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Ella arruga la nariz.

– ¿Ahí…? -dice. ¿En…?

– Sí, haz lo que te digo. Si no, dámela y vuelve a la cama. Yo lo haré por ti.

– Por Nechaev no, pero por ti sí.

Envuelve la ropa en una toalla y baja las escaleras sigilosamente, hacia el excusado. Pero entonces se lo piensa dos veces: ropa entre los excrementos. ¿Y si estuviera subestimando a los barrenderos que vienen de noche a llevarse los desechos?

Se percata de que el portero lo está observando desde su cubil, así que sale decididamente a la calle. Se da cuenta de que ha salido sin abrigo. Al subir las escaleras, se encuentra de manos a boca con Amalia Karlovna, la vieja que vive en el primero. Sostiene un plato de pasteles de canela, como si quisiera darle la bienvenida.

– Buenas tardes, señor -dice ceremoniosamente. El murmura un saludo y pasa deprisa a su lado.

¿Qué es lo que está buscando? Un agujero, una oquedad en la que pueda desaparecer ese fardo que de repente y con obstinación es suyo, un escondrijo donde pueda olvidarlo. Sin causa que lo justifique ni razón que lo explique, se ha convertido en una muchacha con un recién nacido muerto en los brazos, o en un asesino con un hacha ensangrentada. La ira que siente contra Nechaev crece de nuevo en él. ¿Por qué arriesgo mi vida por ti, quiere gritar, si tú para mí no eres nada? Pero al parecer es demasiado tarde. En el instante en que aceptó el fardo de manos de Matryona tuvo lugar una transformación: ya es imposible volver a lo que fue antes.

Al final del corredor, en una habitación vacía, sabe que hay un montón de yeso y de escombros. Escarba sin mucho ánimo, solo con la punta de la bota. Un albañil deja la paleta y, por la puerta entreabierta, lo mira con desconfianza.

Al menos no le sigue ningún Ivanov. Quién sabe: puede que Ivanov haya sido sustituido por otro. ¿Quién será el nuevo chivato? ¿No será ese albañil el que recibe un dinero por no perderlo de vista? ¿Será quizá el portero?

Se embute el fardo bajo la chaqueta y de nuevo sale a la calle. El viento es como un paredón de hielo. Dobla por la primera esquina, dobla por la siguiente: llega al mismo callejón sin salida en donde encontró al perro. Hoy no hay ningún perro. ¿Murió el perro durante la noche en que él lo abandonó a su suerte?

Deja el fardo en un rincón. Los rizos, sujetos a la cofia con horquillas, ondean al viento tan cómicos como siniestros. ¿De dónde habría sacado Nechaev los rizos? ¿De una de sus hermanas? ¿Cuántas hermanitas tendrá, todas ellas muriéndose de ganas por cortarse sus rizos de doncella para entregárselos a él?

Quita las horquillas e intenta en vano partir la cofia en dos; la arruga e intenta introducirla por la cañería a la que estaba atado el perro. Luego procura hacer lo propio con el vestido, pero la cañería es demasiado estrecha.

Nota una mirada que le taladra por la espalda; se da la vuelta. Desde una ventana del segundo, dos niños lo miran fijamente. Detrás de ellos se vislumbra la sombra de una tercera persona, más alta que los dos.

Hace lo posible por sacar la cofia de la cañería, pero no lo consigue. Maldice su estupidez. Con la cañería atascada, la alcantarilla se desbordará. Alguien vendrá a investigar, y encontrará la cofia. ¿Quién metería una cofia por un canalón? ¿Quién, salvo un alma atormentada por la culpa?

Se acuerda otra vez de Ivanov: Ivanov, tantas veces ha dicho Ivanov que el nombre se le ha posado como un sombrero. Ivanov fue asesinado, pero Ivanov no llevaba sombrero, y menos aún una cofia de mujer. Así pues, la cofia no será relacionada con Ivanov. Por otra parte, ¿no podría ser la cofia del asesino de Ivanov? Qué fácil para una mujer matar a un hombre: basta con que lo engatuse y lo lleve con arrumacos hasta un callejón, basta con que acepte su abrazo y sus embates de espaldas contra una tapia, y en el momento culminante del coito basta con que le busque las costillas y le hinque el alfiler del sombrero en el corazón. Un alfiler largo y punzante, que no deja rastro de sangre. A lo sumo, una herida minúscula.

