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Menea la cabeza como si quisiera desembarazarse de una plaga de demonios. ¿Qué está corrompiendo la integridad de su pena, lo que insiste en que solo es un lúgubre disfraz? En algún sitio, en su interior, la verdad se ha extraviado. Es como si en el laberinto de su cerebro, pero también en el laberinto del cuerpo -venas, huesos, intestinos, vísceras-, un niño muy pequeño errase sin rumbo, buscando la luz, buscando la salida. ¿Cómo podrá encontrar al niño que se ha perdido dentro de él, cómo va a darle una voz para que entone su triste canción?

El silbido en un hueso. Le viene a la mente un viejo cuento, el de un joven que fue asesinado, mutilado y después esparcidos sus miembros: su fémur, cuando sopla el viento, silba un lamento y nombra a sus asesinos. Uno por uno, es cierto, van viniendo todos los viejos cuentos, los cuentos que oía contar a su abuela, los cuentos cuyo significado desconocía, los cuentos que se han amontonado con insensatez, como los huesos, cara al futuro. Un gran osario de cuentos que datan de antes de que empezara la historia, cuentos ideados y mimados por el pueblo. ¡Que Pavel encuentre el camino que le lleve a mi fémur, que me silbe desde allí! Padre, ¿por qué me has dejado en el bosque tenebroso? Padre, ¿cuándo vendrás a rescatarme?

La vela que arde ante el icono no es más que un charco de cera; el ramillete de flores languidece. Después de colocar la hornacina, la niña la ha olvidado quizá adrede. ¿Adivina acaso que Pavel ha dejado de hablarle a su padre, que también se ha perdido, que las únicas voces que ahora escucha son voces demoníacas?

Endereza el pábilo, lo enciende, se arrodilla. Los ojos de la Virgen están fijos en su bebé, el cual lo mira desde la estampa a la vez que eleva un minúsculo dedo admonitorio.

11 El Paseo

Durante la semana transcurrida desde la última vez que tuvieron relaciones íntimas, se ha levantado entre Anna Sergeyevna y él una barrera de incómoda formalidad. Los modales con que ella le trata han terminado por ser tan constreñidos que él está seguro de que la niña, que observa y escucha a todas horas, habrá llegado a la conclusión de que ella desea que se marche cuanto antes de la casa.

¿En beneficio de quién mantienen los dos esa apariencia de distanciamiento? No por ellos, eso está bien claro. Solamente la mantienen a ojos de los niños, los dos: la presente y el ausente.

Sin embargo, él anhela tenerla en sus brazos otra vez. Tampoco cree que ella sea del todo indiferente. A solas, se siente como un perro que da vueltas persiguiéndose el rabo, en círculos más cerrados cada vez. Con ella, a salvo en la oscuridad, tiene el palpito de que sus extremidades se distenderán y su espíritu quedará liberado, el espíritu que en estos momentos parece anudado a su cuerpo por los hombros, las caderas y las rodillas.

En la médula de su anhelo radica un deseo que en la primera noche aún no había reconocido plenamente, pero que ahora parece haberse centrado en el olor de ella. Como si los dos fuesen animales, a él le atrae algo que husmea en el aire alrededor de ella, el olor del otoño, el olor de las avellanas en particular. Ha comenzado a comprender cómo viven los animales y también los niños pequeños, atraídos o repelidos por las neblinas, las auras, los ambientes. Se ve a sí mismo encima de ella como un león, acariciándole con el hocico el cabello del cuello, enterrando el morro en su axila, frotándose la cara contra su entrepierna.

La puerta no tiene cerrojo. No es concebible que la niña se adentre en el cuarto a una hora como esta, y que llegue a verlo en ese estado de… Se aproxima a la palabra con disgusto, pero es la única palabra acertada: ese estado de lujuria. Y son muchos los niños que padecen sonambulismo: también podría ella levantarse en mitad de la noche y entrar en su cuarto sin haberse despertado siquiera. ¿Se transmiten de madres a hijas estos olores tan íntimos? ¡Pensamientos descarriados, deseos escarriados! Todos tendrán que ser enterrados en su interior, escondidos para siempre, de todos, salvo de uno. Y es que Pavel ahora está en su interior, y Pavel nunca duerme. A lo sumo puede rezar para que una debilidad que en tiempos habría repugnado al muchacho ahora le lleve una sonrisa a los labios, una sonrisa divertida y tolerante.

