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— Emborráchese esta noche, Frida, y no piense en nada. Frida extendió los brazos hacia Margarita, pero Koróviev y Popota la agarraron de las manos con destreza y pronto se perdió entre la multitud.

Una verdadera marea humana venía de abajo, como queriendo tomar por asalto la plazoleta en la que se encontraba Margarita. Los cuerpos desnudos de mujeres se mezclaban con los hombres en frac.

Margarita veía cuerpos blancos, morenos, color café y completamente negros. En los cabellos rojos, negros, castaños y rubios como el lino, brillaban despidiendo chispas las piedras preciosas. Parecía que alguien había rociado a los hombres con gotitas de luz; eran los relucientes gemelos de brillantes. Continuamente Margarita sentía el contacto de unos labios en su rodilla, a cada instante alargaba la mano para que se la besaran. Su cara se había convertido en una máscara inmóvil y sonriente.

— Encantado — decía Koróviev con voz monótona—, estamos encantados…, la reina está encantada…

— La reina está encantada — repetía con voz gangosa Asaselo.

—¡Encantado! — exclamaba el gato.

— La marquesa… — murmuraba Koróviev— ha envenenado a su padre, a dos hermanos y a dos hermanas, por la herencia… ¡La reina está encantada!… La señora Minkina… ¡Qué guapa está! Algo nerviosa. ¿Por qué tendría que quemarle la cara a su doncella con las tenazas de rizar el pelo? Es natural que la hubieran asesinado… ¡La reina está encantada!… Majestad, un momento de atención: el emperador Rodolfo, mago y alquimista… Otro alquimista ahorcado… ¡Ah, aquí está ella! ¡Qué prostíbulo tan estupendo tenía en Estrasburgo!… ¡Estamos encantados!… Una modista moscovita que todos queremos por su inagotable fantasía… Tenía una casa de modas y se inventó una cosa muy graciosa: hizo dos agujeritos redondos en la pared…

—¿Y las señoras no lo sabían?

— Lo sabían todas, majestad — contestó Koróviev—. ¡Encantado!… Este chico de veinte años, desde pequeño, había tenido extrañas inclinaciones, era un soñador. Una joven se enamoró de él y él la vendió a un prostíbulo…

Abajo afluía un río. Su manantial — la enorme chimenea-seguía alimentándolo. Así pasó una hora y luego otra. Margarita empezó a notar que la cadena le pesaba más.

Le pasaba algo extraño con la mano. Antes de levantarla Margarita hacía una mueca. Las curiosas observaciones de Koróviev dejaron de interesarla. Ya no distinguía las caras asiáticas, blancas o negras; el aire empezó a vibrar y a espesarse.

Un dolor agudo, como de una aguja, le atravesó la mano derecha. Apretando los dientes, apoyó el codo en la columna. Del salón llegaba un ruido, parecido al roce de unas alas en una pared; por lo visto, había una verdadera multitud bailando. Margarita tuvo la sensación de que incluso los suelos de mármol, de mosaicos y de cristal de aquella extraña estancia, vibraban rítmicamente.

Ni Cayo César Calígula, ni Mesalina llegaron a interesar a Margarita; tampoco ninguno de los reyes, duques, caballeros, suicidas, envenenadoras, ahorcados, alcahuetas, carceleros, tahúres, verdugos, delatores, traidores, dementes, detectives o corruptores.

Todos sus nombres se mezclaban en su cabeza, las caras se fundieron en una enorme torta y un solo rostro se le había fijado en la memoria, atormentándola; una cara cubierta por una barba color fuego, la cara de Maluta Skurátov.[17]

A Margarita se le doblaban las piernas, temía que iba a echarse a llorar de un momento a otro. Lo que más le molestaba era su rodilla derecha, la que le besaban. La tenía hinchada, con la piel azulada, a pesar de que Natasha había aparecido varias veces para frotarle la rodilla con una esponja empapada en algo aromático.

Habían pasado casi tres horas; Margarita miró hacia abajo con ojos completamente desesperados y se estremeció de alegría: el torrente de invitados empezaba a amainar.

— Todas las reglas del baile se repiten, majestad — susurró Koróviev—; ahora la ola de invitados empezará a disminuir. Le juro que son los últimos minutos de sufrimiento. Allí tiene un grupo de juerguistas de Brocken. Siempre llegan los últimos. Dos vampiros borrachos… ¿No hay nadie más? Ahí viene otro…, otros dos.

Por la escalera subían los dos últimos invitados.

