El crislam todavía no tenía oficialmente cien años, pues sus orígenes se remontaban a dos décadas de la Guerra del Petróleo de 1990-1. Uno de los resultados inesperados de ese desastroso error de cálculo, fue la gran cantidad de norteamericanos en servicio, tanto hombres como mujeres, que por primera vez en sus vidas tomaron contacto directo con el Islam y quedaron profundamente impresionados. Descubrieron que muchos de sus prejuicios como las populares imágenes de mullahs locos que blandían el Corán en una mano y en la otra una submetralleta, eran absurdas simplificaciones. Y se asombraron al descubrir los adelantos que el mundo islámico había hecho en astronomía y matemáticas durante la edad oscura de Europa, unos mil años antes que naciera Estados Unidos.
Encantadas por esta oportunidad de obtener nuevos conversos, las autoridades sauditas habían dispuesto centros de información en las principales bases militares de «Tormenta en el Desierto», para brindar instrucción islámica y explicaciones sobre el Corán. Para el momento en que la Guerra del Golfo hubo terminado, algunos miles de norteamericanos habían adquirido una nueva religión.
La mayoría — aparentemente sin conocer las atrocidades perpetradas contra sus ancestros por los traficantes árabes de esclavos— era de afronorteamericanos, pero cantidades importantes eran de blancos.
La sargento técnica Ruby Goldenberg no era simplemente blanca: era hija de un rabino y nunca había visto alguna cosa más exótica que Disneylandia antes que se la asignara a la base de Dhahran, de las fuerzas del rey Faisal. Si bien muy versada en judaísmo, así como en cristianismo, el Islam fue un mundo nuevo para ella. Quedó fascinada por el serio interés que esa religión tenía por asuntos de importancia fundamental, así como por su muy antigua, aunque ahora sumamente desgastada, tradición de tolerancia. Admiraba, en particular, el respeto sincero que el Islam sentía por aquellos dos profetas de confesiones diferentes, Moisés y Jesús. No obstante, con su «liberada» perspectiva occidental, tenía profundas reservas respecto de la posición de las mujeres en los Estados musulmanes más tradicionalistas.
La sargento Goldenberg estaba demasiado ocupada haciendo el mantenimiento de la planta electrónica de los misiles tierra-aire, como para dedicarse intensamente a los temas religiosos, hasta que «Tormenta del Desierto» se extinguió, pero la semilla ya estaba plantada: no bien regresó a Estados Unidos, la sargento empleó su privilegio de educación como veterana de guerra para inscribirse en una de las pocas universidades con orientación islámica, decisión que no sólo entrañó una pelea con la burocracia del Pentágono, sino también la ruptura con su propia familia. Después de nada más que dos semestres, Ruby Goldenberg dio otra demostración más de independencia al hacer que la expulsaran.
Los hechos subyacentes a este indudablemente decisivo acontecimiento nunca se comprobaron por completo. Los hagiógrafos de la Profetisa afirman que fue víctima de sus educadores, que no lograban responder a las penetrantes críticas que les hacía sobre el Corán. Los historiadores neutrales dieron una explicación más realista: tuvo un amorío con un compañero de estudios y se marchó no bien su embarazo fue evidente.
Puede haber verdad en ambas versiones. La Profetisa nunca repudió al joven que afirmaba ser su hijo ni hizo intento serio alguno por ocultar posteriores relaciones con amantes de ambos sexos. En verdad, una actitud moderada respecto de las cuestiones sexuales, que casi se aproximaba a la del hinduismo, fue una de las diferencias llamativas entre el crislamismo y sus religiones madres. Por cierto que eso contribuyó a su popularidad: nada pudo haber mostrado mayor contraste con el puritanismo del Islam y la patología sexual del cristianismo, que envenenaron la vida de miles de millones de personas y culminaron en la perversión del celibato.
