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Pavel descalzo y sin rumbo por las calles, pasada la medianoche: un ángel perdido, un ángel imperfecto, uno de los parias de Dios. Tenía los pies de un hombre hecho a caminar, de un hombre hecho a hollar nuestra gran madre tierra: los pies de un campesino, no de un bailarín.

Luego, ya tumbado en el sofá, con la cabeza dándole vueltas, se vomitó encima, manchándose la ropa.

– Le di un par de botas viejas y lo vi marcharse por la mañana, de muy mal humor, con las botas en la mano. Y eso fue todo, pensé yo. Estaba en una edad difícil, claro; tendría dieciocho, diecinueve años, es difícil para todos, incluso cuando están ya bien crecidos, pero aún no pueden marcharse del nido. Tienen todo el plumaje, pero aún no saben volar. Comen a todas horas, siempre tienen hambre. Me recuerdan a los pelícanos: son desgarbados, son las aves más feas, hasta que por fin despliegan sus grandes alas y despegan del suelo.

»Por desgracia, no es así como recordaba Pavel aquella noche. En su relación no se dice nada de aves ni de ángeles. No se habla del cuidado que dan los padres a sus hijos. Ni se menciona el amor paterno.

– Fiodor Mijailovich, no va a conseguir nada por más que siga lacerándose de este modo. Si no está dispuesto a quemar esos papeles, al menos ciérrelos un tiempo bajo llave, vuelva a mirarlos cuando haya hecho las paces con Pavel. Escúcheme, haga lo que le digo. Es por su propio bien.

– Gracias, mi querida Anna. Escucho sus palabras, me llegan al corazón. Pero cuando le hablo de ahorrarme el daño, cuando le hablo del porqué estoy aquí, no me refiero a esta vivienda, ni tampoco a Petersburgo. Lo que quiero decir es que no estoy aquí en Rusia, en estos tiempos que corren, para llevar una vida libre de daño. Se me exige vivir… ¿Cómo llamarlo? ¿Una vida rusa? Una vida dentro de Rusia, o con Rusia bien dentro de mí, sea lo que sea Rusia. No es un destino del que me pueda evadir.

»Lo cual no significa que pregone a los cuatro vientos la importancia que tiene. No es la mía una vida que soporte un examen detenido. De hecho, no es del todo una vida, sino más bien un precio, una moneda. Es algo que pago por escribir. Eso es lo que Pavel no entendió nunca: que yo también pago.

Ella frunce el ceño. El entiende ahora de dónde saca Matryona el amaneramiento. Qué poca paciencia cuando se trata de desgarrarse las entrañas. Bien, ¡pues merece todos los honores por eso mismo! En Rusia hay demasiada afición a desgarrarse las entrañas.

No obstante, yo también pago: lo diría otra vez si ella sufriese al oírlo. Lo diría otra vez, y diría más. Pago y vendo: esa es mi vida. Vendo mi vida, vendo la vida de los que me rodean, los vendo a todos. Soy un Yakovlev que comercia con las vidas de todos. La finesa, a fin de cuentas, tenía razón: un Judas, no un Jesús. La vendo a usted, vendo a su hija, vendo a todos los seres que amo. Vendo vivo a Pavel y ahora venderé al Pavel que llevo dentro, si encuentro la manera de hacerlo. Espero encontrar también la manera de vender a Sergei Nechaev.

Una vida sin honor: traición sin límites, confesiones sin fin.

Ella interrumpe sus pensamientos.

¿Todavía tiene previsto marcharse?

– Sí, por supuesto.

– Se lo pregunto porque hay una persona interesada por el cuarto. ¿Adonde piensa ir?

– Primero, a ver a Maykov.

– Pensé que había dicho que no podía ir a verlo.

– Él me prestará dinero, eso es seguro. Le diré que lo necesito para volver a Dresde. Luego encontraré algún otro sitio donde quedarme.

– ¿Por qué no regresa a Dresde? ¿No resolvería así todos sus problemas?

– La policía aún tiene confiscado mi pasaporte. Y existen otras consideraciones.

– Se lo digo porque seguramente usted ha hecho todo lo posible. Seguramente, en Petersburgo ya solo puede perder el tiempo.

