Otros eran mayormente de metaclass="underline" hierro, cobalto y elementos raros, entre ellos oro y platino. Algunos asteroides bastante pequeños habrían valido billones de dólares en los tiempos anteriores a cuando la trasmutación comercial hubo vuelto al oro levemente más barato que los metales mucho más útiles, como el cobre o el plomo.
Los asteroides que representaban el mayor interés para la ciencia eran, empero, los que contenían grandes cantidades de hielo y de compuestos de carbono. Algunos eran cometas extinguidos, o cometas que todavía tenían que nacer cuando las cambiantes mareas de la gravedad los empujaron hacia los fuegos generadores del Sol.
Los asteroides carbonosos todavía retenían muchos misterios. Había indicios, aunque las pruebas todavía eran objeto de ardiente polémica, de que algunos de ellos otrora habían sido parte de un cuerpo mucho más grande, quizás hasta de un mundo suficientemente grande, y suficientemente cálido, como para poseer océanos. Y si ese era el caso… ¿por qué no la vida misma? Varios paleontólogos habían lesionado su reputación cuando afirmaron haber descubierto fósiles en asteroides y, aunque la mayoría de sus colegas abucheó la idea, el jurado todavía no se había expedido.
Cada vez que un asteroide interesante se ponía al alcance, los científicos de la Goliath podían llegar a polarizarse en dos grupos: aunque realmente nunca habían alcanzado el punto de tomarse a golpes, era factible que, durante las comidas, la disposición de los compañeros de mesa experimentara sutiles modificaciones. Los astrogeólogos querían desplazar la nave — y todo el equipo de laboratorio que tenían— para encontrarse con el blanco, de modo de poder examinarlo con toda comodidad. Los cosmólogos luchaban contra eso a brazo partido: sus cuidadosamente medidas líneas de referencia se alterarían y se arruinaría toda su interferometría, y todo eso por nada más que unos despreciables pedazos de roca.
Lo que decían era lógico y, finalmente, los geólogos transaban de más o menos buena voluntad. A los asteroides más pequeños que pasaban se los podía visitar con sondas robot, que tenían la capacidad de recoger muestras y llevar a cabo la mayor parte de las operaciones básicas de investigación geológica. Eso era mejor que nada pero, si el asteroide estaba a más de un millón de kilómetros, la demora de transmisión Goliath-sonda-Goliath se volvía intolerable.
—¿Qué les parecería a ustedes dar un martillazo — se había quejado uno de los geólogos— y tener que esperar un minuto antes de saber que erraron el golpe?
Así que para los transeúntes verdaderamente importantes, de la clase de los troyanos principales tales como Patroclo o Aquiles, la chalupa de la nave se ponía a disposición de los ávidos científicos. No mucho más grande que un automóvil para una familia, brindaba elementos para el mantenimiento de las condiciones básicas de supervivencia del piloto y de tres pasajeros durante un lapso de hasta una semana; permitirles hacer un examen bastante detallado del mundito virgen, y traer de vuelta unos cuantos centenares de kilogramos de muestras bien documentadas.
Como promedio, el capitán Singh tenía que disponer expediciones de esa clase cada dos o tres meses. Las organizaba con beneplácito, ya que aportaban algo de variedad a la vida a bordo. Y era perceptible que aun los científicos que expresaban mayor desdén por tal ajetreo por
unas rocas, observaban las videograbaciones que llegaban con la misma avidez que cualquiera.
Daban diversas excusas:
— Me ayuda a percibir algo de las sensaciones que mis choznos debieron de haber experimentado cuando observaron a Armstrong y Aldrin caminar por primera vez sobre la Luna.
— Con esto vamos a desembarazarnos de tres cacerías de rocas, por lo menos, durante una semana. Y también va a dejar más espacio libre a la hora de comer.
— No diga que yo lo dije, capitán, pero si es que alguna vez llegaron visitantes al Sistema Solar, aquí es donde pueden haber dejado algo de su basura o, inclusive, un mensaje para que nosotros lo encontremos, cuando hayamos evolucionado lo suficiente como para entenderlo.
A veces, mientras observaba a sus colegas flotando sobre fantasmagóricos paisajes en miniatura que nunca antes hubiera visitado alguien, y que probablemente nunca volvería a visitar, Singh sentía el impulso de escapar de la nave y disfrutar de la libertad del espacio. Probablemente podría encontrar una excusa para hacerlo; su primer oficial estaría más que feliz de tomar el mando por un rato. Pero sería una sobrecarga, hasta un estorbo, en el atestado habitáculo de la chalupa, y no podría justificar un capricho de esa índole.
Así y todo, parecía una lástima pasarse varios años en el centro de ese verdadero Mar de los Sargazos de mundos a la deriva, y nunca posar el pie en alguno de ellos.
Algún día tendría que hacer algo al respecto, ciertamente.
23
Alarma
Fue como si los centinelas apostados en los muros de Troya hubiesen divisado el primer destello de la luz del día en lejanas lanzas: instantáneamente, todo cambió.
Y, sin embargo, el peligro todavía estaba a más de un año de distancia. Formidable como era, no había la sensación de crisis inmediata: en verdad, todavía existía la esperanza de que las apresuradas observaciones iniciales pudieran ser erróneas. Quizás el nuevo asteroide le erraría a la Tierra después de todo, como tantísimos otros lo habían hecho en épocas pasadas.
David había despertado a Singh con la noticia, a las 05:30 TU. Era la primera vez que llegaba a interrumpir el sueño del capitán:
— Lamento hacer esto, capitán, pero está clasificado como Prioridad Absoluta. Nunca antes vi una.
Y tampoco Singh, y al instante estuvo completamente despierto. Mientras leía el fax espacial y miraba las órbitas de la Tierra y del asteroide que mostraba, sentía como si una mano fría se le hubiera cerrado en torno del corazón. Esperaba que pudiera haber algún error, pero, incluso desde ese primer momento, nunca dudó de lo peor.
Y entonces, paradójicamente, lo recorrió una sensación de júbilo: para eso se había construido la Goliath, décadas atrás.
Y ése era el momento del destino. En la Bahía de los Arcos Iris, cuando era poco más que un muchacho, había enfrentado un desafío… y lo había superado. Ahora se enfrentaba con otro inconmensurablemente mayor.
Para eso era que había nacido.
Nunca hay que darle las malas noticias a alguien que tiene el estómago vacío. El capitán Singh aguardó a que todos los que estaban a bordo hubieran tomado su desayuno, después les retrasmitió el contenido del fax espacial venido de la Tierra y del complementario llegado una hora después.
— Todos los programas, todos los proyectos de investigación quedan, por supuesto, cancelados. El plantel de científicos regresará a Marte en el próximo trasbordador, mientras preparamos a la Goliath para lo que, sin lugar a dudas, habrá de ser la más importante misión que a esta — a cualquier— nave se le haya asignado jamás.
«Los detalles se están resolviendo ahora, y se los puede variar después. Como estoy seguro de que ya saben, los planes para un impulsor de masa que pudiera desviar un asteroide de tamaño razonable se elaboraron hace años. Hasta se le dio un nombre: ATLAS. No bien se conozcan todos los parámetros de la misión, esos planes se finalizarán y los Astilleros Deimos se pondrán a construir a gran velocidad. Por suerte, todos los componentes necesarios se consiguen fácilmente en plaza: tanques para propulsante, reforzadores, sistemas de control, y el armazón para mantenerlos juntos a todos. Así que los nanoensambladores pueden construir a ATLAS en unos pocos días.