Después de su expulsión de la universidad, Ruby Goldenberg virtualmente desapareció durante más de veinte años. Monasterios tibetanos, órdenes católicas y una gran cantidad de otros que se arrogaban el privilegio de haberla acogido, presentaron más tarde pruebas de la hospitalidad, ninguna de las cuales salió airosa de la investigación. Y tampoco hay prueba alguna de que hubiera estado un tiempo en la Luna: en la relativamente pequeña población lunar habría resultado fácil descubrirla. Todo lo que se sabe con certeza es que la profetisa Fátima Magdalena hizo su aparición en el escenario mundial en 2015.
Al cristianismo y al islamismo se los ha descripto con exactitud como «Religiones del Libro». El crislamismo, su descendiente y futuro sucesor, se basó sobre una tecnología de poder inconmensurablemente mayor.
Fue la primera Religión del Octeto.
16
Circuito del Paraíso
Toda época tiene su lenguaje característico, lleno de palabras que habrían carecido de sentido un siglo atrás, y muchas de las cuales se olvidan un siglo después. A algunas las generan el arte, el deporte, la moda o la política, pero la mayoría es producto de la ciencia y la tecnología… comprendida, claro está, la guerra.
Los marineros que recorrieron regularmente los océanos del mundo durante milenios tenían un complejo y, para la gente habituada a vivir en tierra firme, incomprensible, vocabulario de nombres y órdenes que les permitían controlar los aparejos de los que les dependía la vida. Cuando el automóvil empezó a difundirse por los continentes, en los comienzos del siglo XX, se comenzó a emplear cantidades de extrañas palabras nuevas, y a otras antiguas se les dio un nuevo significado: el conductor victoriano de un cabriolé de alquiler habría quedado completamente desconcertado ante cambio de velocidades, embrague, ignición, parabrisas, diferencial, bujía, carburador… palabras que su nieto habría de utilizar en la vida cotidiana sin el menor esfuerzo. Y éste, a su vez, estaría igualmente perdido con válvula de radio, antena, banda de ondas, sintonizador, frecuencia…
La era de la electrónica y, en especial, el advenimiento de las computadoras, generó neologismos a una velocidad explosiva. Microprocesador, disco rígido, láser, MLS en DC, GCV, casete de cinta magnetofónica, megaocteto, soporte lógico… estas palabras no habrían tenido el más mínimo sentido antes de mediados del siglo XX. Y, a medida que se acercaba el milenio, algo aún más extraño — en verdad, paradójico— comenzó a surgir en el vocabulario sobre procesamiento de informaciones: realidad virtual.
Los resultados producidos por los primeros sistemas de RV fueron casi tan toscos como las primeras trasmisiones por televisión; no obstante, fueron suficientemente impresionantes como para crear hábitos, hasta adicciones. Imágenes en tres dimensiones y ángulo visual grande podían atrapar de modo tan completo la atención del sujeto, que su calidad visual, inestable y parecida a la de un dibujo animado, se podía pasar por alto. A medida que la definición y la animación se mejoraban continuamente, el mundo virtual se acercaba cada vez más al real… pero siempre se podía diferenciarlo de este último, ya que se lo presentaba a través de incómodos dispositivos tales como cascos para representación visual y guantes servooperados. Para hacer que la ilusión fuera perfecta y engañar al cerebro por completo, habría de ser necesario hacer a un lado los órganos sensoriales externos de oídos, ojos y músculos, y suministrar la información directamente a los circuitos nerviosos.
El concepto de «Máquina Onírica» tenía cien años de antigüedad, por lo menos, antes que los progresos en exploración cerebral y en nanocirugía lo hicieran posible. Las primeras unidades, al igual que las primeras computadoras, fueron enormes consolas llenas con equipos? que ocupaban salas enteras y, al igual que lo ocurrido con las computadoras, se las redujo de tamaño con velocidad asombrosa hasta volverlas diminutas. Sin embargo, su aplicación estaba limitada, ya que se debía operarlas mediante electrodos implantados en la corteza cerebral.