—¿Creéis que es momento de guardarse información? —Preguntó a toda la concurrencia—. Si existe una situación peligrosa para todos debemos afrontarla juntos sin más dilación. Y si alguno de vosotros esconde datos que pueden ser decisivos, está poniéndonos en riesgo..., a todos sin excepción —recalcó.
Casi sin proponérselo, Javier había dado con la casa matriz. La iglesia poseía dos alturas y había sido rematada con un tejado a dos aguas. Su construcción debió efectuarse a lo largo de al menos un siglo puesto que se conformaba como una amalgama de distintos estilos, desde el románico al gótico tardío. Además, desde la conclusión de la obra fueron introduciendo modificaciones que alteraron el aspecto más o menos uniforme de sus comienzos. La sensación que inspiraba al médico era de un reducto más que de un lugar santo, probablemente por la época en la que se levantó, en la que las iglesias eran utilizadas para resguardarse de los enemigos. Detrás, entre la iglesia y la colina, se encontraba la torre, con seis ventanales en cada una de sus fachadas.
Donde la madre se asienta sobre Roma.
La siguiente frase extraída del libro era aún más enigmática que la anterior.
—Creo que para encontrar el significado debemos entrar en la iglesia —sugirió la inglesa.
Se dirigieron al pórtico de entrada, un arco de medio punto cerrado por una cancela de hierro forjado y flanqueado por cuatro ventanas, también rematadas por arcos de medio punto y enrejados con idéntico dibujo al de la puerta. El lugar por el que se accede al interior está situado ante una pequeña explanada con un retorcido árbol de mora apuntalado con maderas y cemento. Parte del patio que antecede la entrada a la iglesia está cubierto de césped, con grandes parchetones desnudos por la acción del tiempo. A la sombra del árbol yace una losa con un dibujo poco definido, tal vez una espada, tal vez una cruz. Javier se detuvo un momento ante lo que sin duda era una tumba. Esa espada/cruz de nuevo.
Empujó la verja y se adentraron en una especie de antesala previa al verdadero acceso a la iglesia, una enorme puerta de roble macizo. Alex caminaba en medio de sus dos compañeros. Se detuvieron ante la puerta, Javier buscó en uno de los bolsillos de su chaqueta y sacó algo que el médico no alcanzó a ver.
—Es una ganzúa.
El agente se agachó para observar la cerradura.
—Está muy oxidada, será difícil.
No existía demasiado espacio para trabajar, de modo que el doctor Salvatierra se alejó de la puerta y se sentó en el suelo apoyándose contra la pared mientras Javier manipulaba la cerradura.
—Alex ven aquí un momento.
La inglesa apenas había abierto la boca desde lo de la trampilla. Sólo el hallazgo de la virgen parecía haberla traído de vuelta; el médico intuía que debió ser duro para ella. La joven se acomodó a su lado.
—No hemos tenido tiempo para hablar. ¿Cómo te encuentras?
—Cansada y triste.
—¿Triste?
Alex asintió. Haber caído por aquel pozo negro y estar a punto de morir no hubiera sido suficiente, fue su memoria la que la dañó. Recordar durante aquellos segundos su existencia junto a su padre, volver a verle, sentir su presencia, no estaba preparada ni lo esperaba.
—Alex, yo he pasado por algo parecido, créeme. —La joven lo miró con perplejidad—. Perdí a un hijo hace cuatro años; desapareció, así, sin más. Silvia y yo jamás supimos qué ocurrió con él, si se marchó o fue secuestrado. Nunca lo averigüé.
Alex puso su mano sobre la del médico.
—Pero es mucho peor porque la culpa fue toda mía. Le exigí demasiado, le empujé a hacerlo... —El doctor hablaba sin posar sus ojos en ningún punto en concreto, ahondando en su propia memoria, después calló de repente, pareció recordar a Alex allí a su lado, y se giró para mirarla directamente—. ¿Cómo era tu padre contigo?
