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Así estaban las cosas hasta la noche del viernes al sábado. A las doce en punto el barón Maigel, vestido de etiqueta y con zapatos de charol, se dirigió con aire majestuoso al piso número 50 en calidad de invitado. Se oyó cómo le dejaron entrar. A los diez minutos entraron en el piso sin llamar, pero no encontraron a los inquilinos, y lo que fue realmente una sorpresa, es que tampoco quedaba ni rastro del barón Maigel.

Como decíamos, esta situación duró hasta el amanecer del sábado. Entonces aparecieron otros datos muy interesantes. En el aeropuerto de Moscú aterrizó un avión de pasajeros de seis plazas, procedente de Crimea. Entre otros, descendió un viajero de aspecto extraño. Era un ciudadano joven, sucio y con barba de tres días; los ojos colorados y asustados, sin equipaje y vestido de una manera bastante original. Llevaba un gorro de piel de cordero, una capa de fieltro por encima de la camisa de dormir y unas zapatillas azules, relucientes y por lo visto recién compradas. En cuanto bajó de la escalera del avión se le acercaron. Estaban esperándole, y al poco tiempo el inolvidable director del Varietés, Stepán Bogdánovich Lijodéyev, compareció ante la Instrucción. Añadió algunos nuevos datos. Se supo que Voland penetró en el Varietés haciéndose pasar por artista, hipnotizando a Stiopa Lijodéyev, y luego se las arregló para enviar a Stiopa al quinto infierno fuera de Moscú. En resumen: se había acumulado cantidad de datos, pero esto no implicaba ninguna esperanza; al contrario, la situación empeoró porque se hizo evidente que se trataba de una persona que se valía de trucos, tales como los que tuvo que sufrir Stepán Bogdánovich, y eso quería decir que no iba a ser nada fácil pescarlo. A propósito, Lijodéyev fue recluido en una celda bien segura, a petición propia. Ante la Instrucción compareció también Varenuja, que había sido detenido en su propio piso, al que había regresado después de una misteriosa ausencia de dos días.

A pesar de la promesa hecha a Asaselo de no volver a mentir, Varenuja empezó su relato con una mentira precisamente. Pero por esto no se le debe juzgar severamente, porque Asaselo le prohibió mentir y decir groserías por teléfono, y ahora el administrador hablaba sin la ayuda de este aparato. Iván Savélievich declaró con mirada vaga que se emborrachó la tarde del jueves, mientras estaba solo en su despacho del Varietés, luego fue ¿adónde? no se acordaba; en otro sitio estuvo bebiendo starka,[18] ¿dónde? no se acordaba; se quedó después junto a una valla, ¿dónde? tampoco se acordaba. Sólo después de advertirle que con su estúpida y absurda actitud interrumpía el trabajo de la Instrucción Judicial en un caso importante y que, naturalmente, tendría que dar cuenta de ello, Varenuja balbució, sollozando, con voz temblona y mirando alrededor, que mentía porque tenía miedo, temía la venganza de la pandilla de Voland; que ya había estado en sus manos y por eso pedía, rogaba y deseaba ardientemente que se le recluyera en una celda blindada.

—¡Cuernos! ¡Qué perra han cogido con la cámara blindada! — gruñó uno de los encargados de la Instrucción.

— Les han asustado mucho esos canallas — dijo el juez, que había estado con Ivánushka.

Tranquilizaron como pudieron a Varenuja, le dijeron que le protegerían sin necesidad de celda y entonces se descubrió que no había bebido starka debajo de una valla, sino que le habían pegado dos tipos: uno pelirrojo, con un colmillo que le sobresalía de la boca, y otro regordete…

—¿Parecido a un gato?

— Sí, sí —susurró el administrador, muerto de miedo, sin parar de mirar a su alrededor. Siguió contando con detalle cómo había pasado cerca de dos días en el piso número 50 en calidad de vampiro informador, que por poco había causado la muerte del director de finanzas Rimski…

En ese mismo momento, en el tren de Leningrado llegaba Rimski.

