Eagan se sentía satisfecho. Todavía no acababa de comprender cómo encajaba el manuscrito en todo este proceso, aunque estaba claro que hasta que no tuvieran el documento no iban a dar un paso, y esa era una baza que podría hacerles recuperar el terreno perdido.
La claridad del piso superior se volvió a colar en los ojos de Alex al izarla. Abrió los ojos todo lo que pudo pero la luz le impedía distinguir algo más que un bulto oscuro. Segundos después Javier y el doctor Salvatierra la dejaron sobre el piso junto al último peldaño de la escalera.
—¿Pero cómo...? —Preguntaba con la respiración forzada.
—Encontramos el coche y no había rastro de ti. Afortunadamente te oímos gritar.
Alex se incorporó para contemplar la trampilla abierta a un oscuro boquete.
—En el piso de abajo apenas veíamos así que saqué la linterna, fue entonces cuando descubrimos tus pies colgando de una abertura del techo. Debe haber un doble fondo entre los dos pisos, una especie de cámara.
—Ya os dije que no era seguro que nos separáramos —reconvino el médico.
La inglesa se levantó con ayuda del agente. Después los tres bajaron las escaleras y salieron a la luz del día, una luz sucia emborronada por las nubes.
—Lo he encontrado —dijo Alex cuando alcanzaron el coche.
—¿Qué? —Preguntó el médico.
—¿Qué va a ser? ¡Las cabezas! —Contestó con impaciencia—. Están sobre el tejado de esa casa —añadió señalando a la vivienda situada tras el coche—, desde aquí no se ven porque se encuentran casi en el centro del tejado. Sólo pueden divisarse desde un lugar elevado... —buscó en torno suyo— como ese —añadió mientras señalaba la calle que se abría tras la vivienda y que ascendía derecha por la colina.
Recorrieron con rapidez los metros que los separaban de la cuesta y subieron por ella hasta que superaron la altura de la casa. Allí estaban. Eran dos cabezas de piedra blanca, las dos mirando hacia el sur, una de ellas vigilaba el suroeste y la otra directamente el sur.
—Ahí las tenéis —insistió Alex—. Creo que el hermano bibliotecario no nos mentía.
—Efectivamente —respondió el médico—, el monje sabía lo que decía. Y ahora que ya estamos en el pueblo correcto, ¿qué?
—¿Habéis encontrado algo en el otro lado?
El agente y el médico se miraron de forma enigmática.
—Entramos, bueno en realidad sólo yo..., me adentré en una especie de museo que hay al comienzo del pueblo y...
Javier calló unos segundos y reemprendió su explicación.
—Cuando estaba en el interior sentí algo detrás. Al principio creí que era el doctor pero después no estaba tan seguro.
—¿Viste a alguien?
—No, no vi a nadie en concreto. Sólo una sombra. Noté una corriente de aire procedente del otro lado de la habitación y me dirigí hacia allí. Había una puerta, y todos los indicios apuntaban a que había sido abierta poco antes.
—Todo esto es muy raro —reconoció Alex—. El bibliotecario nos dice que aquí hay gente viviendo y el pueblo parece completamente abandonado, y además nos encontramos con esto.
Los tres enmudecieron mientras observaban las cabezas pétreas.
—Hay alguien que no quiere que lleguemos al manuscrito —soltó el médico.
Alex pensó en su padre y en Jeff. El rencor se difuminaba. ¿Darse por vencida? Lo meditó un instante y después lo rechazó, no sería justo, concluyó.
—Estamos obligados a seguir adelante, sobre todo tú —sentenció dirigiéndose al médico.
—Entonces continuemos —intervino Javier.
El sol había alcanzado su cénit. Los tres miraron al cielo, debían apresurarse si no querían que les cogiera la noche. El graznido d un grajo los asustó. Se habían apoyado en el coche aplastados por un ambiente asfixiante, ¿qué ocultaba el pueblo? El doctor Salvatierra recordó a Silvia, no tenía mucho tiempo. Se incorporó y carraspeó un par de veces, después habló.
—Trae tu PDA, vamos a seguir adelante.
Segundos más tarde Javier leía.
