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«Mi Academia me informa que el tratamiento con eso también prolongará el período de fertilidad humana en tanto como treinta años. Las conclusiones a que esto da lugar son demoledoras, en especial si se tienen en cuenta pasados fracasos desconsoladores en el intento por limitar los nacimientos apelando a la abstinencia y al empleo de los, así llamados, «métodos naturales»…

«Hace ya varias semanas, los expertos de la Organización Mundial para la Salud han entrado en cadena con todos sus miembros. La meta es la de establecer lo más pronto — y lo más humanamente— posible el a menudo discutido, pero nunca logrado salvo en épocas de guerras o pestes, crecimiento poblacional cero. Y aun eso puede no ser suficiente: puede que lleguemos a necesitar crecimiento poblacional negativo. Durante las generaciones venideras, la familia con un solo hijo puede que tenga que ser la norma.

«La Iglesia es lo suficientemente sabia como para no luchar contra lo inevitable, en especial en esta situación radicalmente alterada. Dentro de poco voy a emitir una encíclica que contendrá pautas sobre estas cuestiones. Se la redactó, me permito agregar, después de realizadas plenas consultas con mis colegas, el Dalai Lama, el Supremo Rabino, el imán Muhammad, el Arzobispo de Canterbury y la profetisa Fátima Magdalena: coinciden conmigo por completo.

«Muchos de ustedes, lo sé, encontrarán difícil — incluso, angustiante— aceptar que prácticas que la Iglesia otrora estigmatizó como pecado, ahora tienen que convertirse en obligación. En un punto fundamental, empero, no se ha producido modificación de la doctrina: una vez que el feto es viable, su vida es sagrada.

«El aborto sigue siendo un crimen, y siempre lo será. Pero ahora ya no hay excusas — ni necesidad alguna de ellas— para cometerlo.

«Mis bendiciones para todos ustedes, cualquiera sea el mundo en el que me estén escuchando.

Juan Pablo IV, Pascua de 2032,

Cadena de Noticias Tierra-Luna-Marte

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EXCALIBUR

Fue el experimento científico más grande jamás realizado, porque abarcaba todo el Sistema Solar.

Los orígenes de EXCALIBUR se remontaban a los incongruentes — en verdad, ahora apenas creíbles— días de la casi olvidada Guerra Fría, cuando dos superpotencias se habían enfrentado con armas termonucleares que podían destruir el tejido mismo de la civilización y, quizá, hasta amenazar la supervivencia de la humanidad, en cuanto especie biológica.

De uno de los lados estaba la entidad que se autodenominaba Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que, tal como historiadores posteriores gustaban señalar, pudo haber sido soviética (¡lo que sea que eso quisiera decir!), pero ciertamente no era ni una unión ni socialista ni de repúblicas. En el otro lado estaba Estados Unidos de Norteamérica, cuyo nombre estaba puesto con considerablemente mayor precisión.

Hacia el último cuarto del siglo XX, los dos rivales poseían miles de cohetes de largo alcance, cada uno provisto de la capacidad de transportar una ojiva explosiva que podría destruir una ciudad. Como es fácil de comprender, se hicieron intentos por hallar armas defensivas que pudieran evitar que tales proyectiles teleguiados llegaran a su blanco. Antes del descubrimiento de los campos de fuerza — más de cien años después—, no era posible defensa completa alguna, ni siquiera en teoría. De todos modos, se hicieron frenéticos esfuerzos por diseñar proyectiles antiproyectil y fortalezas puestas en órbita, equipadas con rayos láser, que, por lo menos, podrían brindar protección parcial.

Cuando se recuerda esos tiempos, resulta difícil decidir si los científicos que propusieron algunos de esos proyectos estaban explotando cínicamente los miedos auténticos de los políticos ingenuos, o si creían con sinceridad que sus ideas se podían convertir en una realidad práctica. Quienes no vivieron el apropiadamente llamado «Siglo de los Pesares» no deben juzgarlos con demasiada severidad.

