Segundos después, las computadoras de GUARDIÁN ESPACIAL darían su veredicto de vida o de muerte, pero transcurriría casi una hora antes que la respuesta llegara a la Goliath.
El primer período de espera había comenzado, GUARDIÁN ESPACIAL había sido uno de los últimos proyectos de la legendaria NASA, allá, a fines del siglo xx Su objetivo inicial había sido bastante modesto: llevar a cabo un levantamiento cartográfico, lo más completo posible, de los asteroides y cometas que cruzaban la órbita de la Tierra, y establecer si algunos representaban una amenaza potencial. El nombre del proyecto, tomado de una obscura novela de ciencia ficción del siglo XX era un tanto confuso; a los críticos les agradaba señalar que «Vigilancia Espacial» o «Alerta Espacial» habría sido mucho más adecuado.
Con un presupuesto total que raramente superaba los diez millones de dólares por año, hacia el año 2000 se había establecido una red mundial de telescopios, la mayoría de los cuales estaba operado por expertos aficionados. Sesenta v un años más tarde, el espectacular regreso del cometa Halley alentó el suministro de más fondos, y la gran bola de fuego de 2079, que, por suerte, hizo impacto en el medio del Atlántico, le otorgó más prestigio a GUARDIÁN ESPACIAL. Para fines del siglo, la red de telescopios había localizado más de un millón de asteroides y se creía que el levantamiento estaba completo en un noventa por ciento. Sin embargo, habría que continuarlo indefinidamente: siempre existía la posibilidad de que algún intruso pudiera arremeter desde los confines exteriores, no cartografiados, del Sistema Solar.
Como lo hizo Kali, descubierto a fines de 2109. cuando caía hacia el Sol, pasando por la órbita de Saturno.
ENCUENTRO INESPERADO DOS
Tunguska, Siberia, 1908
El témpano cósmico de hielo vino desde la dirección del Sol, de modo que nadie lo vio acercarse hasta que el hielo estalló. Segundos después, La onda de choque derribó dos mil kilómetros cuadrados de bosques de pinos, y el sonido mas intenso que se había oído desde la erupción del Krakatoa empezó a dar la vuelta al mundo.
Si el fragmento cometario se hubiera demorado nada más que dos horas en su inmemorial travesía, el estallido de diez megatones habría arrasado Moscú y alterado el curso de la historia.
La fecha fue 30 de junio de 1908.
3
Piedras que caen del cielo
Nunca hubo tantos talentos reunidos aquí en la Casa Blanca desde que Thomás Jefferson cenó solo.
Me es más fácil creer que dos profesores yanquis mienten que puedan caer piedras del cielo.
Los meteoritos no caen sobre la Tierra. Caen sobre el Sol y la tierra se interpone en el camino.
El que las piedras realmente podían caer del cielo era un hecho bien conocido en el mundo antiguo, si bien pudo haber existido desacuerdo respecto de qué dioses en particular las habían dejado caer. Y no sólo piedras sino, también, ese precioso metal, el hierro: antes de que se inventara la fundición de metales, los meteoritos eran la fuente principal de este valioso elemento. No es de extrañar que se les hubiera dado carácter sagrado y, con frecuencia, se los venerara.
Pero los pensadores de la «Edad de la razón» del siglo, XVII más esclarecidos, no iban a creer tales tonterías generadas por la superstición. En verdad, la Academia de Ciencias de Francia sancionó una resolución en la que se explicaba que los meteoritos eran de origen completamente terrestre; si algunos parecían venir del cielo, eso se debía a que eran resultado de la caída de rayos: un error perfectamente comprensible. Así que los directores de los museos de Europa tiraron a la basura las rocas carentes de valor que sus ignorantes predecesores habían coleccionado pacientemente.
Por una de las más deliciosas ironías en la historia de la ciencia, nada más que unos pocos años después de la proclama de la Academia de Francia, una inmensa lluvia de meteoritos descendió a pocos kilómetros de las afueras de París, en presencia de testigos impecables… La Academia tuvo que hacer una apresurada retractación.
Aun así, no fue sino hasta el amanecer de la Era Espacial que se reconocieron la magnitud, y la importancia potencial, de los meteoritos. Durante décadas, los científicos dudaron, y hasta negaron, que los meteoritos fueran los responsables de cualesquiera formaciones geológicas importantes de la Tierra. De modo casi increíble, hasta bien avanzado el siglo XX algunos geólogos estaban convencidos de que el famoso Cráter del Meteoro, en Arizona, tenía el nombre mal puesto, ¡aduciendo que su origen había sido volcánico! No fue sino hasta el momento en que las sondas espaciales hubieron demostrado que la Luna y la mayoría de los cuerpos más pequeños del Sistema Solar habían estado sometidos a un bombardeo cósmico durante millones de años, que la polémica finalmente se resolvió.
No bien empezaron a buscarlos, en especial, con el nuevo panorama que brindaban las cámaras puestas en órbita, los geólogos descubrieron por todas partes cráteres debidos a impactos. El motivo por el que no eran mucho más comunes se hizo evidente ahora: a todos los antiguos los había destruido el desgaste producido por los agentes atmosféricos. Y algunos de esos cráteres eran tan descomunales que no se los podía ver desde tierra o, siquiera, desde el aire: su escala de dimensiones únicamente se podía apreciar desde el espacio.
Todo eso era muy interesante para los geólogos, pero demasiado alejado de las cuestiones cotidianas de los seres humanos como para excitar al público en general. Y entonces, gracias al ganador del Nobel, Luis Álvarez, y a su hijo Walter, la ciencia de la meteorítica, que estaba en un segundo plano, de repente pasó a ser noticia de primera plana.
La abrupta (en la escala astronómica de tiempo, al menos) desaparición de los grandes dinosaurios, después de haber dominado la Tierra durante más de cien millones de años, siempre había constituido un tremendo misterio. Muchas explicaciones se habían propuesto, algunas plausibles, otras francamente ridículas. Una alteración del clima era la respuesta más sencilla y obvia, y había inspirado una obra clásica de arte: la brillante secuencia del «Rito de Primavera», en la obra maestra Fantasía, de Walt Disney.
Pero esa explicación no era satisfactoria en realidad, porque planteaba más preguntas que las que respondía: si el clima había cambiado. ¿Qué había ocasionado ese cambio? Se postularon tantas teorías, ninguna verdaderamente convincente, que los científicos empezaron a buscar en otra parte.
En 1980, Luis y Walter Álvarez, mientras investigaban las escalas geológicas, anunciaron que habían resuelto ese misterio de larga data: en un delgado estrato de roca, que señalaba el límite entre el período cretácico y la era terciaria, encontraron pruebas de una catástrofe que había afectado todo el globo.
A los dinosaurios los habían asesinado, y los dos investigadores sabían cuál había sido el arma.
ENCUENTRO INESPERADO TRES
Llegó en posición vertical, perforando un agujero de diez kilómetros de ancho a través de la atmósfera y generando temperaturas tan elevadas que el aire mismo empezó a arder. Cuando chocó con el suelo, la roca se volvió líquida y empezó a fluir hacia afuera en forma de olas gigantescas, y no se solidificó hasta que hubo formado un cráter de doscientos kilómetros de diámetro.