—Dirigíos hacia la casa matriz y estaréis en la buena senda.
—¿La casa matriz? ¿La casa matriz? Matriz, madre, matriz madre...
La raíz de la palabra matriz es madre. ¿Dónde vivió la madre del monje?
—Busca en el libro alguna referencia al lugar donde vivieron sus padres.
Alex no estaba de acuerdo. Matriz también puede significar principal, central, primigenio, origen, los sinónimos se le agolpaban en la mente. La casa matriz podría ser la primera casa del pueblo, la más antigua, o la principal, la de mayor relevancia social, también la casa donde vivía su madre, aquella señora que le legó la custodia del manuscrito. La inglesa pensaba en cada una de estas posibilidades sin decidirse por una en concreto, cuando el agente la interrumpió.
—Lo mejor será que inspeccionemos la iglesia.
—¿Por qué la iglesia? —Preguntó Alex.
—Ya has oído al doctor. Se trata de la casa de la madre. No hay duda. Y si es la casa de la madre, qué madre mejor que...
La inglesa no aguardó a que terminara su razonamiento.
—... que la Virgen María. Sí ya sé a dónde querías ir a parar. Pero estás equivocado...
El agente fue a replicarle y Alex se lo impidió.
—Es imposible que sea una iglesia. La iglesia no es la casa de la Virgen, es la casa de Dios. A la mujer siempre se la ha mantenido apartada de la religión, incluso a la Virgen María —aseguró—. Su figura es meramente decorativa, y más aún en la Edad Media, donde existía una cerrazón fundamentalista en tono a la religión católica. Si hubo una época en la que la iglesia no podía ser llamada la casa de la madre, esa era la Edad Media.
Esperaba que la contradijera, sin embargo, al no hacerlo, continuó.
—No es una iglesia y está claramente demostrado. Ahora debemos centrar nuestros esfuerzos en otras ideas.
—Y si no es una iglesia, ¿la casa de sus padres? —Insistió el médico.
—Puede ser, también podría referirse a la casa señorial o aquella de la que surgió el pueblo. Podrían ser tantas cosas.
El médico asintió pensativo. Javier miraba a ambos con escepticismo.
—Lo mejor será que subamos lo más alto posible —dijo el agente.
—De acuerdo —Alex miró a su alrededor—, esa colina es nuestra mejor opción. Tal vez esa torre... —señaló una torre de varias plantas— sea el campanario de la iglesia. Desde allí dispondremos de una visión de conjunto.
La torre había sido enclavada en la cima de la cuesta por la que emprendían el ascenso, pero no habían andado dos pasos cuando oyeron un estruendo sobre sus cabezas. En ese momento el alero de una de las viviendas que bordeaba la calle se desprendió cayendo al suelo en medio de una nube de polvo y piedras que volvió más oscuro el día.
Un amasijo de maderos y ladrillos yacía ante ellos. El médico se tapaba la boca para no respirar las partículas que flotaban en el aire y Javier tosía fuertemente. Arriba, en la parte del tejado que no se derrumbó, clavada en una viga, una espada con forma de cruz igual a la que Javier descubrió en el museo, salvo que aquella era más pequeña. El agente retrocedió para contemplarla mejor. No había duda era de la misma forma. Se acercó al médico, que apenas balbuceaba alguna frase inconexa mientras se frotaba un brazo, y lo examinó de un rápido vistazo. Además del polvo en cara, cuello y cabello, sólo había sufrido unos leves cortes en el rostro y en el antebrazo derecho. Nada preocupante. La inglesa se había sentado en el poyete de una casa unos metros atrás del desastre, aparentemente no había sufrido ni un rasguño. Era el segundo aviso. Alguien les instaba a abandonar el pueblo.
Ayudó al médico a sentarse en un alféizar. La polvareda se mantenía en el aire aunque con menor densidad.
—¿Cómo te encuentras?
Los ojos del doctor Salvatierra reflejaban su confusión.
—No ha sido nada grave. ¿Estás bien?
El médico confirmó despacio aunque un gesto de su cara y un movimiento rápido de la mano, que se la llevó al vientre, preocupó a Javier. La herida era reciente, podría haberse reabierto.