¿Cuál es el fin que busca el barón von Yosch con este documento? ¿Lo redactó quizá con la intención de someterse al juicio de la opinión pública? ¿Acaso confiaba en conseguir su rehabilitación? Me parece poco probable. Intelectualmente era un hombre irregular, pero no le faltaba el sentido común más elemental para saber lo que era plausible y lo que no lo era. Pero entonces, si sus confesiones no habían sido concebidas para que llegaran a la opinión pública, ¿para qué se había tomado todo aquel inmenso trabajo, que posiblemente llegó a ocuparle años de su vida?
Los expertos en criminología parecen tener la respuesta a esta cuestión. Para ello se remiten al llamado «juego de los indicios». Con este término denominan un impulso de automortificación observado en muchos culpables de delitos considerados más o menos graves, y que consiste en tergiversar las pruebas de su propio crimen para acabar demostrando que, de haberlo querido el destino, podrían ser totalmente inocentes del hecho que se les imputa.
Se da por lo tanto un rechazo contra el propio destino y contra todo lo que parece como irreversible. Y sin embargo, visto desde una perspectiva más elevada, ¿no ha sido éste desde siempre el origen de toda creación artística, acaso no surgieron siempre de las ignominias sufridas, de las humillaciones, del orgullo pisoteado, del de profundis propio de cada artista sus gestos para la eternidad? La muchedumbre irreflexiva ya puede proferir vítores y aplausos ante una obra de arte; para mí siempre significará el desvelamiento del alma destrozada de su creador. En las grandes sinfonías de los sonidos, de los colores y de las ideas veo siempre el brillo del enigmático color de las trompetas. Como si fuera una intuición lejana del gran espectáculo que por un momento arrebata al maestro de las garras de su culpa y su tormento.
Finalmente querría advertir que he conseguido disipar las dudas que los más allegados al barón tenían sobre la conveniencia de editar sus recuerdos. La publicación se ha realizado con su aprobación.