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Fuera, los agentes combinados del MI6 y el CNI mantenían un tiroteo con cuatro jóvenes armados. Cada uno de estos se había refugiado tras una ventana y disparaba sin tregua. Uno de los durmientes advirtió el intento de violar la entrada por parte de dos hombres. Él comenzó la refriega y pronto se unieron sus hermanos y el resto de agentes. En poco tiempo empezarían a oírse las sirenas de la Policía, y aquello no convenía a ninguno.

—¿Hay algún problema con la doctora Costa? —Repitió Alex casi a gritos.

—No. Está aquí.

El médico y la inglesa se volvieron. Frente a ellos se presentaba Albert Svenson.

—¿Usted? —Dijo contrariado el médico—. ¿Por qué?

Svenson, conocido por el infiel en la cúpula de Al Qaeda, sonrió.

—Su esposa también se hizo la misma pregunta. Pero no es el momento de esas cuestiones. —El científico que hasta ahora había ejercido de ayudante de Snelling apuntaba a Silvia con una pistola.

Caminó un par de pasos empujando a la esposa del médico por delante. Luego conminó con una señal al doctor Salvatierra y a Alex a apartarse. Quería acercarse a los terroristas.

—No os quedéis como pasmarotes —les dijo—. Se os ha escapado en vuestras propias narices. Menos mal que tropecé con ella cuando huía, sino a estas horas se hallaría a kilómetros de aquí. —Dirigió a los árabes una mirada de suficiencia y les entregó a la mujer.

Acto seguido ordenó a Jalif que prestara ayuda a los cuatro jóvenes integrantes de la célula.

—No podemos permitirnos el lujo de estropear la operación por cuatro imbéciles. Baja a apoyarles —insistió. Después se dirigió al médico—. Veo que ha sobrevivido bien a esta pequeña aventura, doctor. Me alegro mucho.

El médico le miraba con odio apretando en su mano la bolsa de cuero del manuscrito, que aún le pendía del cuello.

—Esa bolsa de cuero es muy bonita, seguro que al doctor Anderson le hubiera gustado mucho, ¿no le parece doctora Costa?

Silvia protestó.

—Eres un cínico. Fuiste tú quien asesinaste a Brian.

Alex sintió encenderse. Una mezcla de emociones la golpeó inundándola de confusión por un momento y, un segundo después, de ira, una ira profunda que había contenido tras una puerta. ¿Llegó la ocasión de abrirla? Por fin conocía la identidad del asesino, lo tenía frente a ella, era lo que había anhelado en los últimos días. ¿Podía hacer otra cosa? La tentación se convirtió en una fuerza imparable que la arrolló aniquilando cualquier indecisión. Ninguno de los presentes se percató de que escondía un arma de fuego. La había llevado en todo momento desde que Javier les abandonó. El agente la dejó en el coche al marcharse a Madrid. La guardó junto al manuscrito y una nota: Cuando tengas la ocasión no lo dudes. Y no lo haría. Disparó hasta cuatro veces. Sólo dos dieron en el blanco pero fueron suficientes para acabar con la vida de Svenson.

Sucedió en décimas de segundo. Svenson cayó al suelo con una herida en el pecho, Nasiff disparó también e hirió al médico y a la inglesa. En ese momento, Silvia le propinó un empujón al árabe y lo tiró al suelo, evitando que la carnicería fuese mayor. Luego recogió la pistola y le apuntó.

—Cariño, ¿estás bien? —Su voz sonaba angustiada.

Su marido estaba tirado en el suelo con el brazo ensangrentado y un poco más allá gemía una mujer con un agujero muy feo en el pecho. ¿Quién es? Los tenía al alcance de la mano aunque lo mismo hubiera dado que se encontraran a miles de kilómetros, no podía abandonar el arma.

—Démela, yo me encargo de esta escoria. —Sergio Álvarez acababa de acceder a la última planta de la torre.

Tomó la pistola con suavidad, sin dejar de apuntar al terrorista, y Silvia acudió a socorrer a su marido.

—Simón, cariño. No te vayas a morir ahora. Lo has conseguido, me has rescatado. Simón, cariño. —El médico permanecía con los ojos cerrados. Había sido herido en un brazo aunque al desplomarse se golpeó la cabeza.

