Alex se precipitó a socorrerle aunque Javier ya se levantaba.
—Ha sido sólo un rasguño —le decía mientras se sacudía la ropa—. Lo importante es que estamos a un tris de conseguirlo.
—¿Has encontrado la forma de salir?
—Mejor, he encontrado la tumba.
—¿La tumba? —Preguntó extrañada la inglesa.
—Sí, la tumba del caballero Don Fernando. El médico se levantó precipitadamente.
—Allí..., allí es donde está el manuscrito —aseguró preso del ardor del momento—. Llévanos Javier. Creo que has dado con la clave.
El agente sonrió exageradamente ante Alex.
—Acompáñenme, les llevaré ante lo que buscan —anunció con un movimiento cómico.
La inglesa agarró al médico del brazo y los dos le siguieron poniendo mucha atención en cada paso. Javier caminaba por delante alumbrando el suelo. Pasados varios minutos, alcanzaron el túnel por el que el agente había entrado poco antes. La luz amarillenta de la linterna en la boca del largo pasillo le confería un aspecto tenebroso, aunque cualquier cosa sería mejor que el panorama que les ofrecía el osario, pensó Alex. Una vez superada la dificultad de los huesos caminaron con mayor rapidez, alcanzando el final de la galería en poco tiempo.
—Además de la tumba, has encontrado la salida —advirtió el médico—. Está claro que el aire se mueve hacia nosotros. Por fuerza ha de haber un lugar por el que entra.
—Ya me había percatado —respondió el agente mientras asentía.
—¿Has abierto la tumba? —Preguntó Alex, vivamente interesada.
—No, aún no. Quise avisaros primero ¿Hice bien?
—Por supuesto, por supuesto... —Intervino el médico.
Un centenar de metros por delante se encontraron con dos figuras acostadas una junto a la otra en una especie de ensanche al final del corredor. Eran las estatuas de Don Fernando y su amada sobre dos tumbas. Él llevaba entre sus manos una espada parecida a una cruz y ella un libro. El médico se acercó lentamente hasta la escultura de la l' posa del caballero. Se besó la mano y la puso sobre su cara.
—¡Cuánto dolor debiste sufrir!
Se inclinó hacia el libro y leyó Aquí está el fin.
—Temían profundamente que este documento desatara los males del averno. Tal vez tuvieran razón...
—O tal vez no, pero eso no es ahora lo importante —señaló Alex—. Lo importante ahora es tu mujer.
—¿Mi mujer? —El médico se quedó un momento en suspenso, como si recorriera el laberinto de su mente—. Sí, debemos acudir junto a ella. Si al menos estuviera Javier.
El agente buscaba en ese momento una salida.
—Claro que está. ¿No ves esa luz? Es él —le indicó la inglesa intranquila ante su actitud. Los sucesos de los últimos días habían ejercido una enorme presión sobre él. Estaba cansado y confundido—. Descansa un momento mientras Javier se encarga de encontrar una forma de escapar.
El médico aceptó y se acomodó sobre una roca. Alex mientras tanto accionó un resorte junto a la cabeza de la estatua recostada de la mujer y los brazos de ésta se abrieron, descubriendo un cofre de madera labrada. En su interior, una bolsa de cuero cerrada con un cordón de cáñamo, y dentro un pergamino de piel de oveja. Era el manuscrito.
Alex lo observaba con atención, casi sin creer lo que tenía entre las manos. Llevaba varios días oyendo hablar del documento. Casi se había convertido en el centro de su vida. Por poco olvida, incluso, que no era más que un vehículo para encontrar al asesino de su padre. Ahora lo tenía frente a sí, sujetándolo con reverencia. Lo tocaba con miedo, como si temiese que cualquier presión pudiera acabar con él. Lo contempló un par de veces más sin atreverse a desdoblarlo y lo guardó de nuevo en la bolsa, y ésta en la caja.
El médico la miró un momento. Pero no parecía reconocerla.
—¿Estás bien?
—Sí, Silvia.
—¿Silvia? —Alex se preocupó. Tenían que salir de allí cuanto antes, el médico no se encontraba bien.
Javier había subido por una escalera de mano construida junto a las tumbas tratando de hallar una salida sobre ellos.
—Ahora volverá Javier y saldremos fuera, donde el aire fresco te vendrá...