No hay duda de que la más alocada de todas las armas de defensa propuestas fue el láser de rayos X. Se teorizaba que la ingente energía producida por la explosión de una bomba termonuclear se podía transformar en haces sumamente direccionales de rayos X, tan poderosos que podrían destruir proyectiles enemigos a miles de kilómetros de distancia. El dispositivo EXCALIBUR (resulta fácil entender por qué nunca se dieron a publicidad los detalles completos) se habría asemejado a un erizo de mar, con espinas que apuntaban en todas las direcciones, y una bomba termonuclear en su centro. Cada espina, en los microsegundos previos a su evaporación, generaría un haz láser, cada uno apuntando a un proyectil diferente.

Se necesita poca imaginación para ver las limitaciones de tal arma de «un solo disparo», especialmente contra un enemigo que rehusara cooperar y no lanzara sus proyectiles en grupos convenientes. Sea como fuere, la teoría básica que respaldaba el láser generado por una bomba era correcta, aunque las dificultades prácticas para crearlo se habían subestimado en demasía. De hecho, todo el proyecto se abandonó después que en él se hubieron desperdiciado muchísimos millones de dólares.

Y, sin embargo, no desperdiciados del todo. Casi un siglo después, se resucitó el concepto, nuevamente como defensa contra proyectiles… pero esta vez creados por la Naturaleza, no por el hombre.

El EXCALIBUR del siglo XXI se diseñó para producir ondas de radio, no rayos X, y estaban apuntadas no hacia blancos específicos, sino hacia toda la esfera celeste. La bomba medible en gigatoneladas[4] —la más poderosa que jamás se hubiera fabricado y, según la esperanza de la mayoría de la gente, la más poderosa que jamás se llegara a fabricar— se hizo estallar en órbita de la Tierra, pero del otro lado del Soclass="underline" eso brindaría la máxima protección contra la tremenda pulsación electromagnética que, de otro modo, podría arruinar las comunicaciones y quemar los equipos electrónicos de todo el planeta.

Cuando la bomba estalló, una delgada capa de microondas, de nada más que unos pocos metros de ancho, se extendió por el Sistema Solar a la velocidad de la luz. En cuestión de minutos, los detectores ubicados por toda la órbita de la Tierra empezaron a recibir ecos provenientes del Sol, de Mercurio, de Venus, de la Luna, pero nadie estaba interesado en ellos.

Durante las dos horas siguientes, antes que la explosión de radio se hubiera desplazado más allá de Saturno, centenares de miles de ecos, que cada vez se volvían más débiles, entraron en los bancos de datos de EXCALIBUR. Todos los satélites, asteroides y cometas conocidos se percibieron con facilidad y, cuando el análisis estuvo completo, se había localizado todo objeto de más de un metro de diámetro que estuviera dentro de la órbita de Júpiter. Catalogarlos a todos y calcular sus desplazamientos futuros habría de ocupar las computadoras de GUARDIÁN ESPACIAL durante años.

Los primeros «vistazos», empero, fueron reconfortantes: dentro del alcance de EXCALIBUR, nada había que pusiera la Tierra en peligro, y la humanidad se aflojó. Hasta se hicieron sugerencias en el sentido de que se debía cancelar GUARDIÁN ESPACIAL.

Cuando, muchos años más tarde, con su telescopio casero el doctor Angus Millar descubrió Kali, hubo una protesta generalizada respecto de por qué no se había encontrado el asteroide. La respuesta era sencilla: Kali había estado en el punto más lejano de su órbita, más allá del alcance, inclusive, de un radar operado por energía nuclear. EXCALIBUR ciertamente lo habría descubierto de haber estado lo suficientemente cerca como para constituir un peligro inmediato.

Pero mucho antes de que eso ocurriera, EXCALIBUR había generado un resultado pavoroso y por completo inesperado. No se había limitado a descubrir un peligro: muchos estaban convencidos de que lo había creado, y resucitado un antiguo miedo.

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El prefijo giga significa mil millones. (N. del T.)