«Después habrá que reunirlo con la Goliath, de modo que debemos llegar a Deimos con tanta rapidez como sea posible. Eso nos dará, a algunos de nosotros, la posibilidad de ver a nuestra familia en Marte. Hay un antiguo proverbio de la Tierra que dice: «es un mal viento que a todos les trae desgracia…»
«Vamos a cargar el propulsante exactamente necesario como para transportar el ATLAS vacío hasta Júpiter, y volveremos a cargar combustible en el campo orbital de almacenamiento de Europa. Y, entonces, comenzará la verdadera misión: la reunión con el asteroide. En ese momento sólo faltarán siete meses para el choque con la Tierra… si es que va a chocar.
«Tendremos que hacer el levantamiento cartográfico del asteroide, localizar un basamento adecuado, instalar el ATLAS, revisar todos los sistemas… y poner en marcha el impulsor. Naturalmente, su efecto sobre un cuerpo con una masa de mil millones de toneladas será casi demasiado pequeño como para que se lo mida, pero una desviación de unos pocos centímetros, si se la puede aplicar antes de que el asteroide pase la órbita de Marte, será suficiente para hacer que le yerre a la Tierra por centenares de kilómetros…
Singh hizo una pausa, sintiéndose un poco turbado: todo eso era información elemental para la tripulación, pero no sería familiar para los geólogos y astroquímicos. Dudaba mucho de que pudieran decirle las Tres Leyes de Kepler, y mucho menos hacer el cálculo de una órbita.
— No soy bueno para pronunciar discursos inspirados, y tampoco creo que sea necesario hacerlo. Todos ustedes saben lo que tenemos que hacer, y no hay tiempo que perder: aun unos días perdidos ahora pueden representar toda la diferencia entre un vuelo inofensivo de exploración y el fin de la Historia… en la Tierra al menos.
«Otra cosa más: los nombres son muy importantes (miren todos los troyanos que nos rodean). Acabamos de recibir la designación oficial que dio la UAI. Algún erudito estuvo revisando la mitología hindú y se topó con la diosa de la muerte y la destrucción.
«Su nombre es Kali.
24
Franco para tripulantes
—¿Cómo eran los marcianos realmente, papito?
Robert Singh miró con ternura a su hija que, oficialmente, tenía diez años, aunque el planeta en el que vivía sólo había descripto cinco circuitos alrededor del Sol desde que ella nació. De ningún niño se podía pretender que esperara seiscientos ochenta y siete días entre cumpleaños, así que ése era un recuerdo de la Tierra que se había conservado. Cuando se lo hubiera abandonado por fin, Marte habría cortado otro lazo más con su mundo madre.
— Sabía que me ibas a preguntar eso — respondió—, así que lo averiguó Escucha…
«Aquellos que nunca han visto un marciano vivo apenas pueden imaginar el extraño horror de su apariencia: la peculiar boca con forma de v, con su labio superior en punta; la ausencia de arrugas en la frente, la ausencia de un mentón por debajo del labio inferior en forma de cuña, el incesante temblequeo de esa boca, los gorgonáceos…»
—¿Qué quiere decir gorgonáceos?
«los gorgonáceos grupos de tentáculos…»
—¡Puajj!
«…y, por sobre todo, la extraordinaria intensidad de los inmensos ojos era, al mismo tiempo, vital, intensa, inhumana, enfermiza, y monstruosa. Había algo fungoide en la aceitosa piel marrón, algo en la torpe premeditación de los tediosos movimientos, indeciblemente desagradables.» Bueno, Mirelle, ahora lo sabes.
—¿Qué estás leyendo…? ¡Oh, la guía de DisneyMarte! ¿Cuándo podemos ir?
— Eso depende de lo bien que una jovencita que yo conozco haga sus deberes para la escuela.
—¡Eso no es justo, papi! ¡No he tenido tiempo desde que regresaste!