Se arrodilla en el rincón en que arrojó las horquillas, pero está tan oscuro que no las encuentra. Le hace falta una vela. ¿Qué vela aguantaría encendida con ese vendaval?

Está tan cansado que le cuesta trabajo ponerse en pie. ¿Estará enfermo? ¿Le habrá contagiado Matryona? ¿O es un nuevo ataque que viene de camino? Esa fatiga tremenda ¿es eso lo que augura?

A cuatro patas, levanta la cabeza y olfatea el aire como un animal salvaje; intenta concentrar toda su atención en su horizonte interior. Si lo que se adueña de él poco a poco es un ataque, también se está adueñando de sus sentidos. Tiene los sentidos tan entumecidos como las manos.

14 La Policía

Se ha dejado la llave dentro, de modo que tiene que llamar a la puerta. Abre Anna Sergeyevna y lo mira sorprendida.

– ¿Ha perdido el tren? -pregunta. Se percata de su aspecto desaliñado y de que está alterado, las manos temblorosas, el hilo de saliva que le cae por la barba. ¿Le ocurre algo? ¿Está usted enfermo?

– No, enfermo no. Solo he aplazado mi viaje. Se lo explicaré todo más tarde.

Hay alguien más en la vivienda, junto a la cama de Matryona: evidentemente un médico, joven y bien rasurado, al estilo de los alemanes. En la mano sostiene el frasco de cristal marrón que él trajo de la farmacia, que primero olisquea y luego cierra con el corcho, con gesto de reprobación. Cierra su bolsa de cuero y corre la cortina de la alcoba.

– Estaba diciendo que su hija tiene una inflamación bronquial -dice dirigiéndose a él-. Los pulmones no están afectados. Además…

Le interrumpe.

– No es hija mía. Yo no soy más que un inquilino.

El médico se encoge de hombros con impaciencia y vuelve a hablar con Anna Sergeyevna.

– Además, no puedo dejar de comentarlo, hay cierto elemento de histeria.

– Eso… ¿qué quiere decir?

– Quiere decir que mientras persista su actual estado de excitación, no podemos confiar en que se recupere como es debido. La excitación forma parte de su enfermedad. Es preciso que se calme. Cuando haya conseguido calmarse, podrá volver a la escuela en pocos días. Físicamente está sana, no hay nada problemático. Por eso, el tratamiento que le recomiendo es sobre todo de reposo, de calma y tranquilidad. Debería guardar cama y tomar alimentos ligeros. No le dé leche en ninguna de sus formas. Le dejo una embrocación para que se la aplique en el pecho y una pócima para dormir; utilícela como crea conveniente, aunque sea para calmarla. Pero adminístrele solamente una dosis infantil, ojo: solo media cucharadita de té.

En cuanto el médico se marcha, él intenta explicarse, pero Anna Sergeyevna no está de humor para escuchar.

– ¡Matryosha dice que usted le ha gritado! -le interrumpe con un tenso susurro. Eso no pienso consentirlo.

– ¡No es verdad! ¡Yo no le he gritado!

A pesar de que hablan en cuchicheos, él está seguro de que Matryona, detrás de la cortina, los oye y se regodea. Toma a Anna Sergeyevna por el brazo, la lleva a su propio cuarto, cierra la puerta.

– Ya ha oído lo que dijo el médico… Está sobreexcitada. A mi entender, no puede usted creer ni una palabra, teniendo en cuenta su estado. ¿Le ha contado todo lo que ocurrió hoy?

– Dice que vino un amigo de Pavel y que usted estuvo desconsiderado con él. ¿Se refiere usted a eso?

– Sí…

– Pues permítame terminar. Lo que pase entre usted y los amigos de Pavel no es asunto mío. Pero si también ha perdido usted los estribos con Matryosha y ha sido desconsiderado con ella, eso no lo pienso tolerar.

– El amigo del que ella le ha hablado es Nechaev, Nechaev en persona, nada menos. ¿Se lo ha dicho ella? Nechaev, un fugitivo de la justicia, estuvo hoy aquí, en su vivienda. ¿Me va a echar la culpa por haber estado enojado con ella, teniendo en cuenta que ella lo dejó entrar y se puso además de parte de… ese farsante, ese hipócrita, y en contra de mí?