¿Es que no ha oído lo que él acaba de decir? ¿O es que intenta provocarle? Se pone en pie, recoge los papeles, se vuelve hacia ella.

– No, mi querida Anna, no estoy perdiendo el tiempo, ni mucho menos. Tengo toda clase de razones para seguir aquí. No hay en el mundo nadie que tenga más razones. Y seguro que en el fondo de su corazón usted lo sabe.

Ella sacude la cabeza.

– No, no lo sé- murmura, aunque es la voz de una persona lista para que la contradiga el otro.

– Hubo un tiempo en que estuve convencido de que usted podría conducirme hasta Pavel. Me imaginé que iríamos los dos en una barca, usted en la proa, pilotando entre la neblina. Esa imagen era tan clara como la vida misma. Puse en usted toda mi confianza.

Ella vuelve a sacudir la cabeza.

– Tal vez me equivocase en los detalles, pero el sentimiento no era equivocado. Desde el principio tuve ese sentimiento hacia usted.

Si ella quisiera detenerlo, tendría que detenerlo ahora. Pero no lo hace. Parece en cambio: beber sus palabras tal como bebe agua una planta. ¿Y por qué no?

– Nos lo pusimos muy difícil los dos, yendo tan deprisa… a donde llegamos tan deprisa-sigue.

– Yo también tuve la culpa- apostilla ella. Pero ahora no quiero hablar de eso.

– Ni yo. Déjeme decir tan solo que durante esta semana pasada he terminado por comprender cuánto significa para nosotros la fidelidad, para los dos. Hemos tenido que recuperar nuestra fidelidad. ¿Me equivoco?

La examina con gran atención, pero ella solo espera a que él diga más: espera a estar segura de lo que significa la fidelidad.

– Quiero decir, por su parte, la fidelidad hacia su hija. Por la mía, claro está, la fidelidad hacia mi hijo. No podemos amar mientras no contemos con sus bendiciones. ¿Me equivoco?

Aunque sabe que ella está de acuerdo, aún no va a decir palabra. Contra esa suave resistencia sigue presionando.

– Me gustaría tener un hijo suyo.

Ella se sonroja.

– ¡Qué disparate! Ya tiene una esposa y una hija.

– Son de otra familia. Usted es de la familia de Pavel, igual que Matryona. Las dos lo son, y yo también soy de la familia de Pavel.

– No entiendo qué quiere decir.

En el fondo, sí que lo entiende.

– ¡En el fondo, no lo entiendo! ¿Qué es lo que está proponiendo? ¿Que críe a un niño cuyo padre vivirá en el extranjero, y que quizá me envíe un dinero por correo? ¡Es absurdo!

– ¿Por qué? Usted cuidó de Pavel.

– ¡Pavel era un inquilino, no era un niño!

– No tiene que tomar aún ninguna decisión.

– Pero pienso decidirlo ahora mismo. ¡De ninguna manera! Ya sabe cuál es mi decisión.

– ¿Y si estuviese embarazada?

Ella se enoja.

– ¡Eso no es asunto suyo!

– ¿Y si yo no regresara a Dresde? ¿Y si me quedase aquí y enviase en cambio el dinero a Dresde?

– ¿Aquí? ¿En el cuarto que me sobra? ¿En Petersburgo? Pensé que la razón por la cual no puede quedarse en Petersburgo es que sus acreedores terminarán por meterlo en la cárcel.

– Puedo saldar mis deudas. Me bastaría con un solo éxito.

Ella se echa a reír. Es posible que esté enojada, pero no ofendida. A ella le puede decir lo que sea. ¡Qué contraste con Anya! Con Anya correrían las lágrimas, atronarían los portazos, le haría falta una semana de súplicas para gozar otra vez de su favor.

– Fiodor Mijailovich-dice ella, mañana despertará y no recordará ni palabra de todo esto. No fue más que una idea descabellada. No la ha pensado a fondo ni por un instante.

– Tiene toda la razón. Así se me ha ocurrido. Y por eso tengo confianza en esa idea.

No se entrega a sus brazos, pero tampoco lo rechaza bruscamente.

– ¡Eso es bigamia! -dice suavemente, en tono de burla, y de nuevo se estremece al reír. Luego, en un tono más pausado, añade: ¿Le gustaría que viniese esta noche con usted?