Manuel Chaves Nogales
El maestro Juan Martínez que estaba allí
Manuel Chaves Nogales
(1897–1944) nació en Sevilla. Se inició muy joven en el oficio de periodista, primero en su ciudad natal y más tarde en Madrid. Entre 1927 y 1937, Chaves Nogales alcanzó su cénit profesional escribiendo reportajes para los principales periódicos de la época, y ejerciendo, desde 1931, como director de Ahora, diario afín a Manuel Azaña de quien Chaves era reconocido partidario. Al estallar la guerra civil se pone al servicio de la República y sigue trabajando como periodista hasta que el Gobierno abandona definitivamente Madrid, momento en el que decide exilarse en Francia. La llegada de los nazis, que describiría magistralmente en el ensayo La agonía de Francia, le obligó a huir a Londres, donde falleció a los 47 años.
Además de brillante periodista es autor de una espléndida obra literaria entre la que destacan sus libros sobre Rusia: los reportajes La vuelta al mundo en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja (1929) y Lo que ha quedado del imperio de los zares (1931) y la novela El maestro Juan Martínez que estaba allí (1934); la biografía Juan Belmonte, matador de toros, su vida y sus hazañas, su obra más famosa, considerada una de las mejores biografías jamás escritas en castellano; y A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España (1937), impresionante testimonio de la guerra civil donde denuncia las atrocidades cometidas por ambos bandos con una lucidez sorprendentemente adelantada a su tiempo.
Andrés Trapiello
(Manzaneda de Torio, León, 1953). Andrés Trapiello es escritor y poeta. Autor de una amplia obra literaria, ha publicado poesía, ensayo, novela y una colección de diarios, agrupada bajo el título genérico de Salón de los pasos perdidos.
Prólogo
Preludios civiles de Chaves Nogales
Sea El maestro Juan Martínez una novela, sea un reportaje o una crónica novelada, lo que lo define como libro es algo que la crítica literaria denomina con la palabra indecidibilidad, es decir aquello sobre lo que resulta imposible decidir si se trata de una cosa o de otra, si estamos ante una novela o ante un relato de hechos verídicos. En este caso el lector no sabrá nunca si quien estuvo «allí» realmente fue ese Juan Martínez, flamenco de Burgos, o el propio novelista, o si por el contrario todo está urdido a partir de los testimonios escritos y orales de otras gentes, ajenas a ambos. Allí es la ciudad de Kiev durante la guerra civil que enfrentó a los soldados zaristas y a los bolcheviques después de la revolución soviética.
Chaves Nogales es un escritor relativamente nuevo en nuestra literatura. En cierto modo, aunque de él se conociera en España su biografía sobre Juan Belmonte, era uno más de los escritores que quedaron sepultados por la guerra y el exilio, otro de los que perdieron la guerra y la literatura, a diferencia de la mayoría de sus colegas, que o bien ganaron la guerra o bien ganaron los manuales de literatura.
Por ello cuando se dio a conocer en 1994 desde las páginas de Las armas y las letras su libro A sangre y fuego (1937), muchos no alcanzaban a comprender cómo un prólogo como el que figura en él había podido pasar inadvertido a tantos españoles que llevaban buscando inútilmente alguna explicación racional y más o menos satisfactoria a todo aquello. Ese prólogo es, en mi opinión, de lo más importante que se escribió de la guerra durante la guerra. Después de la guerra muchos otros ensayaron la finta y los análisis. El mérito de Chaves fue decir lo que dijo cuando lo dijo. Muchos al encontrarse con las palabras de Chaves advirtieron de inmediato no sólo su valentía sino su clarividencia y su oportunidad. El transcurso posterior de los hechos no hizo sino darle la razón. Su autor que se declaraba en ellas un demócrata y un republicano convencido, permaneció en Madrid, al lado de la República, hasta el momento en que vio que ni las autoridades republicanas permanecían en sus puestos, evacuando Madrid y dejando atrás a toda la población, ni en España se luchaba por la democracia, la primera víctima de aquella guerra a manos de ideologías comunistas y fascistas. En ese punto, 1937, se exilió, sin haber renunciado nunca ni a sus convicciones democráticas ni a sus lealtades republicanas, y encontró la muerte después de haberse enrolado, como periodista, en las filas de los ejércitos aliados que luchaban en Europa contra la Alemania nazi.
Muchos lectores asombrados hubieron de llegar a la conclusión, no menos desengañada al comprobar el olvido en el que un libro tan crucial como ese había permanecido durante sesenta años, un libro que trataba de un asunto de tanta importancia, de que justamente había sido la clarividencia de Chaves la que le había condenado al ostracismo. De nuevo los más beligerantes de uno y otro bando se ponían de acuerdo en quitar de en medio a los pocos que les acusaban de haber cometido crímenes atroces. Y ellos se lo pagaron sin escatimar adjetivos. «Ambicioso, vacío, extravagante, la hora de Chaves Nogales pasó. Ni fue, ni ha sido ni volverá a ser nada», dijo Francisco Casares en 1938 en su libro Azaña y ellos: cincuenta semblanzas rojas. El silencio de quienes, desde el otro bando, deberían haberlo defendido de ataques tan viles como ese, confirmaba tal condena.
Pero el tiempo, menos justiciero de lo que se cree o, en todo caso, mucho más perezoso que la propia justicia terrenal, vino al cabo de sesenta años a poner las cosas en su sitio, y de ese modo, con la naturalidad de su juicio, desvaneció, como de un manotazo, todas las versiones más o menos interesadas de lo que entonces sucediera en España en aquella guerra. Y así, si durante años las opiniones, libros, proclamas y retóricas guerreras de los Giménez Caballero, Alberti, Bergamín o Sánchez Mazas se encontraban en primer plano siempre, han empezado a leerse ya como lo que son, propaganda más o menos burda de sus respectivas facciones, en tanto encontramos en las crónicas y opiniones de Chaves Nogales la desinteresada e inteligente reflexión de quien supo que el mayor pecado que un hombre podía cometer en aquellos años era mantenerse libre.
Hoy entre los pocos libros que pueden leerse de la guerra civil española, está desde luego ese A sangre y fuego, mucho más que otros que fueron durante tanto tiempo los oráculos de sus respectivos cuarteles generales.
Bien, podríamos considerar El maestro Juan Martínez como un preludio de A sangre y fuego, cuando ni siquiera en el horizonte español podía vislumbrarse la guerra civil. Ya que trata este libro que tienes en la manos de otra guerra civil, y es natural que pasara igualmente desapercibido, si acaso no se le condenó a uno de esos silencios despreciables sólo porque llama nuestra atención sobre unos crímenes atroces, pero muy prestigiados intelectualmente.
En un momento en que en Europa se vivía con entusiasmo el triunfo de la revolución bolchevique, con la simpatía de la mayor parte de los intelectuales europeos, que veían en el experimento soviético algo prometedor, la crónica de Chaves debió de parecer una impertinencia. Chaves había viajado, cuando se publicó, en 1934, por medio mundo.
Durante años se creyó que la pureza de la revolución había sido traicionada por quienes como Stalin, hambrientos de sangre y sedientos de venganza, sumieron al país en una inmensa ciénaga de terror y de crímenes. Los años primeros de la revolución, capitaneada por Lenin, Trotsky et alii se creyó que fueron los de las esencias del comunismo, en los que por primera vez en la historia los proletarios y campesinos miserables podían atar los perros con longanizas.