En ese instante, el agente saltó de la nada, cayendo a dos pasos de la inglesa y el doctor.
—Estamos de enhorabuena. Allá arriba he encontrado una losa de más o menos dos metros de larga. Probablemente sea la que vimos a la entrada de la iglesia. Tiene un mecanismo de apertura sencillo que aún funciona. Lo he comprobado. Lo mejor es que... ¿Qué le ocurre? —Preguntó al ver el rostro blanquecino del médico.
—No se siente bien. Eso es todo.
—Será mejor que suba yo primero, debemos tener cuidado con aquel desconocido, puede que nos esté esperando. Después irá el médico y, finalmente, tú... —Javier calló de repente—¿Eso es?
—Sí, lo es. Ahora lo principal es salir de aquí —replicó Alex con un gesto de cansancio.
El agente estuvo tentado de arrebatárselo pero se obligó a apartarse y subir por la escalera. Ascendió con pesadez hasta alcanzar de nuevo la losa, accionó el artilugio que la abría y echó un rápido vistazo. Fuera apenas había luz, la tarde había ido descendiendo sobre el pueblo como una enorme nube que empañaba todo el firmamento hasta dar paso a una noche sin luna. Eso les proporcionaba ventaja sobre su perseguidor. Accionó la apertura de puertas del automóvil con el mando a distancia confiando en que no les esperaran mayores sorpresas y bajó a mayor velocidad.
—No parece que haya peligro. Saldré a la superficie y me apostaré cerca de la tumba, cuando ya no me veas cuenta hasta treinta y luego subes —dijo dirigiéndose al médico—. Ten cuidado con los peldaños, algunos resbalan un poco por el moho. Después te tocará a ti.
Javier desapareció de nuevo por la escalera dejando a oscuras al médico y a Alex. Ambos se agarraban del brazo. El médico le apretó la mano a la inglesa. ¿Habrá acabado todo? En ese momento recordó a David, quizá recupere a Silvia pero él jamás regresará. Pese a haber encontrado el manuscrito no sentía regocijo alguno, se encontraba físicamente extenuado y también desfallecía su mente y su alma. Había perdido tantos años. Ahora lo entendía bien, su carácter, su firmeza a la hora de educar a David habían supuesto una barrera infranqueable en la relación con su hijo y con su esposa. ¿Cómo solucionarlo? No se le ocurría ya nada, por lo menos en el caso de David. Quizá Javier pueda mover algunos hilos para buscarle de nuevo, si no está muerto. Estas últimas palabras le punzaron como un cuchillo puntiagudo que se adentra fácilmente en la carne.
Un ruido a su espalda le sacó de sus divagaciones.
—¿Has oído eso?
Alex negó. Pensaba en su padre y en Jeff.
—Debes darte prisa en subir, en cuánto esté a la altura suficiente te agarras a la escalera, no esperes.
—Javier tiene razón, hay que esperar a que acabes de ascender. Podría no soportar el peso de ambos.
El médico le apretó el brazo en un gesto cariñoso.
—No tardes mucho, por favor.
La ternura de su voz la embriagó. Le recordaba a su padre, cuánta falta le hacía ahora. Le devolvió la caricia y se acercó a su cara y le plantó un beso en la mejilla. Después le colgó del cuello el cofrecillo que guardaba el manuscrito.
—¡Hala! Sube rápido que tenemos que buscar a Silvia.
El médico sonrió, aunque Alex no lo pudo apreciar en la penumbra, y se soltó de ella. En ese momento se agarró a la escalera y comenzó a subir con mucho cuidado. En Madrid salía a correr de vez en cuando, una o dos veces a la semana dependiendo de las guardias, sin bien se trataba de suaves paseos un tanto rápidos, no de verdadera carreras. Ahora el esfuerzo sería mayor. A medida que ascendía iba distinguiendo mejor la claridad del exterior. Pocos peldaños más y Javier le ofrecería su mano para escapar de esta pesadilla. ¡El manuscrito! Se apoyó con el cuerpo en la escalera y buscó a tientas la caja que llevaba colgada del cuello, había sentido un tirón y ahora no estaba seguro de mantenerlo. Afortunadamente comprobó que lo llevaba en la espalda sujeto al cuello por el cordón, en algún momento se había desplazado.