Singh experimentó un leve acceso de culpa. Se había sentido inclinado a monopolizar a su pequeña hija, y al recién nacido hermanito de ella, toda vez que podía escapar del sistema ATLAS y registrar su arribo en los Astilleros Deimos. Las esperanzas que tenía de hacer visitas privadas cuando llegara a Marte se disiparon de inmediato cuando vio a la gente de los medios de prensa esperándolo en Puerto Lowell. No se había dado cuenta de que era la segunda persona más famosa del planeta.
La más famosa, por supuesto, era el doctor Millar, cuyo descubrimiento de Kali había alterado — y, quizás, alteraría— más vidas que cualquier otro acontecimiento en la historia de la humanidad. Aunque habían intervenido en media docena de encuentros electrónicos, los dos hombres todavía no se conocían personalmente. Singh había evitado una confrontación: no tenían nada nuevo para decirse y resultaba evidente que el astrónomo aficionado no era capaz de habérselas con su inesperada celebridad: se había vuelto arrogante y condescendiente, y siempre se refería a Kali llamándolo “mi asteroide». Bueno, pues más tarde o más temprano sus coterráneos marcianos lo pondrían en su lugar; eran muy buenos para eso.
DisneyMarte era diminuta en comparación con sus famosos ancestros terrestres, pero, una vez que se estaba en su interior, no había manera de darse cuenta de eso: por medio de dioramas y proyecciones holográficas Marte mostraba tal como los hombres otrora creyeron que podría ser… y como tenían la esperanza de que fuera algún día. Aunque algunos criticones se quejaban de que una sesión con el Brainman podía crear exactamente la misma experiencia, simplemente eso no era cierto. Bastaba con observar a un niño de Marte frotando con suavidad un trozo de legítima roca de la Tierra para apreciar la diferencia.
Martin era demasiado pequeño para disfrutar la excursión, y se lo dejó al seguro cuidado del último modelo de robot doméstico Dorcas. Aun Mirelle en realidad no tenía suficiente edad como para entender todo lo que estaba viendo, pero sus padres sabían que nunca habría de olvidarlo. Chilló con deleitoso terror cuando los horrores con tentáculos de H. G. Wells surgieron de sus cilindros, y contempló, con miedo reverencial, cuando los monstruosos trípodes de esos monstruos avanzaban, en busca de sus presas humanas, por las calles desiertas de una extraña ciudad de otro planeta, la Londres victoriana.
Y adoró a la hermosa Dejah Thoris, Princesa de Helio, en especial cuando dijo con dulzura:
— Bienvenida a Barsoom, Mirelle.
John Carter, empero, había sido eliminado por completo del argumento: ¡indudablemente, personajes tan sanguinarios no eran la clase de inmigración que la Cámara Marciana de Comercio deseaba alentar! Pero, vamos, si no se las manejaba con gran cuidado, las piezas de metal moldeadas con tanta irresponsabilidad criminal podrían ocasionar lesiones graves a los circunstantes…
A Mirelle también la fascinaron las extrañas bestias que Burroughs había desparramado tan profusamente por todo el paisaje marciano. Sin embargo, la tenía perpleja un aspecto de exobiología que Edgar Rice había omitido tan a la ligera:
— Mamá —dijo—, ¿yo nací de un huevo?
Charmayne rió:
— sí y no — respondió—, pero por cierto que no fue como el que puso Dejah. Le pediré a la Biblioteca que te explique la diferencia cuando lleguemos a casa.
—¿Y verdaderamente tenían máquinas que podían hacer aire para que la gente pudiera respirar afuera?
— No, pero el viejo Burroughs tenía la idea correcta. Eso es, exactamente, lo que estamos tratando de hacer. Lo verás cuando hayamos recorrido la sección de Bradbury.
Y desde las colinas vino una cosa extraña.
Era una máquina que parecía un insecto color verde jade, una mantis religiosa, que delicadamente corría como una exhalación a través del aire frío, diamantes verdes indistinguibles, incontables, le centelleaban sobre el cuerpo, y gemas rojas que refulgían con ojos de muchísimas facetas. Sus seis patas cayeron sobre la antigua carretera con el sonido de la lluvia leve que iba menguando y, desde la parte posterior de la máquina, un marciano con oro fundido por ojos miró hacia abajo a Tomas, como si estuviera mirando en el interior de un pozo…