Pero este viejo de pelo blanco, desquiciado, temblando de miedo, en el que apenas se podía reconocer al director de finanzas, no quería decir la verdad de ningún modo y se mantuvo muy firme. Rimski aseguraba que no había visto de noche en su despacho a la tal Guela, ni tampoco a Varenuja, que simplemente se había encontrado mal y en su inconsciencia había marchado a Leningrado. Ni que decir tiene que el director de finanzas terminó sus declaraciones solicitando que le recluyeran en una celda blindada.

Anushka fue detenida cuando trataba de largarle un billete de diez dólares a la cajera de una tienda de Arbat. Lo que contó Anushka sobre los hombres que salían volando por la ventana de la casa de la Sadóvaya, y sobre la herradura que, según decía, había recogido para llevársela a las milicias, fue escuchado con mucha atención.

—¿La herradura era realmente de oro con brillantes? — preguntaban a Anushka.

—¡No sabré yo cómo son los brillantes! — contestaba.

—¿Pero le dio billetes de diez rublos?

—¡No sabré yo cómo son los billetes de diez rublos! — contestaba Anushka.

—¿Y cómo entonces se convirtieron en dólares?

—¡Qué se yo, qué dólares ni que nada, no vi ningunos dólares! — contestaba Anushka con voz aguda—. ¡Estoy en mi derecho! ¡Me dieron un premio y con eso compro percal! — y siguió diciendo incongruencias: que ella no respondía por la administración de una casa que había instalado en el quinto piso al diablo, que no le dejaba vivir.

El juez le hizo un gesto con la pluma para que se callara, porque estaban ya todos bastante hartos de ella; le firmó un pase de salida en un papelito verde, y con la consiguiente alegría de los allí presentes, Anushka desapareció.

Luego desfiló por allí un gran número de personas, Nikolái Ivánovich entre ellas, detenido exclusivamente por la estupidez de su celosa esposa, que al amanecer comunicó a las milicias que su marido había desaparecido. Nikolái Ivánovich no sorprendió demasiado a la Instrucción al dejar sobre la mesa el burlesco certificado diciendo que había pasado la noche en el Baile de Satanás. Nikolái Ivánovich se apartó un poco de la realidad al contar cómo había llevado volando a la criada de Margarita Nikoláyevna, desnuda, a bañarse en el río en el quinto infierno y cómo, antes de eso, había aparecido en la ventana la misma Margarita Nikoláyevna, también desnuda. No vio la necesidad de señalar cómo se había presentado en el dormitorio con la combinación en la mano. Según su relato, Natasha salió volando por la ventana, lo montó y le llevó fuera de Moscú…

— Cediendo a la coacción me vi obligado a obedecer — contaba Nikolái Ivánovich, y acabó su historia solicitando que no se dijera nada de aquello a su esposa. Así se le prometió.

Las declaraciones de Nikolái Ivánovich hicieron posible constatar que Margarita Nikoláyevna, igual que su criada Natasha, había desaparecido sin dejar huella. Se tomaron las medidas oportunas para encontrarlas.

Así, pues, aquella mañana del sábado se distinguió porque la investigación no cesó ni un momento. Mientras tanto, en la ciudad nacían y se expandían rumores completamente inverosímiles, en los que una parte ínfima de verdad se decoraba con abundantes mentiras. Se decía que en el Varietés había habido una sesión de magia y que después los dos mil espectadores habían salido a la calle tal como les había parido su madre; que en la calle Sadóvaya se había descubierto una tipografía de papeles de tipo mágico; que una pandilla había raptado a cinco directores del campo del espectáculo, pero que las milicias la habían encontrado inmediatamente, y muchas cosas más, que no merece la pena contar.

Se aproximaba la hora de comer y en el lugar donde se llevaba a cabo la Instrucción sonó el teléfono. Comunicaban de la Sadóvaya que el maldito piso había dado señales de vida. Dijeron que se habían abierto las ventanas desde dentro, que se oía cantar y tocar el piano y que habían visto, sentado en la ventana, a un gato negro que disfrutaba del sol.

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18

Una variedad de vodka. (N. de la T.)