Tal vez también Nechaev, cuando haya cruzado el río oscuro camino de la muerte, cese de ser un lobo y aprenda a sonreír de nuevo.

Y así aguarda frente a la tienda de Yakovlev a la noche siguiente, cuando por fin sale Anna Sergeyevna. Cruza la calle y saborea la sorpresa que le produce verlo.

– ¿Damos un paseo? -le propone.

Ella se abriga, ciñéndose el chal sobre los hombros.

– No sé. Matryosha estará esperándome.

No obstante, dan un paseo. El viento ha dejado de soplar, el aire es frío y tonificante. Por las calles, a su alrededor, se nota un placentero bullicio. Ninguno de los dos presta atención a lo que sucede. Podrían ser cualquier pareja casada.

Ella lleva una cesta que él le quita de las manos. Le gusta cómo camina ella, con largas zancadas, los brazos cruzados bajo los pechos.

– Tendré que marcharme muy pronto -le dice.

Ella no contesta.

La cuestión de su esposa se interpone ahora delicadamente entre los dos. Al aludir a su partida, se siente como el jugador de ajedrez que ofrece un peón, y que tanto si es aceptado como rechazado, complicará posteriormente la partida ¿Son los asuntos entre hombres y mujeres siempre como este, en el cual uno trama y el otro urde una trama opuesta? ¿Es la trama un elemento del placer, ser el objeto de las intrigas del otro, dejarse llevar a una esquina y verse dulcemente presionado hasta capitular? Mientras ella camina a su lado, ¿no estará también a su manera tramando algo contra él?

– Tan solo espero que la investigación siga su curso. Ni siquiera he de quedarme hasta su resolución. Lo único que quiero son los papeles, para mí, el resto carece de importancia.

– ¿Y entonces se vuelve a Alemania?

– Sí.

Han llegado al paseo fluvial. Al cruzar la calle, él la toma del brazo. Al lado el uno del otro, se apoyan en la barandilla, mirando el agua.

– No sé si detestar esta ciudad por lo que hizo a Pavel -dice- o si sentirme más estrechamente unido a ella por eso mismo, porque ahora es el hogar de Pavel. Ya nunca lo abandonará, nunca viajará tal como deseaba.

– Qué ridiculez, Fiodor Mijailovich -replica ella con una sonrisa de soslayo. Pavel va con usted; usted es su auténtico hogar. Él va en su corazón, y viaja con usted por donde quiera que vaya. Salta a la vista.

Le toca el pecho levemente con la mano enguantada.

Él siente que se le desboca el corazón, como si las yemas de sus dedos hubiesen tocado de hecho el órgano. Pura coquetería. ¿De eso se trata, o es que el gesto brota con naturalidad del corazón de Anna Sergeyevna? Lo más natural del mundo sería tomarla ahora en sus brazos. Él nota sin lugar a dudas que su mirada está devorando su boca bien delineada, en la que aún luce una sonrisa. Y ella no se defiende de esa mirada. No es una mujer joven; no es una niña. Se miran uno a otro por encima del cuerpo de Pavel, y los dos lanzan sus desafíos. El parpadeo de una idea: ¡si al menos él no estuviera aquí…! Luego, la idea se desvanece a la vuelta de una esquina.

A un vendedor callejero le compran unos pastelillos de pescado para la cena. Matryona abre la puerta, pero cuando ve quién viene con su madre se da la vuelta y se va. En la mesa está de un humor irritante, e insiste en que su madre preste atención a un largo y confuso relato de una pelea habida en la escuela entre una compañera y ella. Cuando él interviene para defender tímidamente a la otra niña, Matryona suelta un bufido y no se digna contestar.

Ella ha tenido que notar algo, él lo sabe, e intenta reclamar a su madre, afirma que le pertenece a ella ¿Por qué no? Tiene todo el derecho. Sin embargo, ¡si al menos ella no estuviera aquí! Esta vez no reprime la idea. Si no estuviese la niña, él no malgastaría ni una palabra más. Apagaría la luz de un soplido y, a oscuras, los dos se encontrarían de nuevo. Disfrutarían de la cama grande para ellos solos, la cama de viuda, la cama viuda del cuerpo de un hombre desde hace… ¿Cuánto dijo? ¿Cuatro años?