—Tenía siempre mucho trabajo, viajaba de acá para allá, a excavaciones, a museos, aunque siempre regresaba a casa para estar conmigo. Los veranos eran espectaculares, una vez me llevó a Egipto para leer jeroglíficos recién descubiertos en un templo, en otra ocasión viajamos a Mongolia, donde le habían encargado traducir unos escritos de un dialecto del mongol, el baarin; recorrimos toda Asia central. —La joven sonreía con un punto de nostalgia en la retina.
—Entonces puedes decir que disfrutasteis el uno del otro. Quédate con eso Alex, muchos no tenemos tanta suerte.
Javier les interrumpió.
—Ya está. Me ha costado, pero he conseguido abrir la puerta sin cargármela.
El médico se levantó con dificultad ayudado por Alex. Estaban intranquilos, no sabían qué podían encontrar ahí dentro. Javier empujó las puertas y entraron. Fuera había atardecido y la luz apenas se filtraba por las ventanas de coloridos cristales, de modo que la nave se encontraba en penumbra. Se adentraron acompañados por el eco ruidoso de sus pasos.
—Hay lámparas —Javier señaló tres enormes arañas colgadas del techo por largas cadenas de color negro—. Debe haber un interruptor en algún sitio.
Encendió su linterna y buscó en las paredes mientras Alex y el doctor Salvatierra permanecían en la entrada, acobardados ante las sombras que dominaban la iglesia.
—Aquí —descubrió el agente.
—No creo que funcione —contestó la inglesa con una voz que retumbó en las paredes ante su sorpresa.
—No lo sabremos hasta que lo hayamos pulsado.
El agente apretó el interruptor y una luz débil se encendió desvelando una claridad mortecina que proporcionaba un aspecto fantasmal a todo lo que tocaba.
—Ves como no hay que sacar conclusiones precipitadas —se burló desde donde estaba.
Ninguno de los tres se movió durante unos instantes. La sensación de fisgar en un santuario que parecía dormido hacía siglos les aturdía. El lado más alejado del presbiterio ofrecía una imagen horizontal, robusta, románica decidió Alex, pero los muros buscaban la verticalidad a medida que se acercaban hacia al altar, las columnas se ramificaban hasta transformarse en árboles de piedra que sostenían un techo de arcos apuntalados de magnífica factura gótica. Sobre el camarín un enorme retablo dorado de cuatro alturas y catorce escenas relacionadas con Cristo, la Virgen y algunos santos, probablemente nacidos en las inmediaciones de Valdeande, o eso le pareció a la inglesa. Lo más llamativo para Alex fueron las dos imágenes, pertenecientes a un indio americano y a un conquistador español, en sendos medallones que remataban el retablo en su cúspide. Tuvo que ser encargado por algún lugareño que prosperó en las Indias tras la conquista y regresó con una pequeña fortuna, pensó.
No habían finalizado su somera inspección del entorno cuando un sonido extraño les impresionó, Alex reconoció el mismo sonido que a ella le había atraído. Procedía de la torre.
—Yo he oído eso antes. En aquella casa. —Se apretó contra el cuerpo del médico.
—Lo único que quieren es asustarnos —dijo el médico—. Reconoce —agregó dirigiéndose a Alex— que con aquella trampa no te hubieran matado. Quizá un buen golpe y alguna contusión, eso sí, o como mucho una pierna rota, pero no era fácil que hubiera pasado de ahí.
—Es verdad —intervino Javier—. Además, el alero se desplomó justo antes de que pasáramos por debajo, sólo necesitaban unos segundos más para hacerlo caer sobre nosotros.
—Puede que tengáis razón —dijo Alex sin demasiada confianza. El razonamiento del doctor Salvatierra y del agente no la convencía. Allí había alguien que podía dañarles, no lo había hecho hasta ahora pero eso no quería decir que siempre tuvieran tanta suerte.
De pronto el sonido desapareció tal como había llegado a sus oídos. Aunque eso no les tranquilizó, se miraron expectantes. ¿Ahora qué?, parecían decirse con los ojos. El médico le apretó la mano a Alex, Javier se había acercado a ellos.