— Este parece ser nuevo — dijo Koróviev, mirando a través del monóculo—. Ah, ya sé quién es. Una vez Asaselo le fue a ver mientras estaba tomando una copa de coñac y le aconsejó la manera de deshacerse de un hombre cuyas revelaciones temía muchísimo. Ordenó a un amigo que trabajaba para él que salpicara las paredes del despacho con veneno…

—¿Cómo se llama?

— No lo sé —contestó Koróviev—, hay que preguntárselo a Asaselo.

—¿Quién es el que está con él?

— Es su fiel amigo. ¡Encantado! — gritó Koróviev a los dos últimos invitados.

La escalera estaba desierta. Esperaron un poco por si venía alguien. Pero de la chimenea ya no salió nadie más.

En un minuto, y sin comprender cómo había sucedido, Margarita se encontró de nuevo en la habitación de la piscina. Lloraba de dolor en la mano y en la pierna, y se derrumbó en el suelo. Pero Guela y Natasha, consolándola, la llevaron al baño de sangre, volvieron a darle masaje y Margarita revivió.

— Un poco más, reina Margot — susurraba Koróviev que había aparecido a su lado—; hay que hacer un último recorrído por las salas para que los honorables huéspedes no se sientan abandonados.

Y Margarita salió volando de la habitación de la piscina. En el mismo tablado donde estuviera tocando la orquesta del rey de los valses, ahora se enfurecía un jazz de monos. Dirigía la orquesta un enorme gorila con patillas despeinadas, bailando pesadamente y sujetando una trompeta.

Una hilera de orangutanes soplaban en trompetas brillantes, sosteniendo sobre los hombros alegres chimpancés con armónicas. Dos cinocéfalos con melenas de león tocaban el piano, pero, entre el estruendo de los saxofones, el chillido de los violines y el tronar de los tambores en las patas de los gibones, mandriles y macacos, el piano no se oía. Numerosísimas parejas, como fundidas, asombraban por la destreza y precisión de movimiento, girando en una dirección; avanzaban como una pared por el suelo de espejos, amenazando barrer todo lo que encontraran por delante. Unas mariposas vivaces y aterciopeladas volaban sobre el tropel de los danzantes, caían flores del techo. Se apagó la electricidad; se encendieron en los capiteles de las columnas millares de luciérnagas y en el aire flotaron fuegos fatuos.

Margarita se encontró después en una enorme piscina rodeada de una columnata. De la boca de un monumental Neptuno negro surgía un gran chorro rosa. Subía de la piscina un olor mareante a champaña. Había gran animación. Las señoras, risueñas, entregaban sus bolsos a los caballeros o a los negros — que corrían con sábanas en las manos—, y, gritando, se tiraban de cabeza al champaña. Se levantaban columnas de espuma. El fondo de cristal de la piscina estaba iluminado por una luz que atravesaba el espesor del vino, y se veían con claridad los cuerpos plateados de los nadadores. Salían de la piscina completamente borrachos. Volaban las carcajadas bajo las columnas y resonaban como el jazz.

De todo aquello se le quedó grabada una cara; era una cara de persona completamente ebria, con ojos de loco, pero suplicantes, y se acordó de una palabra: «Frida».

Margarita se mareó por el olor a vino, y ya estaba dispuesta a marcharse, cuando el gato negro organizó en la piscina un número que la detuvo.

Popota había estado haciendo algo junto a la boca de Neptuno y la masa de champaña, toda revuelta, desapareció de la piscina, levantando mucho ruido. En lugar del líquido rosa y burbujeante, de la boca de Neptuno surgió un chorro color amarillo oscuro. Las damas gritaron como locas: «¡Coñac!», y echaron a correr de los bordes de la piscina hacia las columnas. A los pocos segundos la piscina estaba llena, y el gato, dando tres volteretas en el aire, cayó al coñac. Salió resoplando, con la pajarita hecha un trapo, sin resto de purpurina en el bigote y sin los prismáticos. Los únicos que se decidieron a seguir el ejemplo de Popota fueron la ingeniosa modista y su acompañante, un desconocido mulato joven. Los dos se tiraron al coñac, pero en ese momento Koróviev cogió a Margarita del brazo y abandonaron a los bañistas.

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17

G. L. Belski (?–1572), Apodado Maluta Skurátov, Famoso Por Su Crueldad, Fue Jefe De las fuerzas encargadas de la represión de los boyardos durante el reinado de Iván el Terrible. (N. de la T.)