Todos los meses había un trasbordador rápido proveniente de Marte o de la Luna, que traía caras nuevas y llevaba al personal a casa para las vacaciones. El ansiosamente esperado arribo de la nave correo, con objetos que no se podían enviar mediante enlaces radiales u ópticos, era la única interrupción en una, ahora, bien establecida rutina.
Y no era que la vida a bordo estuviese en modo alguno exenta de problemas técnicos y psicológicos, serios y triviales…
—¿Profesor Jamieson?
— sí, capitán.
— David acaba de atraer mi atención hacia su planilla de ejercicios: da la impresión de que usted hubiera dejado de concurrir a las últimas dos sesiones en la banda rodante.
— Eh… tiene que haber algún error.
— No hay duda de ello… pero, ¿de quién? Lo pondré en comunicación con David.
— Bueno, quizá sí salteé uno. Estuve muy ocupado, analizando esas muestras que trajeron de Aquiles. Compensare la ausencia mañana.
— Asegúrese de hacerlo, Bill. Sé que es aburridor pero, a menos que pueda ponerse en movimiento en condiciones de medio g cuando su programa le diga que lo haga, nunca podrá volver a caminar en Marte… y ni qué hablar de la Tierra. Capitán fuera.
— Mensaje de Freyda, capitán: Toby da un concierto en el Smithsoniano el 15. Ella dice que va a ser todo un acontecimiento. Consiguieron el piano de cola original para conciertos de Brahms. Toby va a tocar una de sus propias composiciones y la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Rajmaninoff. ¿Querría usted cobertura completa o solamente la parte de sonido?
— Nunca tendré tiempo para disfrutar cualquiera de ellas, pero no quiero herir los sentimientos de Toby. Envíale mis mejores deseos… y pide todo el microprocesador mnemónico.
—¿Doctor Jaworski?
— sí, capitán.
— Hay un olor extraño que sale de su laboratorio. Algunos se quejaron ante mí. Los filtros de aire no parecen conseguir eliminarlo.
—¿Olor? ¿Extraño? No lo había advertido en absoluto. Pero atenderé eso de inmediato.
— Capitán, hubo un mensaje de Charmayne mientras usted estaba durmiendo. No es urgente, pero su ciudadanía marciana va a caducar dentro de diez días, a menos que la renueve. El tiempo actual de trasmisión a Marte es de veintidós minutos.
— Gracias, Davis. No me puedo encargar de eso ahora. Recuérdamelo a esta hora, mañana.
— Capitán Singh, Nave de Investigaciones Goliath, a Red Solar de Noticias: recibí su informe hace unos pocos días, pero no lo tomé en serio. No tenía idea de que esos lunáticos todavía anduvieran sueltos. No, no nos hemos topado con astronaves alienígenas. Tengan la plena seguridad de que se lo haremos saber no bien nos ocurra.
—¿Sonny?
— Aquí, capitán.
— Felicitaciones por la decoración de la mesa anoche. Pero mi suministrador de jabón está vacío otra vez: ¿se podría volver a llenarlo? Que sea aroma de pinos esta vez… estoy cansado del de lavanda.
Por consenso general, Sonny era el segundo hombre más importante a bordo; algunos hasta lo consideraban más importante que el capitán.
Su puesto oficial como camarero de la nave apenas si dejaba entrever el papel que Sonny Gilbert desempeñaba a bordo de la Goliath: era el Señor Arréglalotodo par excellence1, capaz de habérselas igualmente bien con problemas humanos y técnicos… en el nivel de organización general, por lo menos. Los más chiflados de los robots de limpieza empezaban a funcionar bien cuando Sonny andaba en las cercanías, y era más probable que los jóvenes científicos de todo sexo que padecían mal de amores confiaran más en él que en el programa DOCNAVEPSIQ. (Al capitán Singh le habían llegado rumores que decían que Sonny contaba con una notable colección de complementos sexuales, tanto verdaderos como virtuales, pero había algunas cosas que un sabio comandante prefería no saber).
El hecho de que, según cualquier patrón de medida, Sonny tuviera el cociente de inteligencia más bajo de cualquiera de los que estaba a bordo de la nave, carecía por completo de importancia: su eficiencia, buen corazón y pura amabilidad eran todo lo que importaba. Cuando un famoso cosmólogo visitante, en un arranque de despecho, lo llamó «tarado mental», el capitán Singh lo puso de vuelta y media y le dijo que se disculpara. Cuando el cosmólogo rehusó hacerlo, se lo envió de vuelta a casa en el siguiente trasbordador, a pasar de vigorosas protestas que se trasmitieron desde la Tierra.
Aunque ese fue un caso excepcional, siempre había una cierta tensión entre la tripulación de la Goliath y los científicos que conformaban el pasaje. Por lo general se la expresaba con tono muy jovial y asumía la forma de comentarios graciosos y, en ocasiones, bromas pesadas. Pero cuando se presentaban desafíos fuera de lo común, todo el mundo cooperaba de muy buena gana, sin prestar la menor atención al cargo oficial de cada uno.
Como David nunca dormía y se mantenía vigilante de todos los sistemas operativos de la Goliath, no era necesario disponer turnos de guardia. Durante el «día», tanto la tripulación A como la B estaban despiertas, si bien sólo una estaba de servicio; después, toda la nave cesaba las actividades durante ocho horas. De producirse alguna emergencia, David podía reaccionar con más celeridad que cualquier ser humano. En verdad, si hubiese alguna situación que ni siquiera él pudiera manejar, probablemente sería más bondadoso dejar que ambas tripulaciones durmieran durante los pocos segundos de vida que les quedaran.
El día a bordo empezaba a las 06:00 Hora Universal pero, debido a que la cocina era demasiado chica como para admitirlos a todos, la tripulación que estaba primero de servicio tenía prioridad en el desayuno de las 06:30. La tripulación B comía a las 07:00, y los pasajeros científicos tenían que esperar hasta las 07:30. No obstante, como del autómata se podía obtener tentempiés a cualquier hora, nadie padecía jamás las punzadas del hambre.
Prontamente a las 08:00, el capitán Singh daba un resumen del programa del día y suministraba todas las noticias importantes. Después, la tripulación A se dispersaba para cumplir con sus deberes, los científicos iban a sus laboratorios y consolas, y la tripulación B desaparecía en sus pequeños, pero lujosos, cubículos, para ponerse al día con las videotrasmisiones de noticias de la noche anterior, enchufarse en los sistemas de información y entretenimiento de la nave, estudiar un poco y, en otros aspectos, ocuparse en algo hasta el recambio, a las 14:00.
Ese era el cronograma nominal, pero estaba sujeto a frecuentes perturbaciones, tanto planeadas como no planeadas. Las más interesantes de éstas eran las excursiones ocasionales hacia los asteroides que pasaban.
No era cierto, como había señalado un astrónomo blasé, que «cuando se vio un asteroide, se los vio todos». (Era un experto en galaxias en colisión, por lo que se podía disculpar su ignorancia de detalles tan nimios.) De hecho, los asteroides venían en casi tantas variedades como tamaños, desde el Ceres, de mil kilómetros, hasta rocas sin nombre que tenían el tamaño de un edificio pequeño de apartamentos.
En verdad, la mayoría no era más que roca, de clases perfectamente familiares en la Tierra o la Luna: basaltos y granitos, los materiales de construcción de alta calidad especificados por el arquitecto procedente de los Alpes y el Himalaya.