Abrió los ojos. Miraba alrededor suyo. A sus pies una escena dantesca y enfrente una mujer.

—¿Quién eres? —No reconocía a su esposa.

Silvia se alarmó.

—Hay que llamar a una ambulancia. —De fondo se oían sirenas—. Simón, cariño. Mi amor, ¿dónde está el manuscrito? Lo necesito, ¿dónde está? ¿Lo tienes aquí?

El médico no parecía entender nada. Silvia buscaba entre sus ropas la bolsa de cuero. La localizó unida al cuello a través de un cordón. Hizo fuerza y la arrancó. Acto seguido la abrió bruscamente.

El director de Operaciones del CNI se percató a tiempo, golpeó al terrorista y corrió hacia Silvia.

—¡Apártese del manuscrito! —Álvarez logró alcanzarla antes de que pudiera abrir el documento—. Es muy peligroso, no debe conocer su contenido. Hágame caso, no intente usar ese poder.

Silvia se sentía enajenada, como empujada por una energía que la forzaba a apoderarse del contenido del pergamino. No atendía a las palabras de Álvarez, sus ojos se habían vuelto oscuros y su voz se oía impuesta.

—Tengo que conocer la fórmula. Debo saber qué oculta...

Y cuando estaba a punto de arrancarlo de las manos de Álvarez, un golpe en la nuca la dejó aturdida en el suelo. Era Javier.

—¡Silvia!

El médico intentó incorporarse para ayudar a su esposa. El agente se acercó hasta ella y comprobó que únicamente la había dejado inconsciente. Después fue hasta el doctor Salvatierra, respiró más tranquilo cuando se cercioró de que había sufrido una herida superficial.

—He venido a ayudar, no te preocupes por ella, está inconsciente, nada más. —Se detuvo un momento para mirarle a los ojos—. Tuve que hacerlo, ¿lo comprendes?

El doctor le miró confuso. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué había golpeado a Silvia? Javier le dirigió una mirada de ternura y después se acercó hasta Alex; la bala se había adentrado en el pecho y la inglesa se encontraba muy grave.

Unos metros por debajo de ellos seguían oyéndose disparos y sirenas policiales. Aquello se había convertido en una fiesta pública.

El médico se arrastró hasta Silvia y comprobó su pulso. Estaba bien. Sólo se encontraba aturdida. La recostó contra la pared e intentó levantarse. El dolor del brazo era insoportable. Álvarez se aproximó hasta él ofreciéndole su mano para alzarse. En la otra mano sujetaba la bolsa de cuero. El médico miró la bolsa y al desconocido.

—¿Quién es usted?

—Soy Sergio Álvarez. Estoy aquí para ayudarle.

—¿Ayudarme? Usted sólo quiere el manuscrito, como los demás.

—Soy el Gran Maestre de la Logia de Cádiz y mi misión ha sido desde hace años encontrar el manuscrito y protegerlo. Hace más de trescientos años que mi familia ha liderado esa búsqueda.

—Sí, claro, para librarlo de las fuerzas del mal, por supuesto... —Ironizó el médico—. O sea una panda de chalados...

Álvarez sonrió. No era la primera vez que alguien le escupía esas palabras.

—Piense lo que quiera. Mi grupo es el encargado de proteger el manuscrito, como le he dicho. Existe una organización muy poderosa que quiere su poder para esclavizar al mundo —explicó.

El médico volvió a interrumpirle.

—Al-Qaeda.

El Gran Maestre de la Logia de Cádiz sonrió de nuevo.

—No, amigo mío. Hay una organización enormemente resistente y más peligrosa aún, una organización con más de mil años de vida. Se hacen llamar los Hashishin y nacieron antes de la Primera Cruzada. De su nombre deriva la palabra asesino, imagine qué tipo de acciones ejercitaban. Su creador, Hasan As-Sabbah, fue el más cruel y sanguinario ser que ha podido conocer la humanidad pero supo mantener la discreción. El Viejo de la Montaña...

—¿El Viejo de la Montaña?

El ulular de las sirenas se intensificaba a medida que pasaba el tiempo, sin embargo el silencio entre los disparos se dilataba.