrir algún indicio que se le hubiese escapado en la primera lectura. Tarea inútil. Tan sólo se detuvo largo rato sobre la esquela, un tanto críptica, que ocupaba el segundo lugar del legajo; la breve carta dirigida por Narváez a Vallespín en términos familiares. En ella, el duque de Valencia se refería a una propuesta, sin duda hecha por el ministro de la Gobernación, que consideraba «aceptable», al parecer relacionada con cierto asunto sobre una «concesión minera». Narváez lo habría consultado con alguien llamado «Pepito Zarnora», sin duda el que fue ministro de Minas por aquella época, José Zamora… Pero eso parecía ser todo. Ninguna clave, ningún nombre más. «Me da cierto reparo beneficiar a ese canalla…», había escrito Narváez… ¿A qué canalla podía referirse? Quizás estuviese allí la respuesta, en ese nombre que no aparecía por ninguna parte… ¿O sí?

Suspiró el maestro de armas. Tal vez para alguien versado en la materia, todo aquello encerrase un sentido; pero a él no lo llevaba a conclusión alguna. No lograba comprender qué era lo que convertía esos documentos en algo tan importante, tan peligroso, por cuya posesión había gente que no se detenía ni ante el crimen. Además, ¿por qué Luis de Ayala se los había confiado a él? ¿Quién iba a querer robarlos, y para qué?… Por otro lado, ¿cómo pudo el marqués de los Alumbres, que se autoproclamaba al margen de la política, hacerse con aquellos papeles, que pertenecían a la correspondencia privada del fallecido ministro de Gobernación?

Para eso, al menos, había una explicación lógica. Joaquín Vallespín Andreu era pariente del marqués de los Alumbres; hermano de su madre, creía recordar don Jaime. La secretaría de Gobernación que Ayala tuvo entre manos durante su breve paso por la vida pública se la había ofrecido aquél, en uno de los últimos gobiernos de Narváez. ¿Coincidían las fechas? De eso no se acordaba bien, aunque quizás el paso de Ayala por el Ministerio hubiera sido posterior… Lo importante era que, en efecto, el marqués de los Alumbres podía haber conseguido los documentos mientras desempeñaba su cargo oficial, o tal vez a la muerte de su tío. Eso era razonable; hasta bastante probable, incluso. Pero, en tal caso, ¿qué significaban exactamente, y por qué tanto interés en conservarlos como un secreto? ¿Tan peligrosos eran, tan comprometedores que podía hallarse en ellos una justificación para el asesinato?

Se levantó de la mesa para caminar por la habitación, abrumado por aquella historia de tintes tan sombríos que escapaba por completo a su capacidad de análisis. Todo era endiabladamente absurdo, en especial el papel involuntario que él había jugado y jugaba todavía, pensó estremeciéndose- en la tragedia. ¿Qué tenía que ver Adela de Otero con aquel entramado de conspiraciones, cartas oficiales, listas de nombres y apellidos?… Nombres entre los que ninguno le resultaba familiar. Sobre los hechos a que se hacía referencia recordaba, eso sí, haber leído algo en los periódicos, o escuchar comentarios de tertulia, antes y después de cada intentona de Prim por hacerse con el poder. Incluso recordaba la ejecución de aquel pobre teniente, Jaime Esplandiú. Pero nada más. Estaba en un callejón sin salida.

Pensó en acudir a la policía, entregar el legajo y desentenderse del asunto. Pero no era tan sencillo. Con viva inquietud recordó el interrogatorio a que lo había sometido por la mañana el jefe de Policía junto al cadáver de Ayala. Le había mentido a Campillo, ocultando la existencia del sobre lacrado. Y si aquellos documentos eran comprometedores para alguien, lo eran también para él, puesto que N, había sido su inocente depositario… ¿Inocente? La palabra le hizo torcer los labios en una desagradable mueca. Ayala ya no vivía para explicar el embrollo, y la inocencia la decidían los jueces.